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El “milagro” español

La Comunidad de Madrid, con una circulación escasa de coches. EFE/Víctor Lerena/Archivo

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Austria acaba de decretar el confinamiento domiciliario con cierre del sistema educativo hasta el 6 de diciembre, tras constatar que dos semanas de toque de queda a las ocho de la noche, cierre parcial de la hostelería y llamamientos al autoconfinamiento no han conseguido bajar la incidencia por debajo de los 500 casos por cada cien mil habitantes. Al anunciarlo el canciller Sebastian Kurz, reconocía que ya no eran capaces de rastrear el origen de más del setenta por ciento de los casos y que se trataba del último intento para evitar el colapso del sistema sanitario.

Francia decretó a finales de octubre el cierre de todos los locales con público y el teletrabajo generalizado. Mantiene abiertos los colegios, pero se exige una autorización para salir de casa. Lo hicieron después de un octubre lleno de cierres parciales y toque de queda por zonas a las nueve de la noche que no fueron capaces de detener la escalada hasta los casi cincuenta mil contagios diarios y la tasa de incidencia por cada cien mil habitantes, que se acerca a los mil casos, ni ralentizar la creciente saturación de su sistema sanitario, tanto en atención primaria como en los hospitales.

Alemania decidió cerrar su hostelería, prohibir los desplazamientos turísticos y los eventos públicos durante todo el mes de noviembre al alcanzar los 15.000 casos diarios. Al anunciarlo la canciller, Angela Merkel, reconoció que ya no eran capaces de seguir el origen del 75% de los casos y no pueden rastrear más que la mitad porque les faltan rastreadores. “Los servicios de control están al límite y se trata de salvar el conjunto de la infraestructura nacional. Este virus no permite la negociación”, sentenció la canciller. Las medidas fueron adoptadas por unanimidad pese a que la incidencia resulta irregular entre los diferentes estados federados y su tasa de incidencia se sitúa en el entorno de los 315 casos por cada cien mil habitantes.

Alemania –Datos del FMI de octubre de 2020– ha invertido 8,35 puntos del PIB en la gestión directa de la pandemia y 30 puntos del PIB en las medidas de ayuda y protección social, Francia ha invertido 5,2 y 15,7 puntos respectivamente y Austria se ha movido en parámetros similares. Todos esos países se reconocen al límite por la segunda ola y admiten que les faltan recursos y conocimientos para hacer frente a lo que se les viene encima. En España no, en la piel de toro obramos milagros y vamos sobrados en todo, abundan recursos y, por supuesto, tenemos conocimiento necesario para aburrir.

Apenas hemos invertido 3,5 y 14,2 puntos de nuestro PIB en la gestión sanitaria, económica y social de la pandemia, pero gracias a la legendaria capacidad de gestión de nuestros gobernantes, únicamente entorpecida por la manifiesta incompetencia de los demás, nuestro sistema de control funciona como un reloj, tenemos los rastreadores que necesitamos y los que hagan falta, sabemos de dónde viene y adónde va cada brote, nuestro sistema de atención primaria opera como una máquina perfectamente engrasada y las UCI y los hospitales no están ni a la mitad de una capacidad que, además, podemos expandir a voluntad si los indicadores se tuercen.

Nuestras cifras de incidencia de la pandemia, más de quinientos casos por cada cien mil habitantes y un crecimiento diario por encima de los 20.000 contagios, lejos de provocar la alarma que causan parámetros similares entre nuestros vecinos invitan a la mayoría de los responsables a los análisis positivos y al anuncio de tendencias favorables. En realidad, solo tenemos un problema: Europa, que va muy despacio y no toma las decisiones que tendría que haber tomado ya y no manda el dinero que ya debería estar aquí, aunque no nos haga mucha falta porque, como es sabido, el milagro somos nosotros.

Lo estamos haciendo tan bien que, aquí, cuantas menos restricciones, mejor vamos y más pecho sacamos. Comparemos dos ejemplos gobernados por el mismo partido. Galicia empezó a aplicar restricciones por zonas en julio, en A Mariña, desde entonces las medidas han ido creciendo en intensidad y en territorio. El resultado es una incidencia de 317 casos par cada cien mil habitantes, una tasa de ocupación hospitalaria del 7,5% y una ocupación en UCI del 14%; como consecuencia, en Galicia las restricciones no solo no decaen, sino que crecen en intensidad y duración hasta que termine noviembre. En Madrid, luego de acercarse a una incidencia de casi 800 casos por cada cien mil habitantes, una intervención a la fuerza, cambiar el sistema de recogida de datos y sustituir masivamente las PCR por test de antígenos, la incidencia ha caído a 325 casos por cada cien mil habitantes, una tasa hospitalaria del 15% y una ocupación en UCI del 34%; como consecuencia, las restricciones se han empezado a levantar.

La comunidad gallega, sin alterar sus series de datos en todo el período, siempre ha estado entre las mejores en incidencia de contagio y en presión hospitalaria; cuando Madrid iba mal y ahora que Madrid va algo mejor. A lo mejor, efectuar comparaciones más estables y a largo plazo pueden enseñarnos bastante más que estas comparativas instantáneas y ad hoc que cada uno usa según le conviene y que permiten obrar milagros a diario.

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