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¿Quién será la oposición?

Andrés Ortega

En las cavilaciones de los partidos políticos es una pregunta que pesa. Es esencial en democracia, al menos tan como la entendemos en un sentido luhmanniano, de acuerdo con el gran sociólogo (1927-1998) alemán. No es la política vista como una relación amigo/enemigo de Karl Schmitt, sino abierta por arriba entre mayoría y oposición. Es verdad que hay países plenamente democráticos donde impera el consenso (como Suiza, incluso con la extrema derecha). La oposición se relativiza mucho en el contexto europeo, pues un gran acuerdo dibuja el marco en la UE dentro del cual el margen de maniobra es restringido. En general, la integración europea, sobre todo en la Eurozona, y la globalización han reducido este margen para los gobiernos nacionales, lo que constituye un problema aún no resuelto para la democracia.

Para los socialistas, es una pesadilla pensar que Podemos se quede como única oposición en España, pues en tal situación este movimiento tendería a crecer. No hemos salido aún del marco de la austeridad europea y aún quedan recortes por hacer (aunque hay margen de maniobra para hacerlos de una manera o de otra, y a un ritmo u otro). Podemos, como ha dejado claro Pablo Iglesias desde sus primeras tomas de postura tras el 20D, no es un partido de oposición (como lo fuera Izquierda Unida, e incluso una parte del PSOE, nunca su liderazgo) sino de poder: le da tanta importancia a ocupar carteras como a impulsar un programa de gobierno, aunque está por ver qué pasará en la recta final antes de que se dispare la convocatoria automática de elecciones. Podemos es aún un partido en formación, como se ve con lo que está ocurriendo en su seno, y en una consolidación que sería más complicada desde la oposición. Para el PP, la pesadilla es pasar ellos a ser la oposición, frente a un Gobierno PSOE-Ciudadanos con, por ejemplo, la abstención de Podemos. Tal posición, mal gestionada, llevaría casi automáticamente al fin político de Rajoy y a una encarnizada batalla por el poder en el seno del Partido Popular, con familias y proyectos enfrentados. Y a Pedro Sánchez se le abrirían muchos problemas para su liderazgo en el PSOE si quedara en la oposición. Ciudadanos es el que parece tener menos prisa, y ahora se considera un catalizador de poder.

Estos días ha estado en Madrid invitado por su embajada y a instancias de Agenda Pública, Tjeenk Willink, quien actuara en varias ocasiones de informateur (palabra francesa) para propiciar coaliciones de gobierno Países Bajos. El informador es una figura interesante (aunque algo ha cambiado desde 2012) pues el suyo es 'un país de minorías', y ningún partido ha logrado, al menos desde la posguerra, una mayoría suficiente para gobernar en solitario. Para Willink, “el objetivo de una elección no es lograr una mayoría en el Parlamento”, sino conocer cómo está la sociedad. La labor de formar gobierno viene después, y la del informateur consiste en buscar terrenos de entendimiento en programas y reparto de carteras, y sugerir un posible primer ministro, un formateur de gobierno, al monarca. Aunque los casos son diferentes -formalmente en España la investidura es de un presidente del Gobierno, difícil de desbancar después salvo proponiendo otro u otra en su lugar (moción de confianza constructiva)-, se pueden aprender muchas cosas de la experiencia holandesa que responde más a usos que a normas constitucionales.

Dos reflexiones de Willink son especialmente interesantes. La primera, que los acuerdos de coalición suelen incluir políticas que no lograrían apoyo mayoritario si no fueran parte de un gobierno de este tipo. Es decir, que las medidas necesarias pero impopulares son más fáciles de conseguir entre diversos partidos políticos que por uno solo. Segunda reflexión interesante derivada de su experiencia es que hay que fijar el programa de gobierno de los primeros seis meses, pero más allá, sólo fijar enunciados generales. Pues no se sabe si se van a poder cumplir, y además, la situación cambia muy rápidamente, como hemos visto que ha ocurrido en España en los últimos ocho años.

De todas formas, y volviendo a la oposición en la que nadie quiere estar y en la que algunos no quieren que otros estén, este país va a necesitar para resolver algunos de sus problemas grandes acuerdos de reforma constitucional, política, económica, social e incluso territorial que van a relativizar algo el concepto de oposición porque todos, o casi todos, van a tener que colaborar. ¿Lo haría el PP desde la oposición? En la nueva situación de comunicación social, también hay más participación de la ciudadanía, como oposición desde las redes sociales y diversos movimientos. Pero limitándonos a los partidos, lo dicho: quién se quede en la oposición puede tener a la larga no tanta importancia como quién entre en o apoye al Gobierno, pero mucha para definir los futuribles a medio y largo plazo.

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