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El partido feminista tutelado por un ex masculino

La ministra de Igualdad, Irene Montero y la de Derechos Sociales, Ione Belarra, conversan durante un acto en favor de la erradicación de la violencia contra la Infancia y Adolescencia

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En el óleo “Pollice Verso”, que significa pulgar girado, el pintor francés Jean-León Gérôme dibujó en 1872 un anfiteatro en el que un gladiador esperaba la decisión del emperador para afrontar su destino. El pueblo sacaba el puño y extendía el dedo pulgar hacia abajo, lo que se interpretó como el final. Aquella imagen sirvió de inspiración en muchas películas para indicar el momento de la muerte.

El mismísimo Ridley Scott reconoció haber tenido en mente aquel cuadro cuando dirigió Gladiator. Pero años después, y gracias a los yacimientos arqueológicos de la época romana, supimos que la costumbre extendida de bajar el pulgar en señal de desaprobación era errónea porque, en realidad, en los combates entre gladiadores cuando el derrotado pedía clemencia, el pulgar hacia abajo significaba que el contrario debía envainar la espada y dejar libre al oponente mientras que el gesto contrario significaba que debía acabar con él.

Desde que Pablo Iglesias decidió meterse a comentarista -que no es lo mismo que periodista- no hay una mañana que no nos regale una clase de ética periodística. Lo que está bien y lo que está mal. Lo que es noticia y lo que no. Quiénes hacen bien su trabajo y quiénes no pasarían de primero de facultad. Quiénes son progres, quiénes fachas y quiénes unos vendidos. Él decide en qué mesas de debate hay que sentarse, quiénes son las mejores o peores compañías y cuáles son los medios dignos o no de ser leídos. Sube o baja el pulgar a modo de perdonavidas y, luego, ya es su legión de incondicionales quien repite el gesto y lo extiende a modo de amplificador por las redes sociales. La misma estrategia que practica la ultraderecha.

Iglesias está en su derecho de opinar como guste, recomendar lo que le venga en gana o derrapar por las curvas que le permitan los medios de comunicación que le pagan y, sobre todo, los/las dirigentes del partido cuya máxima responsabilidad dejó porque movilizaba “los afectos más oscuros y contrarios a la democracia”. La frase es suya, del día en que dio un paso atrás consciente, según afirmó, de que su presencia no contribuía a sumar para que el proyecto de Unidas Podemos pudiera “consolidar su peso institucional”. Y se comprometió públicamente a no ser un tapón para la renovación de liderazgos que debía producirse en su organización. 

Liderazgo por cierto, no hace falta recordar, que él mismo decidió que fuera femenino tanto en la secretaría general del partido como en la futura candidatura a la presidencia del Gobierno. Ione Belarra y Yolanda Díaz. A una y a la otra ha pretendido marcarles desde el primer día el camino por el que debían transitar, si bien en el caso de la vicepresidenta con escaso éxito. Más que tapón ha supuesto para ambas una pesada losa.

Sin entrar en quién tiene razón o no, el duro y ya indisimulado enfrentamiento con Díaz no ha hecho otra cosa que dividir aún más a una izquierda ya de por sí atomizada. Nada hace presagiar la más mínima posibilidad de entendimiento porque el desafecto es mayúsculo y muy pocos apuestan hoy por una candidatura liderada por la vicepresidenta con presencia de las líderes formales de Unidas Podemos. 

Pero lo que llena de más perplejidad aún es que en un partido feminista, con una secretaria general mujer -Ione Belarra- y una número dos también mujer -Irene Montero-, permitan sin rechistar que sea un ex secretario general y vicepresidente del Gobierno- quien les marque el paso a seguir. El macho alfa, al rescate de las mujeres. Y ellas, silentes.

Ha pasado desde que Iglesias se marchó sin irse y ha vuelto a pasar esta semana con motivo de la polémica sobre la Ley de Libertades Sexuales impulsada por el Ministerio de Igualdad que dirige Montero. La aplicación de la norma más favorable para los condenados y su retroactividad si les beneficia es un principio básico del Derecho Penal, pero Iglesias ha vuelto a ver una conspiración machista contra la ministra del ramo impulsada por jueces, periodistas, medios y hasta dirigentes políticos de izquierdas que han sido triturados todos por sus huestes tuiteras.

Cuando Iglesias dejó la primera línea, su hiperliderazgo empezaba, según reconoció él mismo, a ser dañino para los morados. Hoy el estropicio parece irreparable. Para el proyecto de Yolanda Díaz, sin duda. Pero también para Unidas Podemos, para Ione Belarra y para Irene Montero, quien hace cinco años irrumpió como figura emergente de la izquierda alternativa en su papel de portavoz parlamentaria y hoy languidece, además de por errores propios, por la tutela y numantina defensa que hace de ella quien se resiste a salir del foco. Pero luego, recuerden, que solo los jueces son los machistas.

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