Un periodista solo, un solo periodista
No sé si me sentí más ridículo o más cabreado. Eran las diez y media de la mañana del pasado lunes y había acudido a la planta de Coca Cola situada en la localidad madrileña de Fuenlabrada. Los trabajadores, que mantienen desde hace cuatro años una lucha para recuperar sus puestos de trabajo, habían convocado allí a la prensa. Querían que acompañáramos al nuevo secretario general de Comisiones Obreras, Unai Sordo, en la visita que iba a realizar a la fábrica y que pudiéramos así corroborar o no que la multinacional mantenía paralizada la actividad, incumpliendo varias sentencias judiciales.
Mi intención inicial era empaparme de Coca Cola, informativamente hablando, para, posteriormente, escribir un artículo de opinión como este, sobre ese largo y enrevesado conflicto laboral. Un ajuste de última hora hizo que eldiario.es me pidiera, ya que estaba allí, que cubriera la visita y mandara una crónica ese mismo día. Por un momento retrocedí 15, 20 o 25 años en el tiempo y sentí el mismo cosquilleo que cuando seguía los plenos del Congreso de los Diputados, las reuniones políticas en Génova y Ferraz o las huelgas sindicales en las calles de Madrid. Era consciente de que no se trataba, ni mucho menos, de la noticia del día, pero confieso que me sentí feliz… aunque no por mucho tiempo.
El jefe de seguridad de la planta me devolvió al mundo real al informarme de que no podría pasar; había recibido órdenes de impedir la entrada a los periodistas. Fue entonces cuando, después de protestar un rato, empecé a buscar colegas entre las decenas de trabajadores que ya se concentraban en la puerta de la fábrica. Mi objetivo era aunar fuerzas entre todos los informadores para presionar al máximo, e intentar que nos levantaran el veto. Busqué y rebusqué, pero solo veía camisetas rojas de Coca Cola En Lucha. Por fin encontré a dos fotógrafos: “Yo trabajo para el sindicato”, “yo soy un currante de la fábrica”, me dijeron uno tras otro. Tardé unos minutos en asumir que si no encontraba a nadie… era porque no lo había. Mientras Sordo pasaba el control de seguridad; me quedé a este lado de la barrera… y me sentí muy solo.
Desde ese momento no he parado de reflexionar sobre lo ocurrido. Era obvio que no estábamos ante una gran noticia, pero era un acto protagonizado por el líder de uno de los dos sindicatos más importantes de este país. ¿Es normal que ni siquiera la agencia pública EFE estuviera allí? Siendo un conflicto que afecta a más de 180 familias del sur de Madrid… ¿es lógico que no acudiera ni un solo medio local, ni tampoco la televisión y la radio que pagan con sus impuestos todos los madrileños? «No le des más vueltas, Carlos, —me dijo la compañera de uno de los trabajadores de Coca Cola—. Esta empresa mueve muchos millones de euros en publicidad y los medios de comunicación coméis de eso».
Estoy convencido de que no le faltaba parte de razón a esa mujer de pelo corto que ha perdido su salud por defender el puesto de trabajo de su marido. De hecho, si me siento orgulloso, periodísticamente hablando, de trabajar en eldiario.es es porque son nuestros socios los que, con su apoyo, nos permiten trabajar en completa libertad, a salvo de presiones insanas. Sabiendo la importancia que tiene “la pela”, es decir de la publicidad, era consciente de que esa no era la única causa de mi soledad. La política del ahorro salvaje, en medios humanos y materiales, desarrollada por los dueños y gestores de la mayoría de los medios de comunicación hace que demasiadas noticias se “cubran” desde la distancia, con una llamada telefónica o incluso copiando, sin contrastar, la nota de prensa enviada por el gabinete de comunicación de turno. Buena parte de los máximos responsables de nuestras televisiones, radios y medios digitales solo piensan en obtener mayor audiencia, número de oyentes o clics con el menor coste posible. Dirigen medios como podrían dirigir fábricas de automóviles o churrerías industriales. Solo les importa la productividad directa, es decir los beneficios económicos, y la indirecta, la que logran al jugar desvergonzadamente con la línea editorial de sus medios para conseguir favores políticos y/o empresariales.
Todo esto se traduce, además, en salarios de miseria, contratos precarios y condiciones laborales patéticas. Nada diferente de lo que sufren la mayoría de los gremios en nuestro país; el problema es que el periodismo es un pilar básico de la democracia, tan vital como lo es, por ejemplo, el poder judicial. ¿Aceptaríamos que nuestros jueces se sometieran a los caprichos de unas empresas patrocinadoras o que estuvieran expuestos a que se jugara con el sentido de sus sentencias en función de intereses comerciales? ¿Permitiríamos que, al tener contratos basura, los jefes de sala pudieran condicionar su trabajo bajo amenaza de despido? Si, obviamente, la respuesta es no; ¿por qué hemos asumido como normal que se nos dé información falsa y que muchos medios se hayan convertido, a través de empresarios sin escrúpulos, en órganos de propaganda del poder político y económico?
Llevo muchos años diciendo que los periodistas deberíamos rendir cuentas. Volviendo a la comparación de la judicatura, creo que si un juez puede ser condenado por prevaricación, un reportero, un locutor o un editor también debería ser juzgado por manipular o mentir de forma consciente y premeditada. Hemos normalizado lo anormal. En otros países democráticos el director de un periódico se ve abocado a dimitir si se demuestra que uno de sus redactores ha realizado una mala praxis. Aquí, sin embargo, al que fabrica noticias se le premia con una tertulia; al gestor que hundió el mayor grupo de comunicación del país se le mantiene en el puesto para contentar al Gobierno; al que transforma RTVE en una factoría de manipulación que haría las delicias del Generalísimo se le concede una Antena de Oro Extraordinaria.
Hay grandes profesionales en todos y cada uno de los medios de comunicación de este país. Hombres y mujeres que logran cada día hacer su programa, su sección o su información con absoluto rigor. Hay también periodistas que se enfrentan a los comisarios políticos que les han impuesto y que acaban haciendo pasillos por negarse a manipular una noticia. Contamos con nuevos medios que basan su libertad en el respaldo generoso y comprometido de miles de socios que son conscientes de que los ciudadanos deben soportar económicamente a los medios para garantizar su independencia y objetividad. Son tiempos difíciles, pero creo que los periodistas que, a menudo, nos sentimos muy solos a este lado de la barrera, somos en realidad una multitud. Seamos conscientes de ello y hagamos que se note. Es nuestra obligación. Es nuestro trabajo.
Este artículo está dedicado a Jesús Martín Tapias, uno de esos periodistas rigurosos y rebeldes que sigue siendo un ejemplo para quienes amamos esta profesión. Va por ti, amigo y maestro. Mucho ánimo y adelante.