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No pasa nada: están negociando

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de su reunión para abordar la investidura.

Carlos Elordi

Para algunos, particularmente los periodistas que tienen que contar algo todos los días, es desesperante que pasen los días sin que haya noticias que indiquen por dónde van a ir los tiros en el panorama político. Pero es lo que hay. Una situación tan compleja como la que genera el multipartidismo exige tiempo y muchas idas y vueltas hasta llegar a soluciones. Miles de cuadros políticos están trabajando en ello. Hay que tener paciencia y fijarse en un dato básico: en las últimas semanas no ha ocurrido nada que se desvíe significativamente de la senda que marcaron los resultados del 28 de abril y del 26 de mayo.

Salvo las sorpresas de Burgos y de Huesca y el revolcón de Imbroda en Melilla, el signo político de los ayuntamientos ha sido sustancialmente el marcado por los resultados. Los saltos a derecha e izquierda de Ciudadanos también estaban en el guion (otra cosa es la imagen que está dando ese partido). La mayor irregularidad, y no es pequeña, es el guirigay de Madrid. Que todo indica que tiene su origen en las dudas que a última hora han podido asaltar al partido de Albert Rivera sobre los riesgos que supone entregarse de pies y manos al PP y a Vox. Y seguramente también a que el nuevo alcalde, Martínez-Almeida, y su equipo no son un prodigio manejando los hilos de la política.

Dejando al margen lo que pueda ocurrir en Madrid, en donde las cosas solo pueden arreglarse si alguien se desdice, ahora es el momento de la formación de los gobiernos autonómicos. Casi todo es previsible, salvo en Navarra y en Canarias y quién sabe si también en Aragón, en donde los socialistas podrían hacerse con las presidencias. Todo normal, por tanto, también en este capítulo.

Ese triunfo tan generalizado de la lógica aplicación de los resultados debería impulsar a seguir con mucha calma y sin ningún aspaviento también el paso siguiente, esto es, el proceso para la formación de una mayoría de investidura del presidente Sánchez y de su futuro gobierno. Pero eso no está ocurriendo. A falta de noticias en este terreno, salvo apuntes sin mucha trascendencia que, además, pueden verse desmentidos al día siguiente, lo que se está produciendo es una especulación desenfrenada sobre lo que puede ocurrir.

Es difícil decidir qué es lo que más está influyendo en ello. Si el nerviosismo de unos periodistas acostumbrados desde hace unos cuantos años a que prácticamente cada día haya una noticia bomba, o casi, y que se sienten un tanto perdidos cuando la actualidad sólo les permite esperar. O la presión que sobre los medios hacen día tras día los gabinetes de comunicación de todos los partidos que están negociando. Con mensajes que lo único que sirven es para confundir aún más al personal, lo cual, seguramente, es lo que pretenden.

De nada vale decir que situaciones de incertidumbre como esta son lo normal desde hace décadas en aquellos países donde no existe bipartidismo, que son la mayoría de los europeos, y que allí la gente está acostumbrada a no ponerse nerviosa antes de que llegue el final. Porque las cosas hay que vivirlas en primera persona y de nada vale la experiencia comparada. El multipartidismo, la existencia de múltiples agentes políticos con capacidad de influencia sobre el resultado último, es una novedad en España. Y llevará un tiempo adecuar nuestras valoraciones políticas a esta nueva situación. Que va a durar. Digan lo que digan los catastrofistas sobre el futuro de Unidas Podemos y de Ciudadanos.

Por lo que sabe, y no por lo que se supone, el PSOE y Unidas Podemos están negociando. Y van a seguir haciéndolo. De ahí puede salir un acuerdo o no. Lo que está claro es que lo que declaren públicamente los exponentes de una y otra parte tiene muy poco valor indicativo de cómo van las cosas. Esas declaraciones no son sino instrumentos para generar ambientes que pueden influir en la negociación.

Lo importante es lo que se diga en la mesa y tanto o más que eso el cómo se diga, que para un buen negociador, y esperemos que los haya entre los que se están reuniendo, puede ser el mejor indicador de las intenciones últimas del interlocutor. Y de todo este último apartado no sabemos nada. Y si las cosas se hacen medianamente bien, no lo sabremos hasta el último momento.

¿Es eso desprecio a la opinión pública? Para nada. Es lo que tiene que ser, salvo para aquellos que creen que la política se tiene que hacer en la plaza pública, a los ojos de todo el mundo, y que eso puede funcionar. Conviene asumir esta realidad, porque es la que va a mandar aún durante varias semanas.

Y vayamos ahora a las preguntas. Parece ser que el mayor punto de desacuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos es la entrada o no de representantes de esta última fuerza en el gabinete. Seguramente alguno de los puntos del programa del futuro gobierno son tanto o más conflictivos que ese. Pero de eso no se habla. Pero seguramente es de lo que más se discute y no parece fácil llegar a acuerdos entre partidos que, en principio, piensan tan distinto sobre unas cuantas cosas. Y cuando los poderes económicos, que tanto habrán de influir sobre la marcha del futuro gobierno, están ojo avizor.

¿Puede, con todo, haber acuerdo? Sí. Si hay concesiones importantes en el terreno programático. Y si las posturas sobre la entrada de miembros de Podemos en el ejecutivo se reblandecen por ambas partes. Nada indica que eso no vaya a ser posible. Y, sobre todo, nada indica que ninguna de las partes esté dispuesta a llevar las cosas hasta la ruptura que más pronto o más tarde llevaría a nuevas elecciones. El coste político de una decisión como esa sería terrible para ambos, por mucho que trataran de echar la culpa al otro.

En las últimas horas, prácticamente de la nada, ha llegado la idea de que ese acuerdo se produciría sólo después de una primera investidura fallida, esto es, allá por el mes de octubre. Es una hipótesis que no tiene sentido alguno. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tienen todo el tiempo necesario para llegar a un entendimiento desde hoy hasta que se celebre la primera sesión, lo cual debería ocurrir a mediados de julio. Y si no lo consiguen para entonces, ¿por qué habrían de hacerlo a la vuelta del verano? Entonces sí que podría hablarse de tomadura de pelo a la ciudadanía.

A no ser que ambas partes prefirieran dejar pasar el tiempo hasta que se conozca la sentencia del 'procés'. Porque entonces Esquerra tendría las manos más libres para dar vía libre al nuevo gobierno mediante su imprescindible abstención a cambio de compromisos de actuación de éste en el nuevo escenario catalán que la sentencia crearía. En teoría podría ser. Pero también el tiro podría salir por la culata. Mejor quedarnos en el muy corto plazo.

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