No se va a acabar

"No soporto bien a los que adoran hablar de 'tolerancia cero' ,porque equivale a decir pensamiento cero"
A estas alturas debemos ser legión los que desearíamos ser Moisés y apartar las aguas enlodadas para poder atravesar el fango y llegar a alguna parte. Desesperen, era una metáfora oriental, no habrá milagro. Tendremos que nadar o navegar sobre ellas aunque las sigan agitando hasta que se aviste otro naufragio. Atravesarlas sin rompernos ni mancharnos. Supongo que en eso consiste la vida y ni yo ni nadie vamos a renunciar a vivirla. A fin de cuentas no hay nada nuevo, nada que no relaten las crónicas, los autos generales o nos recuerde la literatura, sólo que a veces creemos haber alcanzado un cierto nivel de sofisticación civilizacional; si tal cosa sucedió fue un espejismo, un baño de razón que quebraron las redes asociales.
No se va a acabar. Sé que es un eslogan reivindicativo que pretende un fin justo pero mi razón me indica que es sólo un deseo de los que tanto rebosamos los humanos: acabar con el mal, acabar con lo injusto, acabar con la desigualdad social y, por supuesto, acabar totalmente con las discriminaciones entre humanos de cualquier tipo. No necesito reivindicar aquí algo que he practicado toda mi vida, incluso cuando no estaba de moda. Doctoras y, curiosamente, doctores de sobra tiene ahora el feminismo. Yo sólo soy una mujer comprometida con los derechos inalienables de las mujeres, sin mayor pretensión. Una lucha que sólo contemplo efectuar desde la perspectiva de la razón, la democracia, la libertad de expresión y los derechos fundamentales inscritos dentro del Estado de Derecho.
No se va a acabar y menos de un plumazo. Lo que no significa que debamos desaprovechar la ocasión de profundizar verdaderamente en los problemas, algo que exige un esfuerzo suplementario al de escoger bando o bajar el pulgar. El mundo del deporte y con mayor intensidad el mundo del fútbol es, en término de Martine Delvaux, un “boys club” de manual. El boys club es omnipresente “desde el patio del colegio de la vida se ha quedado con todo” y “es tóxico y lo contamina todo; es el virus de la arrogancia y la condescendencia del desprecio y la violencia”*.
Así que uno de los objetivos reales y racionales es crear estructuras de control del poder y la mentrificación que se deriva de esa suerte de socialización masculina tradicional. Intentar controlarla, marcarles las reglas, señalar los castigos y las fórmulas de defensa son los caminos democráticos para enmendar las cosas con racionalidad y respeto de los derechos. El “boys club” omnipresente es “una organización que ha excluido tradicionalmente a las mujeres y se encuentra bajo control de los hombres”, en palabras de Noelia Ramírez, “un grupo de hombres que se encuentra en una situación de poder y se sirven de su poder para su propio beneficio, a menudo de forma indirecta”. Las estructuras del fútbol no pueden ajustarse más a la definición.
No se va a acabar, como no se acaban los malos instintos humanos, pero debemos asegurarnos de que quien pretenda ejercer ese poder en detrimento de las mujeres y de sus derechos encuentre su conducta inscrita en un artilugio social y legal válido.
Saben que el fútbol me importa una higa, pero es obvio que las estructuras de las federaciones deportivas son legalmente arenas movedizas sin que a estas alturas yo tenga claro si se trata de organismos de derecho privado o público o mixto porque el debate sobre su naturaleza jurídica es objeto de discusión, sobre la que hay hasta tesis, y que encontró una solución en el TC en 1985 en un sentido y parece que otra diferente que se apunto en 2021 cuando el CSD suspendió las elecciones de las federaciones en aplicación del estado de alarma considerándolas “entidades del sector público”. La cosa la llevó Italia hasta el TEDH que se pronunció.
Sin liarnos mucho, y a la vista de los acontecimientos, el primer paso para acabar con los boys club del deporte pasaría en mi opinión por clarificar la naturaleza privada, pública, mixta o la que fuera y por asegurarnos de que los instrumentos de control interno son tan adecuados a las necesidades de una sociedad democrática del siglo XXI como las impuestas incluso en empresas privadas, de modo que la aplicación de las normas de protección de las mujeres o, incluso, de la dignidad de la representación nacional en el exterior o el control de la corrupción mediante la transparencia estén meridianamente claras y puedan activarse sin que el grupo de miembros del club y su camaradería masculina puedan zancadillearla.
Esta sería la verdadera revolución porque se trata de instituciones origen decimonónico que han pasado por ciertos procesos de modernización que no parecen ser suficientes. No es el único caso dentro de las llamadas corporaciones de derecho público, lo mismo cabría decir de los colegios profesionales. En ambos casos se trata de organizaciones cuya membresía resulta obligada para quienes quieran ejercer una profesión o practicar un deporte profesional.
Transparencia, igualdad, democracia interna, mecanismos de control efectivos, esa paridad ya prevista en la ley, todo aquello que acabe con la perversidad intrínseca del club de chicos y con la injusticia radical que de ello se deriva tradicionalmente para las mujeres. Pero con normas previas, con garantías establecidas, con posibilidad de sortear los contubernios de camaradas de gónadas pero también de asegurar la debida defensa y evitar las presiones y ajusticiamientos tumultuarios .
No se va a acabar o si sucediera probablemente no lo veamos pero la enseñanza es que debemos proteger a las profesionales del deporte y de otros ámbitos de las malévolas dinámicas arrastradas por esos clubes semiprivados de poder masculino.
Eso sí que sería un triunfo democrático y feminista más que cobrarse esta cabeza o aquella. Es sólo una modesta aportación, insisto en que doctoras y, sobre todo, doctores hay para enmendarme la plana. De todo se aprende.
*Martine Delvaux. “Los boys club. Porque los hombres siguen dominando el mundo” Península
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