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La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
Illa ganaría con holgura y el independentismo perdería la mayoría absoluta
Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar
ZONA CRÍTICA

Patriotismo de pulserita y sofá

Pere Aragonés y Pedro Sánchez se saludan durante el acto del aniversario de Foment.

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Oriol Junqueras es un político complicado. No es fácil saber qué piensa porque le gusta jugar al despiste y no solo con los periodistas. Dotado de una capacidad de oratoria envidiable, trabajada en la escuela italiana en la que se formó y en las clases que impartió en la universidad como historiador, nadie le tose en ERC. Un control sobre el partido que ningún otro líder había sido capaz de ejercer con tanta comodidad hasta el momento. En 2017, Carles Puigdemont le encargó la organización del referéndum, una misión más que envenenada, pero que los republicanos asumieron sabiendo que podía tener consecuencias penales. Hubo dirigentes del partido de Puigdemont que decidieron no hacerlo por miedo o porque no lo veían claro. Pero fue también la ERC de Junqueras y Marta Rovira la que dejó tirado al entonces president cuando tras el 1-O pretendió convocar las elecciones que tantos problemas hubiesen evitado, problemas políticos y también personales para la mayoría de ellos.

La memoria es frágil y la de los políticos es especialmente selectiva, pero ayuda a entender algunas de las reacciones que ha provocado la carta en la que Junqueras aparca la vía unilateral y apoya los indultos. El secretario general de Junts, Jordi Sànchez, con quien el líder de ERC comparte ahora cárcel, fue de los que en otoño del 2017 desde su cargo en la ANC más se opuso a la declaración unilateral de independencia. Insistió hasta el último momento en que había que convocar elecciones. Ahora ha contestado al escrito de Junqueras recordándole su comportamiento en esos días e incluso las 155 monedas de plata que siempre perseguirán a Gabriel Rufián. “Invito a hacer autocrítica también sobre estos comportamientos que tantas heridas dejaron en el independentismo”, ha resumido el nuevo líder de Junts a modo de dardo en su artículo.

Rufián ha cambiado de opinión y Junqueras también. Pero no ahora. Hace tiempo que los republicanos han ido adaptando su discurso a la realidad. Y eso no debería ser reprochable. Lo criticable eran los mítines en los que auguraban una independencia exprés y una capacidad de enfrentamiento al Estado (entendido como todos los poderes que lo integran) imposible. Era la Freedonia de Groucho Marx, la que Puigdemont en privado dijo que no estaba dispuesto a presidir por ser una entelequia. Nadie quería admitir en público el engaño y el coche acabó despeñado. 

Junqueras y Puigdemont habían hablado ya meses antes del 1-O de los planes que tenía cada uno. Ambos sabían qué haría el otro llegado el caso. Situados en el peor de los escenarios que imaginaron, uno se quedó y el otro se fue. Puigdemont se convirtió en la bestia negra para el PP, PSOE y Ciudadanos, no solo por haberse ido a Bruselas sino por demostrar que la justicia europea no interpreta del mismo modo que la española, al menos hasta el momento, la actuación de los dirigentes y activistas independentistas. Falta un pronunciamiento relevante para la imagen exterior de España, el del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) de Estrasburgo.

Las circunstancias han ido cambiando y también algunas estrategias. Pedro Sánchez, el mismo que en algún momento suspiró por un apoyo de Ciudadanos que le permitiese ningunear los votos de los independentistas, el que prometió traer a Puigdemont, sabe que el partido de Arrimadas ha acabado como era previsible, siendo una sucursal del PP. Y Miquel Iceta y Salvador Illa le han ayudado a entender que el PSOE no es ni puede parecerse al PP cuando se trata de abordar el conflicto catalán. Illa ha ganado las elecciones, entre otras razones, porque su promesa fue mirar hacia adelante e intentar restañar heridas. Sánchez tiene Presupuestos, así que el apoyo de ERC y Junts en el Congreso no es imprescindible para que pueda sobrevivir en lo que queda de legislatura. Pero si aspira a repetir como presidente sabe que no puede mirar hacia otro lado.

A la derecha le da igual lo que pase en Catalunya porque, a diferencia de los socialistas, no conseguirá gobernar en esta comunidad. Lo que quiere, como siempre que está en la oposición, es regresar a la Moncloa al precio que sea. Ni José Luis Rodríguez Zapatero traicionó a las víctimas de ETA cuando acabó con el terrorismo ni Sánchez es cómplice de ningún golpismo, en expresión que ni el Supremo ha avalado pero que sigue apareciendo en discursos y editoriales. El patriotismo de pulserita de la derecha española es solo comparable al de una parte del independentismo, ese que desde el sofá o desde cargos que no implican ningún riesgo, acusa a Junqueras de ser un traidor por descartar una vía, la unilateral, cuyo fracaso quedó demostrado. 

La alternativa a abrir un diálogo entre ambos gobiernos es cronificar el problema o empeorarlo aún más. El agotamiento que existe en la sociedad catalana, vote lo que vote, se constata en los sondeos. Así que no hacer nada o repetir errores del pasado no debería ser una opción para ningún partido. Tampoco prometer nuevas arcadias en burbujas virtuales cada vez más virtuales.

El camino iniciado por Sánchez y ERC es muy complicado y lleno de trampas. Los puntos de partida están muy alejados. A un lado de la mesa se pide un referéndum y en el otro la propuesta pasa por recuperar el Estatut y mejorar la financiación. Se necesitará tiempo y voluntad. Bienvenidos a la política.   

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