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Periodismo al servicio del poder

Rosa María Artal

Empieza a establecerse como costumbre que un partido político –casi siempre el mismo- elija a qué periodistas se digna hablar. La novedad es que , Federación de Asociaciones de de España, da la razón al partido y no al periodista al que el PP negó la entrada a una rueda de prensa. La proliferación de periodistas y de medios inclina también a los teóricos representantes de los profesionales a aconsejar que los digitales se agrupen en un pool en el que acceda una sola persona representando a varias. Así, estos políticos a los que les gusta llenar estadios de adeptos no se agobian con la presencia de tantos informadores. Y puestos a elegir, mejor primar a los medios tradicionales que a esas moderneces digitales.

agrupa a más de 60 asociaciones de la prensa y es común entre los periodistas críticos comentar las peculiaridades de estas entidades. La mayoría de ellas festeja al patrono, un santo, San Francisco de Sales, por supuesto con la celebración de una misa. Santa, naturalmente. Pareciera que dominan los asociados más conservadores. Por tanto, las opciones para su dirección se limitan de forma notable. Suelen ser todas del mismo signo, más o menos moderado.

Mi larga experiencia con , la de Madrid, acredita que eluden pronunciarse sobre malas prácticas del periodismo. “No somos un colegio profesional”, argumentó la anterior directiva ante una petición expresa. Por eso, quizás, un asociado elevó recientemente la cuestión a para ver de constituirse como tal. La presidenta actual, Carmen del Riego, explicó que se lo habían preguntado al presidente de de Madrid, Ignacio González, y que había respondido: “no soy partidario”. Ahí se zanjó la cuestión. Si Ignacio González no es partidario, no hay más que hablar o no se dijo nada más al respecto. Ignacio González es partidario en cambio de “fijar límites” a los medios. Sin embargo, se le invitó a presidir y hablar en una entrega de premios de periodistas que concede la APM

Sevilla al menos sí cuenta con Colegio Profesional de creación reciente y otras provincias o comunidades lo están intentando. Algunos periodistas –sobre todo los que bregan en la calle- buscan sindicarse para ser defendidos de las agresiones policiales. De ésas que denuncia Amnistía Internacional. en cambio, también cedió al uso de chaleco identificativo de los reporteros –como si las calles españolas fueran escenario de un conflicto bélico- “en acontecimientos que requieran la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado”. Es decir, suelen ser en las manifestaciones de protestas contra las medidas del gobierno. Es de carácter voluntario y a menudo ha servido para que sus portadores reciban palos.

Hace años a un político, a un ministro recién cesado de mala manera por ejemplo con la consiguiente incomodidad, ni se le ocurría negarse a una entrevista periodística. Las noticias –al menos en de algunas etapas de eran los hechos y no qué político presidía el acto de inauguración. No todos los directivos sucumbían a las presiones que el poder suele ejercer para mantener sus privilegios (más presión cuanto más indebidos sean estos).

Pero pronto le tomaron la medida al molesto oponente. Empezaron exigiendo aparecer en las televisiones públicas según los votos de las últimas elecciones. La práctica se extendió y se pasó a ofrecerlos pesados y medidos en sus declaraciones –que no noticias- como si los medios fueran oficinas de prensa de los partidos. De ahí a todo lo que llegó: “ruedas de prensa” sin preguntas, o sea, espiches unilaterales. Ruedas de prensa sin réplica, peores si cabe. Las comparecencias en plasma y toda esta degradación del periodismo que lleva a que ni llame la atención que avale el veto de un partido a un periodista y que pueda elegir a quién responde y a quién no. ¿Qué más queda por entregar en esta cadena de cesiones? ¿La censura previa? ¿La autocensura? ¿Escribir al dictado? a esto último ya ha llegado una buena porción. Mucho tiene que ocultar quien doblega de esta forma al periodismo. Si es que es periodismo lo que algunos ejercen.

Los partidos son un servicio público. Sus miembros electos, la representación de la soberanía popular. Viven de nuestros impuestos –algunos de alguna cosilla más bajo mano-. Pero no se comportan como tales. Con la connivencia de los propios periodistas que se quedan en salas de las que deberían salir cuando son insultados, cuando es insultada la ciudadanía a la que ellos prestan o deberían prestar voz.

El fenómeno no es únicamente español aunque aquí la caspa lo agrave y singularice. Contaba Iñigo Sáenz de Ugarte que al New York Times el gobierno le coló su propaganda disfrazada de noticia. Quizás la diferencia es que allí la defensora del lector bramó ante el atropello deshaciendo el entuerto. En España las voces del amo no rectifican, reinciden.

La de periodista es hoy una profesión tan despreciada en España como la de político. A ello han contribuido también, de forma categórica, los presuntos debates televisivos que, en buena parte de los casos, se han poblado de auténticos desechos del periodismo e incluso del criterio racional. Bufones al servicio del poder enfrentados a periodistas serios, a veces, para dar la apariencia de que allí se trata de aclarar algo. Basura que se permite insultar con la mayor bajeza. Un circo, un espectáculo en busca de audiencia y réditos, en absoluto inocuo.

Cada año mueren decenas de periodistas auténticos, muchos son también secuestrados. Cada día, desde múltiples lugares, hay periodistas trabajando porque esta sociedad atribulada sepa a qué se enfrenta y encuentre las claves para afrontarlo. Sin duda no son ni los más conocidos, ni los mejor pagados, -aunque también los hay en ese tramo-, pero si todavía muchas personas pueden informarse con esta labor merecerá la pena seguir en la brecha.

Otro periodismo, periodismo sin más, hubiera ayudado a paliar la descomunal estafa que llaman crisis. Más vale reaccionar tarde, que nunca. Los periodistas, los jóvenes sobre todo, deberían reflexionar sobre la necesidad de tomar parte en asociaciones de profesionales para renovarlas y alejarlas de la complacencia con el poder o al menos de la cueva de los dinosaurios. Y, desde luego, la sociedad precisa, de una vez, plantearse qué lee, qué escucha y qué ve. Su exigencia lograría cambios. Para el conjunto. También para ese sector acrítico al que algunos medios o programas alimentan con mayor mimo, porque es el que permite que todo siga como está, con los mismos perdedores y con los mismos beneficiarios. Al servicio del poder.

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