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Esta opinión no está embargada

Las distribuidoras de cine deciden en muchas ocasiones a partir de qué fecha se puede publicar la crítica de una película.

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Nuestro jefe de Opinión ha decidido publicar esta columna hoy, guiándose por sus propios criterios. Lógico, así debería ser siempre. En cambio, en la información, no siempre somos los periodistas los que decidimos cuándo lanzar una noticia, un artículo o una crítica. A veces nos obligan desde fuera y nosotros lo aceptamos, cada día con mayor frecuencia.

Se llama embargo y lo imponen desde los gabinetes de prensa de las instituciones, las áreas de comunicación de las universidades, las agencias y las oficinas de promoción de eventos y productos culturales. Incluso los gobiernos nos proporcionan algunos discursos antes de que se pronuncien, a condición de no decir ni pío hasta la hora convenida. Ellos nos facilitan un acceso previo a la información siempre y cuando nos comprometamos a no publicar hasta que se levante el embargo: un día y una hora que ellos deciden. ¿Por qué hacen eso?

El principal motivo es asegurarse un impacto lo más potente posible. Como crear un trending topic pero utilizando a la prensa. Otro de sus argumentos es no favorecer a un medio por delante de otro y así tener buena relación con todo el mundo, sin favoritismos... A no ser que un embargo oculte precisamente lo contrario: que se ha pactado la exclusiva con un medio y todos los demás vamos embargados. ¿Cómo es posible que aceptemos esto?

¡Buena pregunta! Esta práctica de proporcionar información embargada viene del mundo científico, donde tiene cierto sentido. Universidades e instituciones facilitan sus investigaciones a los medios de comunicación antes de su publicación de manera adelantada para que tengamos tiempo de leerlas y entenderlas con profundidad. No es una labor sencilla. No lo hacen solo por altruismo, por supuesto. Con esta voladura controlada también consiguen aquello otro que decíamos antes: impacto. Piensen por qué una noticia científica de alcance tiene un hueco en todos los telediarios el mismo día a la misma hora: nadie quiere ir tarde.

Por qué los medios aceptamos esto era una buena pregunta pero no la hemos contestado. Hacerlo supone cierta autocrítica. Lo aceptamos porque, si decimos que no, no podríamos informar sobre algo que consideramos relevante para nuestros lectores. Si nos saltáramos el embargo y publicásemos antes de la hora prevista no creo que nos demandaran pero sin duda nos borrarían de la lista de correo de esa institución o gabinete. ¿Merece la pena romper la baraja?

Cuando hablamos de cierto juego limpio en la circulación de la información, donde todos trabajamos con el mejor acceso posible a ella, para comunicarla de la mejor manera posible, nos parece aceptable hacer ciertas concesiones. Ahora bien, cuando empezamos a detectar que los embargos no responden a esas reglas del juego que buscan la igualdad entre participantes sino más bien a las necesidades de las campañas de promoción de los productos culturales, quizá empezamos a dudar sobre las implicaciones de seguir firmando esas hojas de embargo.

La semana pasada, la distribuidora de Megalodón 2 no nos facilitó un visionado previo de la película hasta el día anterior al estreno. Los periodistas digitales somos gente rápida, internet nos ha obligado a ello, pero una cosa es darse vidilla con una noticia de última hora, y otra construir una crítica cultural en una tarde, reduciendo el tiempo para pensar, analizar, revisionar otras obras, hacer llamadas o realizar lecturas. Para colmo, a los periodistas que acudieron al pase se les hizo firmar un embargo a sus informaciones: no podrían decir lo que pensaban de la película hasta el mismo día del estreno, a las seis de la mañana. De esta manera, los periódicos en papel son los mayores perjudicados, pues no podrían publicar la crítica de la película en el día del estreno, lo que es la práctica habitual. Los espectadores, lectores de estos medios, que fueran a verla el viernes, lo harían a ciegas. Si las críticas de esa película fueran negativas se podría reducir, al menos un día, el impacto en la taquilla. (Presuponiendo que la crítica cultural sigue teniendo capacidad de influir, pero eso es asunto para otra columna). Un plan maestro, ¿verdad?

Esta práctica que tan habitualmente vemos en el cine, la encontramos también en la música y en el sector editorial, aunque de manera menos agresiva. Estas imposiciones casi siempre las realizan los grupos de mayor poder, porque saben que mueven material informativo que interesa a muchísimas personas y también saben que nosotros no vamos a escatimar a nuestros lectores una información que les interesa de manera mayoritaria.

Es difícil avanzar en esta situación. Individualmente, un medio no puede enfrentarse a toda una industria; una acción colectiva, ya sería otro cantar. Tampoco podemos dejar de informar sobre aquellos asuntos que consideramos relevantes. Lo que sí podríamos hacer es aplicar algo de transparencia a estos mecanismos invisibles en la relación entre las empresas productoras de contenido y los medios de comunicación, para que así nuestras lectoras y nuestros lectores sepan por qué a veces publicamos no cuando queremos, sino cuando debemos. Y que sean ellas y ellos los que se hagan una opinión al respecto.

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