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El necesario renacer de los sindicatos

Trabajadores del Sindicato de Automoción de EEUU en huelga.

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El sindicalismo y su principal expresión de fuerza, la huelga, parecen casi anticuados, propios de siglos pasados. Esto en el mejor de los casos, porque desde hace años aumenta la desconfianza y hasta el desprecio hacia los sindicatos, a los que parte de los ciudadanos tachan de organizaciones de parásitos y vagos, devoradores de marisco y poseedores de relojes de oro, ineficientes y obsoletos, contrarios a la meritocracia y la indiscutible ley natural del mercado de trabajo. Se denuesta el concepto de justicia social, del que Isabel Díaz Ayuso dice que es un “invento de la izquierda” que promueve “la cultura de la envidia”. Se olvidan, en fin, la precariedad y los bajos sueldos, la competitividad de las empresas basada en el trabajo mal pagado, las grandes ganancias corporativas, las horas extras no remuneradas, la creciente discrecionalidad empresarial sobre horarios y jornadas y las nuevas realidades laborales que afectan sobre todo a jóvenes, mujeres y migrantes .

Por eso es relevante que desde EE UU, el paraíso capitalista por excelencia, lleguen imágenes de trabajadores con megáfonos y pancartas que recurren a la huelga a lo largo y ancho del país. Allí, el tradicional desdén de la clase educada y profesional hacia las unions se está convirtiendo en apoyo debido a la precarización del trabajo y a huelgas como la de los guionistas de cine y televisión. El acuerdo que han firmado después de 147 días no solo trata de las tradicionales cuestiones que nunca pasan de moda, como subidas de sueldos y mejora de prestaciones sociales, también ha reescrito las reglas en torno a la Inteligencia Artificial y la propiedad intelectual de los trabajadores. Las huelgas se han extendido también a las fábricas de coches. United Automobile Workers (UAW), el mayor sindicato americano de automoción, ha convocado paros que afectan a las Big Three del sector, General Motors, Ford y Stellantis, cuyos ejecutivos reciben paquetes salariales de más de 20 millones de dólares mientras que sus trabajadores ganan 16 dólares a la hora.

EEUU vive el nivel más bajo de afiliación de su historia, en torno al 10%, muy alejado del periodo glorioso comprendido entre 1945 y 1970, cuando más de la mitad de los estadounidenses estaban sindicados. Las grandes empresas tecnológicas han contribuido a esta cifra, impidiendo a muchos de sus trabajadores sindicarse. A pesar de ello, el país vive la mayor oleada de organización laboral entre estudiantes universitarios de su historia y una encuesta de Ipsos revela que el 72% de los votantes demócratas y el 48% de los republicanos apoyan a los trabajadores en huelga, cifras que no se veían desde los años 60. Este mes, el propio Joe Biden decidió agarrar el megáfono para arengar a los huelguistas en Detroit, en un acto dirigido a recuperar los enclaves demócratas del cinturón industrial. La movilización sindical es clave para que el Partido Demócrata gane en las grandes ciudades. Donald Trump, consciente del poder de esta imagen, contraatacó apoyando a los trabajadores manuales de una fábrica de Michigan, asentando la idea que este será uno de los campos de batalla de las próximas elecciones.

Razones para el resurgir del sindicalismo hay muchas. Un estudio de los economistas Anne Case y Angus Deaton, de la Universidad de Princeton, vincula el crecimiento de las muertes por alcohol, drogas y suicidio al declive de los sindicatos y la consiguiente pérdida de empleos dignos de la clase trabajadora. Además, un informe de National Bureau of Economic Research (https://www.nber.org/system/files/working_papers/w24587/w24587.pdf) concluye que los hogares en los que los trabajadores están sindicados ganan entre un 10 y un 20% más que los hogares no sindicalizados, y que alrededor del 10% del aumento de la desigualdad estadounidense desde 1968 está relacionada con la caída de la afiliación sindical.

Como todo lo que sucede en EEUU acaba llegando a Europa, y a España, no hay que perder la esperanza de que el recién recobrado prestigio del sindicalismo estadounidense recale en nuestro país. En la OCDE, el 30% de los trabajadores está afiliado a un sindicato, con grandes diferencias entre países, que van del pobre 14% en España hasta el 49% de Bélgica o el 66% de Suecia. La caída de la afiliación que se venía detectando en toda Europa se agudizó con la gran recesión de 2008, por las altas tasas de desempleo y la desconfianza general en las instituciones, sobre todo en España y el resto de países del sur de Europa. Por poner un ejemplo gráfico, en nuestro país los menores de 20 años nunca han vivido una huelga general ni conocen la potencia de la conflictividad laboral.

Es necesario que los sindicatos recuperen la confianza de los más jóvenes, que apenas tienen interés en sindicarse, tratando los asuntos que les conciernen: salarios, regulación de jornada, teletrabajo, días libres, el uso de las tecnologías y de la IA en las empresas, y también las preocupaciones de los falsos autónomos y los trabajadores de plataformas de reparto. Que no pierdan de vista el mundo laboral real y sus carencias, precariedades y desgarros. Pero, sobre todo, es necesario que los trabajadores volvamos a tener la conciencia de clase trabajadora que hemos ido perdiendo progresivamente, que cultivemos la solidaridad y apoyo mutuos en nuestros puestos y empresas, sin tener en cuenta generaciones o sectores productivos. Reconocer lo obvio, que un trabajador solo no podrá nunca conseguir lo que han conseguido 11.000 trabajadores unidos, los afiliados al sindicato Writers Guild of America (WGA) que han cambiado las reglas del juego de la todopoderosa industria de Hollywood.

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