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En esta pandemia ¿hay alguien al volante?

Viñeta Pedro Sánchez

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Indignación, hastío, desasosiego, enfado, hartazgo, ¿resignación? Bueno, resignación todavía no del todo. Ayuso dice que va a investigar los centros de salud porque hay sanitarios que no quieren arrimar el hombro y Pedro Sánchez acaba de reunirse para pedir la mascarilla en exteriores y la población, entre otras cosas, estamos fatal de los nervios.

No sé vosotros pero hace unos meses yo tenía bastante ilusión por estas navidades y el próximo 2022. Me esperaba unas navidades más… pre-pandémicas. Recuerdo una conversación con una amiga mía este verano, en la que me decía que ya se estaba viendo el final del túnel, que se notaba en el ánimo de la gente. Recuerdo la felicidad al vacunarme y pensar ¡libertad! (Pero no esa que vende Ayuso), ya puedo abrazar y besar sin miedo, ya puedo viajar libre…  Y ahora, tras ver un poco cómo está el patio, me río de mi ingenuidad. La ilusión que tenía se ha convertido en desasosiego. 

Tengo la sensación de que somos el caballo que corre tras la zanahoria que cuelga de un palo, y que, si la alcanzamos esforzándonos (ojo, que esforzarse no es correr más, sino perseverar hasta que a la cuerda le dé por girar a nuestro favor) el jinete le agita el palo, y hala… a seguir corriendo. Y lo peor, que el jinete realmente no sabe hacia dónde vamos, mientras el caballo corre, salta, se cae dentro de un bache (¡ah! y culpa del caballo por no ver el bache). Al principio, la zanahoria era bajar los contagios y aliviar la sanidad colapsada, después la zanahoria eran las vacunas, después… de nuevo la sanidad colapsada y parece que esto va a seguir así ad infinitum. Porque el virus mutar, mutará. Porque por la sanidad, hacer hacer, no se ha hecho nada. Porque aunque la gente no esté muriendo como en las cifras de la primera ola, el alarmismo también sigue en cifras realmente altas. Pero ah, culpa nuestra que nos hemos relajado. Siempre culpa nuestra.

Cuando trabajaba en consultoría, nuestros jefes solían decirnos que había que manejar las expectativas de los clientes, uno no puede echar de menos o estar insatisfecho de lo que no se le ha ofrecido. Y el sobreprometer equivale a la insatisfacción del cliente. Y yo, como ciudadana que ha obedecido, cumplido y cumplido (os digo, he sido más papista que el papa), siento que se me ha sobreprometido ( A la vez que pienso, hija mía, son políticos ). 

El mensaje que recibimos la población de a pie es contradictorio, confuso y alarmista, la tuitera Ana Caos tiene un hilo muy bueno sobre ello.

Un “obedece estas cosas que son algo chungas que es por el bien de todos, pero aunque obedezcas las cosas no irán bien”. ¿Entonces en qué quedamos? ¿No teníamos derechos y deberes? Porque parece que solo hay deberes.

Nuestras expectativas, nuestra ilusiones y nuestra moral se ha ido minando cada vez que los dirigentes toman decisiones que parecen que en lugar de guiarnos hacia algún lugar seguro, están echando las runas y cantando “la esperanza dice quieta, hoy quizás sí” (Oreja de Van Gogh for ever). Y como resultado, a finales del 2021 aunque conocemos más y mejor al bicho, tenemos medidas dudosas, una población descontenta, y una sanidad de nuevo saturada en plena pandemia. Suena un fin de año fantástico. Sinceramente, el día en que salgamos de la pandemia, me imagino a políticos poniéndose medallitas a la vez que por dentro piensan: “Ni idea de lo que hemos hecho pero ha funcionado”.

Mi amigo Chenta Tsai me preguntó ayer por teléfono: Quan, ¿has pensado cómo quieres verte dentro de un año? No supe responderle. 

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