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El periodismo que amamos

Periódicos.

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Desde la adolescencia me han gustado los periódicos. Como en otros hogares, mis padres leían en Madrid un periódico matutino y otro vespertino. El telediario era una cita obligada; sin embargo, la radio tardé mucho en descubrirla.

Semanalmente llegaba una revista distinta, pero súper atractiva para mí porque era casi como un libro, pero con muchas fotos exóticas, Der Spiegel. Suscitaba cierta controversia entre mis tíos y tías paternos, ya que no entendían que mi padre la leyese en España. La explicación que me daban, cuando les visitaba en verano, era que tras leerla uno se sentía peor. Entonces aprendí también que había periódicos que en vez de leer se estudiaban, como el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Aunque no estudié Periodismo, ya en la universidad escuché a Antonio Fontán, uno de los primeros catedráticos en la materia y último director de El Diario Madrid, cerrado por orden del Régimen de Franco, que un universitario que se preciase de serlo debía leer con regularidad varios periódicos en varios idiomas.

Stephan Zweig recuerda en sus memorias, tituladas El mundo de ayer, que en los grandes cafés de la mejor Viena cada día se podían llegar a leer periódicos en treinta y cinco idiomas. Seguro que ya existían las fake news y también los Putin de turno; sin embargo, las múltiples fuentes surtían el efecto de un antídoto. Hoy nos las dan, en vez de con queso, con global English.

Mi trabajo docente me ofrece la extraordinaria ocasión de tener en el aula a muchos periodistas y directivos de medios, y a colaborar con no pocos de ellos. Al cabo de los años sigo pensando que su trabajo tiene una gracia especial. Cuando les visito en las redacciones me recuerdan al patio del colegio. La noticia y la columna exigen una tensión que te ayuda a sentir el inconfundible latido de la vida, el ahora de ahora. Nada para, todo pasa. Valle Inclán decía que escribir para el periódico le avillanaba el estilo; Ortega y Gasset confesaba, sin embargo, que tras estudiar a Kant en Marburgo, dedicar años a pergeñar artículos salvó el suyo.

No entiendo a las personas que, tras una entrevista, se quejan de que el periodista no haya reflejado sus palabras como a ellos les hubiera gustado. Por definición, me pongo del lado del periodista; tampoco he pedido nunca revisar las mías antes de publicación; las erratas, en general, mejoran los mensajes, porque les dotan de un realismo inaudito. Además, si las quinielas se rellenasen los lunes no tendrían la gracia del riesgo.

Recientemente, Fernando Belzunce, director editorial del Grupo Vocento y estupendo alumno, me invitó a escuchar una conversación con Emilio García Ruiz, director del San Francisco Chronicle, que antes ocupó puestos de responsabilidad en periódicos como el Washington Post. Dijo muchas cosas interesantes y relevantes para periodistas jóvenes y no tan jóvenes, y para todos los quisieran prestarle atención, sobre la desinformación y la digitalización.

Ahí va mi versión literaria de algunas de sus ideas:

1. Hay que dirigirse al lector como es hoy, no como debería de ser, en el formato que le interesa, no en el que no le interesa. Y lo demás son canciones.

2. O eres digital, o no serás; o sea, o cambias, o te cambio. No hay tiempo para un romanticismo mal entendido en la profesión.

3. Si el medio no interesa, los ciudadanos no pagan, y cerrará. El cobijo de estas líneas virtuales muestra que se puede si se quiere.

4. Allí donde los periodistas no cuentan lo que pasa, otros contarán lo que no pasa. La mejor transparencia es la que aguante una portada independientemente del tiempo transcurrido.

El periodismo que amamos es una carrera apasionante para personas con salidas.

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