Y el PP se acuesta con Vox
Este año la fiesta del Orgullo LGTBI se celebra bajo la sombra del águila negra que han alumbrado los pactos locales entre el PP y Vox. La ultraderecha arremete contra ellos y contra el feminismo como primeros objetivos y el PP lo asume, sin escrúpulos, por hacerse con el poder y sobre todo la llave de la caja fuerte. Asistimos a un repugnante mercadeo con los derechos de las personas a cambio de sillas. El paso siguiente que persiguen es la Moncloa.
Por primera vez en décadas las banderas características serán suprimidas de la fiesta por voluntad de los nuevos mandatarios ultraconservadores. Banderas que fueron tomando colores y vida. La del arcoíris nació en San Francisco en 1978, fue el año en el que la España de la Transición despenalizó la homosexualidad, aunque la siguió considerando una enfermedad psiquiátrica hasta 1995. La normalidad llegaría en 2005, cuando tras meses de gestación y protestas se aprueba la ley del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo y cuanto tal condición lleva implícito. Fue el tercer estado en el mundo que lo autorizó tras Países Bajos y Bélgica. Muchos otros siguieron su ejemplo. Aunque aún persisten quienes penan las relaciones homosexuales incluso con la muerte. De ser pioneros, ahora vamos marcha atrás a gran velocidad.
La involución no descansa. Hay urracas de dormitorio a quienes les importa con quién se mete cada uno en la cama, asombrosamente. Quizás sí deberíamos atender a ciertas uniones por cuanto vemos implica la entrega del PP a Vox en busca de poder.
La política no se hace para zumbarse en las tertulias, se hace para las personas e influye en sus vidas. En 2005 realizamos en Informe Semanal de TVE un reportaje sobre el Orgullo Gay. La primera gran celebración había sido en Barcelona en 1977. Se fueron convirtiendo después en masivas y con las nuevas leyes socialistas se extendía esa realidad que ahora la involución ultra vuelve a negar y rechazar.
Música, carrozas, maquillaje, fiesta, el orgullo gay en las calles, y detrás de la fachada del espectáculo, mucho trabajo y lucha, historias personales y colectivas, buscando un derecho que les fue negado durante toda la dictadura.
Antonio Ruiz lo vivió en carne viva como víctima. Una noche de 1976, muerto Franco, se le ocurrió confesar a su madre que le gustaban los chicos. Ella quedó desolada, él salió impactado por la reacción. Cuando volvió a casa se encontró un conclave familiar queriendo regenerarle. Incluso una monja que él no conocía y le denunció. A las 6 de la mañana cuatro policías secretas fueron a buscarle “para hacerle unas preguntas en comisaría”, me contó. Fueron tres días de interrogatorios pidiéndole nombres de otros homosexuales. Es uno de los textos que quise guardar -y no por casualidad- entre las decenas y decenas de reportajes que hice.
Difícil de olvidar su regreso, con nosotros, a la cárcel de Valencia ya deshabitada, donde fue ingresado con 17 años en 1976, en virtud de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social. Había sido aprobada siguiendo los pasos de la de Vagos y Maleantes vigente durante la mayor parte de la dictadura. Ambas incluían entre sus destinatarios a prostitutas, vagabundos y homosexuales. Ésta, con un supuesto contenido social, pretendía la curación de la que se estimó era una enfermedad que conducía a la delincuencia.
La celda estaba en un pasillo a la derecha, Antonio apenas hizo un gesto. Allí estuvo encerrado y le violaron repetidamente. Su destino final fue Badajoz, la cárcel especializada en los llamados homosexuales activos, o mixtos, como fue considerado él. Los pasivos iban a Huelva. La rehabilitación para recuperar la hombría heterosexual consistía en coser balones de fútbol. Antonio había iniciado ese camino que sigue por no encontrar trabajo tras salir de prisión y tener antecedentes penales y muchas otras incidencias que no debieron ocurrir.
Antonio Ruiz tuvo un gran coraje al iniciar y lograr la reivindicación de los presos sociales de la dictadura: la reparación moral y económica de los homosexuales encarcelados por el franquismo (unos 4.000) y que sus expedientes pasasen al archivo histórico. Pero se le notaba la profunda huella emocional que le dejó semejante maltrato. Confío en que los años transcurridos y sus logros personales le hayan ayudado.
Ésa es la España que revive en los hijos naturales de la represión fascista y su peculiar sentido de la moralidad. No es lo mismo, claro. De momento. En Padua, Italia, la Fiscalía está suprimiendo del registro civil por las leyes Meloni los nombres de las madres no gestantes de parejas del mismo sexo. En España, según alertan, empiezan a volver a meterse en el armario quienes fueron saliendo al gozo de la realidad y consolidándola hace dos décadas. Tal era ya, a pesar de insultos y desprecios, que por ejemplo Chueca -el barrio madrileño LGTBi por excelencia- ha votado masivamente al PP el 28m. Escasa previsión, sin embargo, no saber que con la derecha extrema española ningún derecho está asegurado para siempre. Resulta inquietante pensar en cuantos han nacido en libertad en ese tiempo, viviendo con su propia opción sexual, y descubran que les quieren considerar anormales y proscritos. Hay motivos de preocupación.
Tras la diversidad sexual, la ultraderecha se dirige a intentar anular también el feminismo con el baluarte de la negación de la violencia machista. No importa que este mismo jueves, tres tipos asesinaran a sus parejas o ex parejas de forma brutal: navajazo en la yugular y otras zonas o lanzamiento por la ventana. A quienes osan decir que el Ministerio de Igualdad no ha parado esta lacra hay que oponer lo que desde hace muchos años sabemos: no hay en ningún país leyes, ni policías suficientes en tres turnos diarios, que protejan a las mujeres de la violencia que desatan las ideologías contra ellas. Es ése el factor determinante.
No es casual que la alianza PP/Vox arranque con tal fuerza en estos objetivos. La profesora Àngels Martínez Castells esbozó una teoría posible de los porqués: “El fascismo se mete por todos los reductos. Y se agazapa y anida también en la vida privada, por eso sobrevuelan los viejos caserones y los pisos mínimos del extrarradio las urracas que olisquean los fluidos de la vida. Pero lo del PP Y VOX va mucho más lejos. Hasta el desafío de los tabúes naturales. PP y VOX ni siquiera son medio hermanos. Su linaje, sus abuelos y padres, son los mismos. Por su obsesión homófoba, misógina y por la ”pureza“ familiar (léase también de la raza)”.
Es decir, esa pueril y dañina obsesión ultraderechista que el PP ha lanzado como un proyectil sobre la sociedad española. Mientras, lava y lava la prensa sucia esta aterradora combinación que ya da sus amargos frutos. Y medios “normales” abordan con normalidad lo que no lo es.
Es un ataque frontal contra las libertades auténticas. Hasta esa palabra ha dañado el PP con su slogans para dummies y cayetanos de las terrazas en mortal pandemia. Cada paso contra la libertad que se cede cuesta el doble remontarlo. Quienes han vivido una lógica normalidad teniendo opciones sexuales diferentes a esta plaga ¿van a renunciar a ella? ¿Van a esconder sus relaciones? ¿estigmatizar a sus hijos? Sospecho que no. Nunca he entendido por qué las urracas se meten a olisquear en camas ajenas, pero veo que sí había que estar alerta al amancebamiento de PP y Vox. Se acuestan juntos y parece que -según su propia ideología- eso es verdaderamente punible. Sin duda, muy peligroso sí es.
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