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Nathalie Elizabeth Seseña Costello

Nathalie Seseña interpreta a Elizabeth Costello en el Teatro Español de Madrid

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Ver a Nathalie Seseña interpretando a Elizabeth Costello es constatar que hay personajes que nacen para ser interpretados por esa actriz, que no podríamos imaginarlos encarnados en otra persona. Incluso me atrevería a decir que hay actrices que, por vasta y variada que sea su vida artística y profesional, nacen para llegar a interpretar algún día a ese personaje. A Nathalie no le ha costado entender a Elizabeth, convertirse en ella, porque, a pesar de la diferencia de edad entre ellas, a pesar de sus diferencias de biografía y de carácter, la actriz tiene mucho del personaje que interpreta. Basta verla pasear por el centro de Madrid con su perro Pepe; saber que no firma un contrato de trabajo si Pepe no puede acompañarla a los ensayos; conocer a Ruth María del Amor Hermoso, a Margarita, a Aceituna, a Blue, las palomas a las que rescata de la indiferencia general y les devuelve la pata, el ala, el ojo, el apetito, con una perseverancia infatigable y un cariño que proceden del máximo respeto; verla llorar ante las vacas a las que arrebatan sus terneros; verla arrullar en brazos a un cordero. Nathalie Seseña entró en un matadero hace años y toda su vida después ha estado marcada por ese impacto, por la conciencia desde entonces del sufrimiento que los humanos infligen a los otros animales. Por su parte, Elizabeth Costello -que vive en un pueblo de Castilla cuidando gatos y protegiendo a Pablo, considerado un tonto, un degenerado, un desecho social- dice a su hijo que habría que construir un matadero de cristal en medio de la ciudad “para que la gente pueda ver cómo es la muerte real de un animal (…) El verdadero matadero siempre está fuera, y con el acceso restringido. Creo que sería bueno que los niños fueran de visita a los mataderos como van a los museos, eso podría sacudir su alma”.

Cuando hace unas semanas se estrenó en el Teatro Español de Madrid la obra Sobre las vidas de los animales (adaptación por la dramaturga Lola Blasco de los textos del premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee, dirigida por Pepa Gamboa, con diseño escénico de Antonio Marín y la deslumbrante y estremecedora colaboración de los fotógrafos Estela de Castro y Pierre Gonnord), se jugaba la final del mundial de Qatar, así que ese día, como tantos otros, debíamos esperar de la humanidad poco más que una bandera pringosa que cae torcida sobre los hombros, a modo de toga reminiscente de otro imperio. Al acabar la función, quienes no estábamos ante aquellas pantallas mundiales, llorábamos a las puertas de la Sala Margarita Xirgu, a los pies de la plaza de Santa Ana en la que desfallecen las palomas. Estábamos casi en silencio, sobrecogidas aún por la Elizabeth Costello que había encarnado Nathalie Seseña. Nos abrazábamos consternadas y había quien contenía la respiración, intentando encontrar una palabra, buscando cómo digerir lo visto y escuchado, cómo traducir el impacto de la obra en su propia vida animal.

Oí entonces un rugido humano, unos gritos que no sabría decir si eran de júbilo o de guerra, unas carcajadas después. Pasaron varios grupúsculos de animales de esta especie, la voz bronca, el trapo colgante, una determinación irreductible. Y pensé en Nathalie y Elizabeth, en Seseña y Costello, en su fragilidad, en su determinación, tan diferente. En este mundo donde la emoción estalla como estruendo en un estadio, mientras en las granjas, en los mataderos, en los laboratorios, en los zoológicos reina el hondo silencio del dolor, el silencio solo roto por los chirridos de los hierros y los chasquidos de las sogas, por los golpes y las patadas, por los lamentos de las víctimas de ese eterno Treblinka que son las vidas de los animales. No lo digo yo, ni lo dice Nathalie Seseña; no lo dice Elizabeth Costello, ni siquiera Coetzee: que el sistema de producción y consumo humanos es un continuo holocausto contra los otros animales lo dijo el escritor judío Isaac Bashevis Singer, también premio Nobel de Literatura, cuya familia fue víctima del nazismo. Por referirse a ello, tachan de antisemita a Costello; por reproducirlo en el teatro, Seseña asume el riesgo de una incomprensión semejante.

Mientras ambas, Elizabeth, Nathalie, expresan en los libros y el escenario su desolación y su rabia por “la esclavitud de toda la población animal del mundo” (“un esclavo: un ser cuya vida y cuya muerte están en manos de otro. ¿Qué otra cosa son el ganado, las ovejas y los pollos? Nadie habría soñado siquiera con los campos de exterminio si antes no hubieran existido las plantas de procesamiento cárnico”), no solo se sigue repitiendo, día tras día, la matanza de los indefensos (“una matanza que no es distinta en escala ni en horror ni en importancia moral a lo que llamamos el Holocausto”), sino que hemos de asistir, año tras año, a infamias contra las vidas de los animales como el famoso anuncio navideño de Campofrío, donde no aparece uno solo de los animales que sufren y en el que actrices y otras celebridades colaboran con su complicidad en la hipocresía de una empresa que los explota y mata, y produce en macrogranjas que son infernales para los animales, contaminantes del medio ambiente y las aguas, y peligrosas para la salud pública como foco de enfermedades zoonóticas. Esa “herencia”.

Mientras ambas, Nathalie, Elizabeth, nos preguntan, en su tenaz vulnerabilidad, cómo es posible que colaboremos con esa matanza inconmensurable, el Ministerio de Cultura concede la Medalla a las Bellas Artes a una ganadería taurina, trasladando a la sociedad, que debiera ser protegida de toda violencia, la ignominia institucional de seguir considerando cultura la tortura. Mientras ambas, Nathalie, Elizabeth, nos esperan hasta el próximo 15 de enero en el Teatro Español de Madrid para hacernos reflexionar sobre lo que hacemos con las vidas de los otros animales, y consiguen que el público empatice con esas vidas a través del texto y la interpretación brillantes, la Ley de Bienestar Animal que prometió este Gobierno traiciona una vez más a los toros y a los becerros y a las vacas y a los terneros y a los cerdos y a las ovejas y a los corderos y a las cabras y a los pollos y a las gallinas y a los ratones y a los gatos, abocándolos a la desprotección de la ley. Mientras el Gobierno traiciona una vez más a los perros que son mártires en los laboratorios y a los perros que son mártires en los montes secuestrados por los cazadores, abocándolos a la desprotección de la ley. Mientras nos han engañado y traicionan una vez más a la que debiera ser la moral incontestable de nuestro tiempo, Nathalie Elizabeth Seseña Costello se encarna en un solo ser, en una sola conciencia, para convocar a una ética y a un arte que hagan de las vidas de los animales una experiencia menos vergonzosa para nuestra especie, para insuflarnos alma.

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