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No enfadar a la derecha

Fotos de personas desaparecidas por el franquismo

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Cuando murió Franco y llegó la democracia, el Estado optó por un pacto de silencio. No quiso transmitir a través de comisiones de la verdad, de leyes o de sentencias judiciales que la persecución ideológica y las matanzas impulsadas por el franquismo estuvieron mal, muy mal. Ningún Gobierno democrático impulsó proyectos sólidos para romper la impunidad.

Durante casi 40 años de dictadura nuestro país recibió una reeducación sistemática destinada a inocular en la población una cultura franquista. Cuando murió Franco, nuestra democracia no se esforzó en contrarrestar aquel adoctrinamiento con la convicción que merecía, ni en desvelar los crímenes de lesa humanidad perpetrados por los golpistas. Nadie fue pueblo por pueblo, casa por casa -como había hecho el franquismo- para educar en cultura democrática o para explicar que la ausencia de investigación y de condena perpetúa los crímenes.

No es posible entender este país sin tener en cuenta este déficit en cultura de derechos humanos que sufrimos y que da fuelle a las pataletas de la derecha reaccionaria. La Transición estuvo condicionada por una correlación de fuerzas desigual, en la que las amenazas del franquismo trazaron las dinámicas. Se optó por 'pasar página', dejando en la estacada a cientos de miles de víctimas del Régimen y creando un relato equidistante que perdura hoy en día.

Para tener contenta a la derecha, se hizo la vista gorda ante asesinatos perpetrados durante la Transición por sus sectores más extremos y se elaboró una Constitución que no reconoce al sistema democrático anterior como antecedente. Algunos señores que se las daban de muy respetables defendieron la quema de documentos y la vigencia de una Ley de Secretos Oficiales de origen franquista que llega hasta hoy, lo que nos sitúa en márgenes muy alejados de los mínimos europeos en acceso a la verdad y en transparencia.

Cuando algunos colectivos, desde la sociedad civil, empezaron a realizar las primeras exhumaciones de personas asesinadas y desaparecidas por el franquismo, se produjo la intentona golpista de 1981, así que, para que no nos dieran otro susto, aquellas iniciativas se suspendieron y no se retomaron hasta este siglo, también gracias al impulso de la sociedad civil, porque el Estado seguía caminando de puntillas y dando la espalda a las víctimas. Y así, con el miedo a enfadar a la derecha, hemos llegado hasta nuestro días.

Por el empeño en no enfadar a la derecha, autoridades respetables que dicen defender la Memoria Democrática emplean términos como 'víctimas de la Guerra Civil' para referirse a todos por igual. Unos defendieron un golpe de Estado y perpetraron crímenes de lesa humanidad; recibieron por ello respeto, justicia y reparación desde 1939 y a día de hoy no se les puede ni juzgar ni acusar. Otros respaldaron un sistema democrático, en muchos casos ni siquiera lucharon en un frente de batalla y a día de hoy siguen sin recibir verdad, justicia y reparación. Pero ¿qué mas da eso?

Con el mismo patrón se sigue permitiendo que la justicia no acuda a las exhumaciones a dar parte de los crímenes, evitando así oficializar una verdad que sigue siendo demasiado clandestina. Para no enfadar a la derecha, el Estado sigue apostando por negar justicia a las víctimas del franquismo, negándose una y otra vez a derogar la Ley de Amnistía, como solicita Naciones Unidas. El Anteproyecto de la futura Ley de Memoria Democrática persiste en el mismo error. No vaya a ser que algún franquista termine siendo investigado por la justicia española y la derecha se moleste.

Para no enfadar demasiado a la derecha se optó por escenificar un funeral de Estado para sacar al dictador del Valle de los Caídos, con retransmisión en directo desde la televisión pública durante horas, en un día en el que todos nos aprendimos los nombres de los integrantes de la familia del dictador, trajeados en solemne acto junto a las autoridades del Gobierno presentes. Para tenerlos contentos se trasladaron los restos de Franco a otra sepultura pública que seguimos pagando con nuestros impuestos.

El mensaje transmitido durante más de 40 años de democracia ha protegido a los criminales y a los negacionistas de los crímenes del franquismo. Pero además ha divulgado impunidad de forma transversal. A través de ella el Congreso sigue manteniendo medallas a franquistas mientras aparta de su escaño a un diputado elegido en elecciones democráticas sin que ninguna sentencia judicial lo haya ordenado. Del mismo modo, para no enfadar a la derecha se mira hacia otro lado ante las conductas sospechosas del rey emérito o se protege a gente como el torturador franquista Antonio González Pacheco, quien murió sin ser juzgado y obtuvo protección privilegiada de la justicia cuando esta ordenó que no se grabara su rostro.

La pulsión en este país no orbita alrededor de la defensa de los derechos humanos o de una cultura democrática. No. Circula en torno a los estándares marcados por una derecha que no alcanza los cánones europeos y que cuando no gobierna es capaz de actuar en contra de los intereses del país, porque su patriotismo está íntimamente ligado a un sentido de propiedad privada exclusiva de la nación: o mía o de nadie.

Hay en este empeño en no enfadar a esa derecha una sumisa aceptación de la amenaza implícita, una resignación ante la intimidación, una parálisis ante el que más crispa. La sombra del que más grita sobrevuela por encima de valores democráticos y es eso lo que le da poder, lo que le permite colocarnos una metafórica pistola en la sien.

Mientras Naciones Unidas nos pide que nos guiemos por los estándares internacionales en derechos humanos, la vara de medir habitual sigue estando marcada por ese empeño en no enfadar a la derecha, y es esto lo que la fortalece una y otra vez. Este es el terrible nudo gordiano que explica nuestro presente, que lo condiciona y lo aplasta.

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