El multipartidismo es esto
¿Puede alguien descartar que el Gobierno que se forme tras las futuras elecciones generales sea de coalición entre el PSOE y Ciudadanos, en ese orden o en el inverso? Es algo totalmente posible, dependerá de los escaños que obtengan. Y de la disponibilidad que tenga Unidos Podemos a abstenerse si la suma no alcanza la mayoría. Esas cosas y otras muchas más pueden ocurrir en el escenario del multipartidismo en que la política española ha entrado irreversiblemente. Y hasta es probable que en un futuro no muy lejano el debate político vaya alejándose del terreno de la emoción y la demagogia para entrar en el de la negociación.
Por el momento todo indica que vamos a seguir un buen tiempo en lo que tenemos ahora. En el monotema catalán, en la exageración sin límites, en la explotación de la última chorrada del rival para convertirla en categoría, en la dramatización irresponsable de hechos que significan muy poco, en la muy bien planificada histeria cotidiana que llena unos medios cada vez más vacíos de contenido.
Solo líderes con gran carisma y convicciones muy firmes sobre sus propias opciones podrían oponerse con éxito a la corriente que hoy manda en la política española. Pedro Sánchez no ha demostrado ser uno de ellos. No ha sido capaz de imponerse a sus debilidades internas y a las limitaciones que se derivaban de su reducido peso parlamentario. Y encima se ha llevado un formidable batacazo en Andalucía. Su plan inicial, el de mantener viva hasta el fin de la legislatura la mayoría que le hizo ganar la moción de censura, ha fracasado. Y la unidad de izquierdas se ha quedado en el aire. Sin un gran futuro, además.
Pero ahí no se acaba el mundo. Ni el PSOE mismo. Que aunque de nuevo parezca roto sigue teniendo serias opciones de obtener muchos escaños en las futuras generales y de conservar el poder en no pocas regiones y municipios. Solo o con los mismos pactos que hasta ahora, o con otros nuevos, que ya se verá. No hace falta ser un genio para llegar a acuerdos. Eso es lo que de verdad saben hacer los políticos. Deben sus cargos justamente a que no han dejado de pactar desde el día mismo en que entraron en su partido.
Por otra parte, y aunque da la impresión de que la derecha está arrasando, no todo es oro lo que reluce en esos lares. No hay duda de que ha impuesto su discurso, el del 'Santiago y cierra España' contra el independentismo catalán. Y de que con ese mensaje, y la derrota del PSOE en Andalucía, ha terminado por acogotar al Gobierno, obligándole a cambiar de rumbo sobre la marcha, dejándole un tanto en el limbo, esperemos que por no mucho tiempo. Y haciendo que personajes como Emiliano García-Page diga que es un honor ser entrevistado por El Cascabel de la COPE luciendo una banderita de España en su muñeca.
Esa imposición del discurso es una victoria importante. Pero que no debería ocultar otras realidades menos amables para la derecha. La más relevante, pero no la única, es la debilidad relativa del PP. Que puede agravarse en el futuro. Muchos no parecen haberse dado cuenta, pero el partido que lidera Pablo Casado acaba de sufrir una escisión formidable, que por el momento podría cifrarse en la pérdida de un cuarto o incluso de casi un tercio de su electorado potencial. El que si las cosas no cambian mucho votaría a Vox en las futuras generales.
Ningún partido sufre una sangría de esas dimensiones sin ver gravemente alteradas su dinámica y sus perspectivas de futuro. Y más uno como el PP, que hace nada ha perdido de un día para otro el Gobierno y ha tenido que improvisar una nueva dirección en un proceso que no ha sido ni mucho menos indoloro. Por esas y otras cosas el PP está tocado. No acabado, ni mucho menos, pero sí muy limitado para poder ejercer el liderazgo de la derecha. Y esas limitaciones pueden propiciar sorpresas.
Lo que está ocurriendo en los últimos días en las negociaciones para la formación del nuevo ejecutivo andaluz confirman de alguna manera lo anterior. Ciudadanos se resiste a pactar con el PP sin antes marcar, incluso en tonos duros, sus diferencias con el PP. Lo más probable, casi seguro, es que al final terminarán pactando y se verá entonces cómo se aviene Vox a apoyarles sin perder la cara, lo cual tampoco es tarea fácil. Pero si Albert Rivera consigue lo que parece pretender, Ciudadanos firmará el acuerdo como el partido que toma una decisión que no le gusta nada solo por responsabilidad con Andalucía, para evitar el desgobierno de la región.
Habrá quien diga que esos matices no tienen importancia alguna. Pero se equivocará. Y más porque esa maniobra tiene otro componente, por el momento apenas esbozado. El de que parezca que el imprescindible entendimiento con Vox sea cosa del PP, que a la postre viene de su misma madre, sin que Ciudadanos se haya mojado en el intento. Ambos elementos contribuirán a reforzar la imagen de autonomía del partido de Albert Rivera. Que está muy necesitado de ella tras llevar meses entonando el mismo discurso antindependentista que Casado, y tras no conseguir el sorpasso de su rival en la derecha en los comicios andaluces.
En definitiva que el futuro político inmediato no está ni mucho menos escrito. Como tampoco la fecha de las elecciones. Porque las generales podrían quedarse para otoño si Pedro Sánchez consigue aguantar aún un par de meses, o un poco más, el vendaval que contra él se ha desatado. O incluso para algo más adelante si las municipales y autonómicas no van mal para el PSOE y para Podemos. ¿O es que García-Page y el aragonés Lambán quieren un superdomingo electoral el 26 de mayo cuando todos los que saben dicen que eso les puede hacer perder muchos votos en sus comicios regionales?