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Por un periodismo de soluciones

Michel Roccati, paciente que sufre de paraplejia, camina por el Complejo de la Escuela Politécnica Federal de Lausana tras haber recibido un implante en la médula espinal. EFE/Escuela Politécnica Federal de Lausana

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Cae la tarde en el cerro de Guarramillas, más conocido como La Bola del Mundo, en la sierra de Madrid. Un grupo de aficionados al senderismo esperamos la puesta de sol, que será primero dorada, luego anaranjada y al final de un veloz color rojo. Una mujer joven comenta que cada vez lee menos noticias. 

Ésta es la anécdota. Para la categoría, un dato: en España el interés por las noticias ha caído 30 puntos en los últimos siete años, del 85% al 55%. Se trata de una tendencia mundial. Esta semana se ha hecho público el Digital News Report 2022, de Reuters y la Universidad de Oxford, sobre el estado de los medios de comunicación en 46 países. Los resultados del informe son concluyentes. Los ciudadanos, saturados de información, cada vez buscan más sus temas de interés, y no la información general. La gente huye especialmente de la guerra de Ucrania, la pandemia, la inflación. Algo así me decía mi compañera de puesta de sol: “Acabas harta de tanta desgracia”.

Durante décadas, uno de los pilares del periodismo era el célebre axioma “good news are no news”, las buenas noticias no son noticia. El sensacionalista que todos llevamos dentro tendía a interesarse más por las catástrofes que por los benefactores de la humanidad. Nos atraían las noticias negativas por lo mismo que se da el efecto mirón: cuando hay un accidente en el carril de al lado queremos saber qué ha pasado. 

Todo eso ocurría cuando la información era un lugar al que ir: un periódico, un rato de radio o el Telediario. Ahora que vivimos en la infocracia global, por decirlo como Byung Chul Han, en nuestros cerebros ya no cabe una catástrofe más. 

Los geólogos usan la palabra “colmatar” para referirse al acto de rellenarse una depresión del terreno con sedimentos transportados por el agua. Por la hondonada de nuestro cerebro circula un caudal inacabable. Nuestras vidas giran en torno a estímulos de información: imágenes de Instagram, el sonido de un podcast, los insultos de un tuitero o las imágenes de TikTok. Y ese torrente deja una cantidad de sedimentos con los que el cerebro, literalmente, no puede. De hecho, el motivo aducido por muchos de los encuestados para el informe es justamente el efecto negativo que tienen las malas noticias sobre su estado de ánimo.

La solución para mucha gente es desconectar. En el mejor de los casos, se confeccionan un menú de personas o temas a los que prestar atención: un podcast de psicología, un par de periodistas especializados en medio ambiente y una revista de moda. No puedo criticar a quienes se retiran de las noticias consideradas importantes, yo misma lo he hecho algunas temporadas por pura supervivencia cognitiva. Sin embargo, la suma de decisiones individuales de desconexión tiene consecuencias para el conjunto. 

En nuestras sociedades narcisistas, vale la pena recordar la definición del psicoanalista Theodore I. Rubin: “El narcisista se convierte él mismo en su propio mundo y a su vez cree que el mundo entero es él”. No se me ocurre un retrato mejor de lo que sucede hoy, agravado por las redes. Casi todos opinamos que nada de lo nuestro debe ser ajeno a los demás y, al mismo tiempo, nada de lo que nos afecta recibe la suficiente atención. Lo común se relega. 

Muchos de mis colegas periodistas creen que la idea de dar “buenas noticias” no sólo es naíf y poco profesional, sino que esconde la taimada intención de proteger a los poderosos, al no exponer sus desaguisados.

Quizá no sea una cuestión de qué noticias dar, sino con qué enfoque abordarlas. Desde hace algún tiempo está sobre la mesa el periodismo de soluciones. Se trata de una manera de informar que no oculta los problemas sociales ni las crisis, sino que narra la historia de quien ha encontrado una solución, el país que ya ha testado una forma mejor de abordar el desafío, la institución que está consiguiendo mayores avances. Busca las evidencias reales. Y lo cuenta. 

El periodismo de soluciones no pinta un mundo de color de rosa, simplemente cuenta otra parte que es tan real como el problema: las posibilidades de solucionarlo. Un ejemplo de ProPublica recogido por la web thewholestory.solutionsjournalism.org ilustra bien el asunto. El titular de la noticia reza: “Brasil muestra que se puede cultivar caña de azúcar sin contaminar el aire”. El video y el texto comparan la situación en California -donde al quemar caña se genera humo y cenizas que afectan a comunidades de bajos ingresos- con la forma de hacerlo en Sao Paulo. Allí una ley de 2002 obliga a eliminar las quemas previas a la cosecha y hace años se realizó una transición para cultivar la caña sin dañar la salud de las personas ni la economía. El enfoque de la noticia aporta evidencia de que la posibilidad de no contaminar existe y es tan real como las malas prácticas. 

El periodismo de soluciones no es optimista ni divulga un abaratado pensamiento positivo. Simplemente ensancha la imaginación común, aporta conocimiento útil, pone en valor la innovación social y multiplica el poder de transformación política. Muestra, con hechos, cómo hacer para que las cosas realmente sean mejores. Alivia a nuestro ánimo de la sensación de impotencia y le concede algo más de esperanza. Lo que más necesitamos.

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