La Riviera radiactiva

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“Primero viene la fuerza, luego llega la paz”, ha proclamado el genocida Netanyahu tras los ataques de Estados Unidos a Irán. Suena a máxima militar romana, si vis pacem, para bellum, quién se lo iba a decir al sionista de Yahvé, pero es que todo imperio destruye por la fuerza y llama paz a la destrucción. En los últimos días, Trump y Netanyahu han estado haciendo un teatrillo pseudotolstoiano sobre la guerra y la paz, donde Netanyahu representaba la guerra, mientras la paz era el de la gorra de MAGA, con lo que queda todo dicho. Querían que resultara creíble y se extendió la idea de que Trump evitaría la guerra porque sólo le interesa el dinero, que sí, pero cabe entonces preguntarse dónde está el dinero y cómo se consigue. Los misiles Tel Aviv-Teherán nos hacen olvidar la Riviera palestina, planteada por estos señores de la guerra como territorio de gran desarrollo turístico donde, sin ir más lejos, la semana pasada decenas de personas, muchas de ellas menores de edad, fueron asesinadas o heridas mientras esperaban la falsa ayuda humanitaria, controlada por Estados Unidos e Israel, en las colas del genocidio. “Encontré una ciudad de ladrillo y dejé una de mármol”, dijo Augusto sobre Roma, y quiere repetirlo el emperador Donald en Gaza, salvo que el mármol se erigirá, no sobre los ladrillos, sino sobre sus escombros.

Hasta que cayeron el telón y las bombas. Un par de horas después de que las Fuerzas Armadas estadounidenses atacaran tres de las principales instalaciones nucleares iraníes, el emperador Trump llamó a Irán “matón de Oriente Medio”, olvidando que fue Israel quien inició a principios de junio la ofensiva contra Irán: el actual intercambio de misiles se desencadenó tras un ataque aéreo de Israel contra instalaciones nucleares y bases militares en Irán, así como contra altos mandos científicos nucleares iraníes. A la aspiración de Netanyahu de destruir Irán se suma ahora Trump, que no ha consultado su decisión con el Congreso de los Estados Unidos, del que, por tanto, no ha recibido la imprescindible autorización, por lo que no es solo una decisión violenta, sino netamente antidemocrática. Y, como era de esperar, Irán ya ha respondido con nuevos bombardeos a Israel y el anuncio de nuevas acciones bélicas “de consecuencias permanentes”. Es decir, las consecuencias propias del uso de armas nucleares, de bombas atómicas. Puede que, ante tales peligros, se inicie una desescalada del conflicto, pero arriesgarse a que no sea así, exponer a algo así a la población de la zona y al mundo en general, merece mucho más que el reproche internacional.

Dicen los expertos militares que no existen pruebas concluyentes de que Irán posea armas nucleares, bombas atómicas, aunque sí dispone de la tecnología, los materiales y el conocimiento necesarios para fabricarlas en un plazo relativamente corto de tiempo. Irán insiste en que su programa nuclear tiene fines pacíficos, orientados únicamente a la producción de energía y a usos médicos. Como firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP del que posiblemente se salga ahora), niega estar desarrollando armamento nuclear, pues al firmar dicho Tratado se compromete legalmente a no fabricar ni adquirir armas nucleares y a someterse a inspecciones internacionales. Si Irán ha logrado enriquecer uranio a niveles elevados y para fabricar un arma nuclear se requiere uranio enriquecido, se deduce que podría construir armas nucleares en poco tiempo. No parece descabellado, después del doble ataque sufrido (por parte de Netanyahu y por parte de Trump); lo descabellado es que ya hablemos de ello normalizando las posibilidades extremadamente violentas y destructivas de su uso. La comunidad internacional, nos dicen, sigue de cerca la evolución del programa nuclear iraní y la respuesta del país a los ataques de Israel y Estados Unidos. Pero la “comunidad internacional” no hace nada para evitar esta escalada, al contrario: pretende aumentar el gasto en defensa. Como si, frente a la bomba atómica, haya defensa alguna.

Llama moralmente la atención que, ante un desastre de semejantes dimensiones –la dimensión del daño que provoca el uso de armas nucleares o una fuga radiactiva por el ataque a instalaciones nucleares–, se esgrima como un alivio que el daño “solo” sería local, que las consecuencias serían graves para la salud y el medio ambiente, pero “solo” en Irán. Como si la salud y el medio ambiente iraníes no importaran tanto como los de Mar-a-Lago o Beit Aghion. Nos dicen que no se ha detectado un aumento de la radiación en Irán ni en otros países del Golfo, pero también advierten de un “riesgo latente”, cuyos efectos solo se conocerán en unos años. En fin, lo que es el riesgo nuclear. La destrucción, la enfermedad, la muerte que implica el riesgo nuclear. Quizá tales efectos lleguen a detectarse dentro de unos años en la Riviera palestina, la Riviera letal, si antes no se logra frenar el avance del colonialismo, el genocidio de su población legítima. Una Riviera que no será de mármol sino de tejido maligno, de células cancerosas. Moralmente, acaso físicamente, una Riviera radiactiva.