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Mirar las cosas como Nietzsche

El presidente Adolfo Suárez saluda a Dolores Ibárruri "La Pasionaria" en su primer encuentro en las Cortes.

Enric González

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Estas cosas hay que mirarlas como decía Nietzsche: cada acción es un experimento y no importa demasiado que resulte en éxito o en fracaso, porque lo que se busca es simplemente un resultado. Es decir, información sobre si tal cosa funciona o no funciona.

Pese a la ley de secretos oficiales, que nos impide conocer detalles de vital importancia, ya podemos hacernos una idea de lo que dio de sí la transición. Es tan estúpido minusvalorarla como ensalzarla. El franquismo, que además de ganar la guerra ganó una posguerra de casi cuatro décadas, ya nació ridículo, mortal pero ridículo, y absurdamente anacrónico: Fernando VII reapareciendo bajo palio en el siglo XX. Con los años, la dictadura fue perdiendo los dientes (aunque no la mala leche) y acentuó su ridiculez. Muerto el dictador, las cosas se deslizaron casi por inercia hacia lo que, visto desde hoy, resultaba inevitable: un régimen participativo, Europa y la OTAN.

¿Recuerdan aquellas manifestaciones masivas y prácticamente diarias a favor de la democracia? Yo tampoco. Recuerdo mucha gente desfilando ante el ataúd de Franco, recuerdo el silencio multitudinario (no convenía provocar a los “poderes fácticos”, o sea, al poder) tras el asesinato de los abogados de Atocha, recuerdo la manifestación barcelonesa con el lema “libertad, amnistía, Estatuto de autonomía” del 11 de septiembre de 1977, recuerdo el acojone colectivo del 23-F. No hubo ni revolución ni reconciliación. Salimos del paso y ya está.

Suele considerarse que la gran crisis económica de 2008 marcó el fin de la transición. Las famosas dos Españas seguían ahí (Aznar y Zapatero suscitaron odios cervales en una y otra), habíamos comprobado que Juan Carlos I era tan ladrón y tan golfo como Alfonso XIII y la corrupción permanecía engranada en el sistema, como antes, como siempre. El apretón deflacionario sacó a la gente a la calle (no tanta gente como nos gusta pensar: eran pocos pero constantes) y del 15-M pareció surgir algo nuevo.

Ya ven cómo ha quedado aquello que se presentaba como nuevo. Ciudadanos expiró y Podemos vuelve a ser Pablo Iglesias saliendo en la tele. Lamento decir, porque sé dónde escribo, que Sumar es un artefacto tan confuso como pueril. Lo único nuevo resulta ser lo más viejo, Vox, el absceso neofranquista que Mariano Rajoy se sacó de encima como pudo en su momento de mayor debilidad, durante el congreso valenciano del PP.

Creíamos haber dejado atrás el llamado “régimen del 78”, con sus éxitos, considerables, y sus fracasos, profundos. Lo que surgió en 2011 se ha esfumado. Y es posible que en el futuro inmediato nos toque volver atrás y salvar lo salvable del “régimen del 78”, que nos legó desde el divorcio hasta el matrimonio homosexual, pasando por el (aún inexistente en la sanidad pública de algunas provincias) derecho al aborto.

Pensemos en lo de Nietzsche: lo importante es experimentar y, en lo posible, aprender. Gil de Biedma dijo que la historia de España era la más triste porque siempre acababa mal, pero, por suerte o (las más de las veces) por desgracia, se trata de una historia interminable. Siempre habrá tiempo para volver a intentar algo.

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