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'Monomarental': del activismo al BOE

Una madre con su hija.

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El Consejo de Ministros ha aprobado recientemente la ley de familias, impulsada por el ministerio de Derechos Sociales de Ione Belarra. En el anteproyecto de la ley se identifican distintos tipos de familias: familias LGTBI, familias de nacimientos múltiples, familias por adopción… y familias monomarentales. ¿Familias monomarentales? ¿Qué nueva criatura léxica es esta?

La palabra “monomarental” es un término que se usa en algunos ámbitos para denominar a aquellas familias monoparentales encabezadas por una mujer. El concepto viene del feminismo y se propuso como solución a un vacío lingüístico: la inmensa mayoría de hogares en España con un solo progenitor tienen como cabeza de familia una mujer. Estas familias tienen unas características particulares y en ocasiones son receptoras de ayudas o políticas especiales, así que es razonable que hiciera falta tener una forma de referirse específicamente a ellas. “Monomarental” es el término que ha acabado llenando ese espacio. Aunque el término se ha extendido en los últimos años, esta palabra lleva ya un tiempo con nosotros: según el banco de datos de la RAE, “monomarental” se viene usando al menos desde 2001 y en 2008 apareció usada en el BOE.  

Aunque la popularidad del término ha ido en aumento, “monomarental” es uno de esos palabros surgidos al amor del activismo que hace arrugar la nariz a los puristas. A fin de cuentas, la palabra “parental” no significa “relativo al padre”, sino “relativo al progenitor”. De hecho, comparte raíz con “pariente”, que en último término está etimológicamente relacionada con el verbo “parir”. Así que, en principio, “parental” y “monoparental” engloban tanto a padres como madres.

¿Cómo explicar entonces el surgimiento de “monomarental”? Probablemente porque algunos hablantes creyeron ver en “parental” un derivado de “padre”. La confusión es comprensible: la secuencia “pare” que aparece embebida en “parental” nos puede hacer pensar en “padre” (y de hecho “pare” significa directamente “padre” en algunas variedades del castellano o en lenguas con las que convive). Establecida esta falsa filiación entre “parental” y “padre”, los hablantes simplemente aplicaron a “monoparental” la misma lógica que opone la P masculina de “padre”, “papá” o “paterno” a la M de “madre”, “mamá” o “materno”. La capacidad de los hablantes para establecer analogías lingüísticas es imparable, y una vez identificada esa P como una pieza de lego válida, el intercambio con la M para formar “monomarental” es un paso natural.

Pero si en realidad “parental” hace alusión a los progenitores y no viene de “padre”, entonces la palabra “monomarental” es incorrecta, ¿no? En realidad, no. Las falsas filiaciones (sean por equívoco o deliberadas como juego de palabras) son una fuente perfectamente válida de términos nuevos. El procedimiento por el que los hablantes acuñan una palabra atribuyéndole un origen que en realidad es falso se conoce como “etimología popular” y nos ha dado grandes alegrías lingüísticas. La palabra “cerrojo” era en realidad “verrojo”, pero como servía para cerrar, los hablantes crearon la forma “cerrojo” atribuyéndole un falso parentesco con “cerrar”. Las miniaturas se llaman así porque originalmente eran pinturas hechas con óxido de plomo o minio, pero por su parecido con las formas “mini” y “menor” la usamos hoy también para referirnos a cosas de tamaño reducido. Y los hablantes creyeron ver en el bi- de “bikini” el mismo prefijo que significa dos en “bicéfalo” o “bisexual” y lo pusieron a funcionar creando una prolífica familia de palabras como “trikini”, “microkini” o “monokini”, a pesar de que el bikini se llama así por el atolón de Bikini del Pacífico (donde ese “bi” nada tiene que ver con dos).

Lo que estos ejemplos ilustran es que las palabras no tienen un significado o análisis primigenio verdadero en oposición a otros que actúan como moneda falsa: muy al contrario, por errónea que sea la interpretación que los hablantes hacen de una palabra, cuando un análisis ha echado a rodar y ha resultado productivo, será tan real y auténtico como la forma original. Las palabras no son menos válidas por venir de un análisis inventado o erróneo porque lo que dota de validez al término es que los hablantes lo den por bueno y lo pongan a funcionar de forma productiva.

Lo interesante de “monomarental” es que, si el término se afianza (y todo parece apuntar que así será), es previsible que se produzca un pequeño movimiento sísmico lingüístico que reconfigure el espacio semántico de “monoparental”. El término “monoparental” se verá obligado a modificar los límites de la parcela de significado que hasta ahora ocupaba para acomodar a la recién llegada y hacerle hueco. Porque si “monomarental” significa “relativo a un solo progenitor mujer”, ¿qué significa entonces “monoparental”? 

Podemos pensar al menos en dos escenarios posibles. Por un lado podemos conjeturar que “monoparental” se verá inevitablemente arrastrado por la lógica polarizante de “monomarental” y por oposición pasará a entenderse como “relativo a un solo progenitor hombre”. Es decir, la existencia de “monomarental” masculinizará a “monoparental” y los hablantes pasarán a percibir como masculino excluyente lo que hasta entonces englobaba tanto a padres como a madres. En este caso, la ganancia de “monomarental” se hará a expensas de perder “monoparental” como término auténticamente genérico en español (uno de los no tan abundantes términos semánticamente agnósticos en cuanto al género en castellano, a diferencia de los masculinos genéricos como hijos o padres). 

Otra posibilidad es que “monomarental” se quede como una especialización de “monoparental”. Es decir, el término “monoparental” seguiría siendo un término genérico cuyo significado no especifica si el progenitor es hombre o mujer. Una familia monomarental sería entonces un subtipo de familia monoparental. En este escenario, “monoparental” no vería recortado su significado, pero la irrupción de “monomarental” crearía un hueco semántico inesperado: si “monoparental” sigue siendo “relativo a un solo progenitor” sin especificar si es padre o madre, ¿cómo llamamos a la familia monoparental encabezada por un hombre? No hay una solución evidente con la que llenar ese espacio semántico. Quizá todo sea cuestión de esperar a ver cómo se las ingenian los hablantes y qué soluciones proponen. El tiempo dirá. Por lo pronto, la promulgación de la Ley de Familias apuntala la carrera meteórica de este término que se extendió por el activismo feminista hasta llegar al BOE. 

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