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¿Qué ofrece el PP?

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una sesión plenaria en el Senado el pasado 26 de abril

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La oferta electoral del PP se ha reducido prácticamente a una sola idea: la de acabar con Pedro Sánchez. En los últimos tiempos sus exponentes la repiten como si hubieran dado con la piedra filosofal que habría de llevar indefectiblemente al poder. Pero por pocas vueltas que se le dé a la cosa, es un concepto tan pobre y tan obviamente artificial, sacado de la manga porque no había otra cosa, que no cabe augurarle demasiado futuro. La derecha tiene que ponerse a trabajar duro para encontrar una propuesta más sólida y articulada para enfrentarse a las elecciones generales. Y no parece que lo está haciendo.

La pobreza argumental de las intervenciones de Núñez Feijoo en el debate del Senado de esta semana confirma que el PP no se está preparando todo lo bien que le haría falta para enfrentar ese reto. Ni una sola idea fuerza, salvo la citada, claramente heredera del “¡váyase, señor González” de Aznar, ni un solo proyecto que distinga a un proyecto de derechas como el que se supone que tiene el PP. Hasta la tradicional reclamación de un recorte de impuestos suena cada vez más desvaído. Eso sí: todo lo que hace el Gobierno, sin la mínima excepción o matiz, está rematadamente mal y buena parte de ello nos aboca al abismo.

Desde que los datos económicos empezaron a dar un respiro al Gobierno, y eso empezó hace ya seis meses, Feijoo se ha quedado sin la bandera catastrofista que venía agitando casi desde que llegó al poder en el partido. Aunque la situación no es ni mucho menos tan de color de rosa como la pintan en La Moncloa, no parece que, por el momento, haya amenazas serias para la estabilidad económica. Y los extraordinarios beneficios que están anunciando algunas grandes empresas confirma que existe todo menos miedo por esas alturas, que son las que deberían inspirar las actitudes del PP.

Está claro que ya hace algunas semanas Núñez Feijoo ha asumido esa realidad: la de que se ha quedado sin discurso. Pero también que no tiene un argumentario alternativo. Lo del anti-sanchismo visceral es una salida de urgencia. Pero carece de la fuerza necesaria para aglutinar un discurso. Primero, porque Pedro Sánchez no es tan antipopular como sería preciso para que esa campaña tuviera la consistencia necesaria.

Su figura, por mucho que los corifeos del PP se esfuercen día tras día en demonizarla, no genera una animadversión particular en la opinión pública, incluidos algunos sectores no particularmente de izquierdas. Bien es cierto que tampoco entusiasmos desbordantes entre su electorado, como sí suscitaba, en algunos periodos, Felipe González.

Pero también porque las iniciativas políticas de Pedro Sánchez nunca han pasado de ser reformas de tono moderado de cosas y situaciones que con un mínimo esfuerzo de racionalidad aparecían evidentes, cuando no necesarias, más allá de su concreción. El líder del PSOE es todo menos radical y su estilo, sin duda muy estudiado, está justamente orientado a evitar rechazos sustanciales.

Es evidente que ahora está crecido. Seguramente porque siente que la cosa le va bien, que frente a él no hay obstáculos insuperables y que la oposición no es un gigante imbatible. De todos modos, no debería pasarse de optimista, que eso no gusta a la gente, salvo a los más adictos. Y menos en España.

Pero ese riesgo existe. Sobre todo, porque el PP aparece cada día menos firme y más confuso, por no decir débil. ¿Cuánta culpa tiene de ello el liderazgo poco entusiasmante de Núñez Feijoo? Seguramente mucha. El líder del PP no mejora ni su solidez ni su credibilidad. Y no se ve cómo puede modificar ese sino que ya empieza a ser un rasgo característico de su mandato. Se diría que cada vez le gusta menos salir a la palestra y que sufre cuando ha de hacerlo algo más del tiempo que duran sus apariciones puntuales, eso sí cotidianas, que hace en las televisiones, meros eslóganes prefabricados que repite sin añadirle ninguna chispa de su parte y con una sonrisa tímida que cada día le cuesta más lucir ante las cámaras.

¿Van a hacer algo, él y sus asesores, para conseguir que supere esa tibieza antes de que empiece la campaña de las generales, en la que justamente se exigen líderes que parezcan dispuestos a comerse el mundo y que se crean sus mensajes como si les salieran de las entrañas?

Habrá que verlo. Pero si no ocurre, el PP tendrá un problema, seguramente el más serio de todos, para ganar esas elecciones. No poca gente del PP empieza a tener serias dudas de ello. Hasta el punto de que en algunos niveles del partido ha empezado a difundirse la especie de que el partido no tendrá más remedio que encontrar rápidamente un candidato alternativo. Y hay quien cree que esa persona podría ser Isabel Díaz Ayuso, sobre todo si, como auguran las encuestas, arrasa en Madrid el 28 de mayo. 

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