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Hacia una nueva normalidad, poco normal

Andrés Ortega

Que una alcaldesa, como Manuela Carmena en Madrid, vaya a trabajar en metro o en un coche sencillo sin escolta forma parte de la normalidad en muchos países de Europa, donde los concejales o diputados no suelen disponer de vehículos oficiales. No tanto que muchos de los que la votaron –o que no lo hicieron– descubran que una persona como Guillermo Zapata iba en su lista. El aberrante sistema de listas es un problema, con el que hay que acabar. Para las elecciones a la Comunidad de Madrid, las listas eran de 129 nombres, inmanejables para cualquier elector, ni abriéndolas ni desbloqueándolas. Hay que cambiar de sistema como condición necesaria, si bien no suficiente, para acercar la política a los ciudadanos.

Tras el 24M y las negociaciones para formar gobiernos municipales y autonómicos, va despuntando una nueva normalidad, no por ella exenta de problemas, pues es una nueva normalidad nada normal. Normal, y tranquilizante es que, por ejemplo, en Donostia/San Sebastián Bildu lo haya hecho tan mal que los electores hayan decidido que deje de gobernar la ciudad. Normal es que Ciudadanos pacte en un sitio con el PSOE y en otro con el PP. O que los socialistas también tengan una política de geometría variable, con una gran excepción: con el PP no. Y sin embargo, esta última anormalidad –a la que ha contribuido en buena parte el propio PP– presagia complicaciones para después de las generales, cuando el sistema de partidos está cambiando y no se ha abierto ni la perspectiva de un Gobierno de izquierdas, ni de uno de moderados (que muchos empujan), y los populares solos no va a tener mayoría suficiente.

Lo que no es normal, por los patrones europeos, es la proliferación (con algunas excepciones, la más evidente la Comunidad de Valencia, aunque hay otras) de apoyos externos, en vez de formarse gobiernos de coalición, que generan más estabilidad. Se debe a que todos están mirando ahora a las generales y a que los pactos son a menudo entre partidos que compiten por un mismo espacio electoral, en los que unos suben mientras otros bajan, con el PSOE ante un reto doble al tener que recuperar a la vez por la izquierda y el centro. Pero no se sabe qué puede pasar con los apoyos locales en lugares importantes después de las elecciones generales.

Pese a su enorme caída (tres millones de votos o 26% de lo obtenido en 2011), los dos grandes partidos no se han hundido el 24M. Han bajado, pero resisten pese a las encuestas que en un momento dado situaban a Podemos como primer partido. Tras el 24M los dos grandes partidos están volviendo a subir en las encuestas. Aunque el PP ha vivido en un espejismo: el que en 2011 generó su enorme victoria en poder en las municipales y autonómicas de mayo, y las generales de noviembre, cuando el PSOE se hundió. Pero el bipartidismo como tal sistema está muy tocado. La nueva normalidad, muy diferente de la anterior en que los partidos en el Gobierno nunca bajaron de 160 diputados, puede consistir en dos partidos (PP y PSOE) con entre 100 y 130 diputados cada uno, dos emergentes ya emergidos por detrás con 25 a 50 diputados, más una plétora de otros (Convergencia, PNV, Compromís, etc.) que contarán a la hora de formar coaliciones de gobierno o al menos parlamentarias.

Podemos está revisando su estrategia para las generales, después de presentarse fuera del Congreso tras el Debate sobre el Estado de la Nación como “la” oposición. A Podemos le han funcionado mejor las candidaturas de unidad popular en coalición con movimientos sociales en las municipales que la marca propia en las autonómicas, pero Iglesias quiere ser el candidato. Y tiene que integrar la realidad de lo que está pasando con Grecia.

Ciudadanos también está rehaciendo su estrategia, no sólo, pero también, porque algunas encuestas que manejan los partidos les otorgan una notable subida en Cataluña. Pero lo que no generará normalidad, para el conjunto de España, es el hundimiento del PP allí, pues dificulta toda solución general y particular. Está por ver qué efecto en Cataluña y en España la batalla general por el patriotismo, bandera mediante (¿por qué Pedro Sánchez no añadió la europea?), tema que recuperó estratégicamente Pablo Iglesias.

En Cataluña, parte del paisaje de la nueva normalidad es que en la acogida a Ada Colau en la plaza Sant Jaume el día de su investidura, no hubiera prácticamente banderas independentistas, las esteladas, (como tampoco las hubo en las manifestaciones del 15M en Barcelona en 2011 y después). Algo se está recomponiendo a este respecto bajo el efecto Podemos y Ciudadanos (o una posible lista Catalunya En Comú que apunta con fuerza en la encuesta de El Periódico), que ha producido un tirón que también ha llevado a la separación entre Convergencia y Unió, y posiblemente a otras reconfiguraciones, como la lista de unidad soberanista del presidente Mas. No va a ser simplemente un choque entre soberanistas y no soberanistas y españolistas. La crisis y la corrupción llevan a volver a plantear el tema económico y social, y de la reforma de la política, frente al identitario.

Esta nueva normalidad, que incluye una normalización de la Corona, se está fraguando con un cambio en las reglas políticas. Por ejemplo, las que ha aceptado Cifuentes para gobernar en Madrid. Ese empuje hacia una reforma del sistema político, y hacia una mayor preocupación por los efectos sociales de la crisis y de una recuperación socialmente muy desigual, hay que atribuírselo a la aparición de los nuevos partidos y movimientos. Son ya parte del paisaje de la nueva normalidad, que es necesariamente cambiante y volátil, y cargada de dureza en una campaña que ya ha empezado. Eso es lo normal ahora. Estamos en cambio, no en revolución.

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