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Menos minutos de silencio y más atajar las causas

Rosa María Artal

Imaginen que se despiertan y para tomar el desayuno conectan con un sedante documental de La 2 de título “Brasil: Paraíso Natural”. Amanecidos, tras un nuevo día de terror y cinismo absolutamente demoledor, desactivador. Sin sonido, las imágenes muestran agua serena, bosques, animales en su hábitat. Al subir el volumen una voz dice: “Como todas las cosas buenas, tiene que acabar”. ¿Cómo? La frase, contenida en un guion empeñado en resaltar todo el mal que ha podido encontrar en la belleza, cae como la sentencia definitiva. Aunque actúa de revulsivo, de reactivo.

Estamos viviendo momentos que, por la brutalidad de los atentados, ahuyentan la crítica. Pero callar no es sino seguir, in crescendo, la senda repetida. Cada vez que se produce un acto de barbarie terrorista, sabemos que a la imagen de la muerte, destrucción y sufrimiento, seguirá una parafernalia agobiante de presiones que precisa análisis y denuncia. Nos duele, sin necesidad de ayudas políticas y mediáticas que lo incrementen. Siempre el mismo cinismo, la misma siembra de miedo y exacerbación de las pasiones, la misma utilización de la tragedia. Los únicos que son nuevos sucesivamente son los muertos, las familias rotas.

Por supuesto que son necesarios información, control y más eficacia. Enlutadas conciencias,hablan en cambio de guerra y soluciones militares, desoyendo datos clamorosos. ¿Se bombardea la ciudad de Bruselas de donde eran esta vez los presuntos terroristas? ¿Para qué? ¿Para seguir con el próspero negocio? Europa vende armas a Arabia Saudí y otros países partidarios de fanatizar el Islam, en cifras récord. La Francia de Hollande hasta se permite condecorar al heredero de la dinastía con la Legión de Honor recién ejecutados más de 70 opositores. España sin ir más lejos también les ha vendido armamento como nunca. Juncker, presidente de la Comisión, es de los pocos que habla de “control de la venta de armas”, como uno más de sus planes contra el terrorismo. Se queja de que los gobiernos y los lobbies no hacen caso. Significativa actitud. No se puede tolerar más esa doble moral sin intentar al menos desenmascararla. Menos minutos de silencio, y más atajar las causas.

Ni es honesta la promoción del miedo y las asociaciones mal intencionadas que terminan vertiendo culpas a quien no las tiene. El 87% de los atentados yihadistas desde el año 2000 han sido en países de mayoría musulmana, como publicaba eldiario.es. Casi 9 de cada 10 atentados. Más de 72.000 personas fueron asesinadas, una brutal irracionalidad. Pero de ellas, 63.000 sucumbieron en países donde el Islam es la religión mayoritaria. Sentir más dolor por la proximidad de la víctima es humano pero absolutamente injusto por comparación. No valen más unos muertos que otros.

Impúdicas las lágrimas y condolencias de esa UE que firma sin pestañear graves violaciones de los Derechos Humanos. Y con la única finalidad de mantener el triunfo de la codicia de unos pocos y su “estilo de vida”. Porque es imposible que no calculen lo que sus políticas desencadenan. Piensen si nuestro estilo de vida es el de los sensatos políticos que hacen declaraciones o el que ve suicidarse a un hombre al que iban a desahuciar de su domicilio. El que encontró a una mujer que llevaba muerta en su casa dos años y medio en un pueblo de Madrid. O el que ha convertido Europa en frontera, sin humanidad, con una crueldad que hasta esforzadas organizaciones no gubernamentales se ven incapaces de asumir. Hay diferencia de “estilos de vida”.

Claro que el terrorismo produce miedo, miedo visceral por la sorpresa y la indiscriminación con la que se produce. Por lo inapelable e irreversible de sus consecuencias. Pero hay que contar con todos los datos del contexto y todos los factores para saber dónde buscar soluciones. El autoritarismo, la ultraderecha y neofascismos, la irracionalidad nunca lo han sido. Miren a su alrededor, miren a Irak y sus falsas armas de destrucción masiva, al polvorín de Oriente Medio y reflexionen de qué sirvieron esas tácticas. Se diría que únicamente para dar votos y poder a los mismos.

Alerta máxima pues a la utilización en provecho partidista de ese complejo paquete de miedos y mentiras. Mediten sobre la ideología, fortaleza y seguridad de los gobiernos en cuyos países se han venido produciendo los peores atentados terroristas. Si hay denominadores comunes o no. Y, de haberlos, cuáles son.

Los atentados, cada vez más frecuentes, nos caen encima a toda la sociedad como un manto de plomo que inmoviliza por todos estos factores. Por la suma de presiones que nos vemos incapaces de afrontar con las fuerzas propias, debilitados por el disgusto y el temor que suscitan los atentados. Es para cerrar la puerta y marcharse. A una playa perdida donde no habite ninguno de los causantes de esta infernal deriva. Ninguno. Ni el fanatismo terrorista, ni los compungidos políticos y otras especies que hasta pasan lista de golpes en el pecho. Son declaraciones, horas de programación exhaustiva repitiendo la historia y con escasas claves. Una Semana Santa rediviva en angustias y culpas. Parecen conminarnos aceptar que no hay otra escapatoria que su sistema de vida con sus daños colaterales: desigualdad, mentira y barbarie. Pose, formas, sin ir al fondo que trate de poner freno a esta locura. Hasta un documental completamente ajeno sobre la selva amazónica remacha: “Como todas las cosas buenas, tiene que acabar”. Qué más quisieran.

Millones de personas, de todas las razas tienen, tenemos, un caudal inmenso de humanidad y buen corazón que no se acaban, y que no merece la brutalidad terrorista, pero tampoco tanta ignominia, manipulación y chantaje. Imposible de arrebatar, sea cuál sea nuestro destino.

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