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El problema ya es el PP, no Vox

Alberto Nuñez Feijóo y Santiago Abascal, en el desfile del Día de la Fiesta Nacional, en Madrid, el año pasado.

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Que no, que no se empeñen, no permitan que el bosque les impida ver el árbol, ni siquiera que un torero al frente de la vicepresidencia de la Generalitat y de la Cultura valencianas -que ya tiene su miga- les distraiga de la hondura de lo que se avecina. El problema ya no es Vox. El problema es el PP y si verdaderamente quiere convertirse en un partido ultra como el de Santiago Abascal. Esta semana ya ha recorrido gran parte del camino en esa dirección. Y no, no es el PP de Ayuso, ni el PP de Casado, ni el verso suelto de Álvarez de Toledo, ni la excepcionalidad de Mañueco… 

Con ustedes, aquí está el PP de Alberto Núñez Feijóo. El que asume como propia la expresión  “violencia intrafamiliar” para negar la violencia machista; el que permite que los padres veten el contenido de las “actividades extracurriculares”; el que evita los conceptos público o universal para referirse a la sanidad; el que anuncia una revisión profunda de las ayudas sociales; el que sugiere la derogación de la ley valenciana de memoria aprobada en 2017; el de la supresión de los impuestos a las rentas altas; el que retirará las subvenciones a las entidades que defienden la unidad lingüística entre el valenciano y el catalán; el que promete una ley de señas de identidad valencianas y otra de protección de la familia… de un único modelo de familia, claro.

Ya no puede decir el presidente del PP que lo de Castilla y León fue un problema heredado porque a partir de ahora su carta de presentación ante el 23J es el acuerdo suscrito entre los populares y la extrema derecha en la Comunidad Valenciana. ¿No dijeron que la conquista de Valencia sería la plataforma de lanzamiento de Feijóo para las generales? Ahí lo tienen. 

Si los números dan, Santiago Abascal será en septiembre vicepresidente del Gobierno y el latido fetal pasará a ser algo que defienda Feijóo como ahora Mazón defiende la “violencia intrafamiliar”. El presidente del PP ha abierto de par en par las puertas de los gobiernos locales y autonómicos a Vox, pese a que llevaba meses dando esquinazo a las preguntas sobre cuál sería su relación con la ultraderecha española. Ya no hay duda ni ambigüedad posible.

El PP vivía mentalmente condicionado por la ultraderecha y desde ahora está atado a ella institucional y programáticamente. Ese es el verdadero problema. Y de ahí que los de Abascal le recuerden cada día su situación de debilidad para gobernar en solitario. En Valencia, en Elche, en Murcia, en Baleares, en Aragón, en Extremadura, en Burgos y en España si se diera el caso. 

Lo sustancial ya no es lo que Feijóo desee para España, sino todo lo que Vox le ha impuesto y el PP ha asumido como propio sin que su líder haya movido un músculo, salvo para felicitar a sus correligionarios valencianos por fundirse en el programa de la derecha ultra. Y mucho menos Borja Sémper, que parece haber olvidado los motivos de su marcha de la primera línea hace un par de años.  

El mapa completo del poder institucional que resulte del 28M empezaremos a verlo el próximo sábado con la constitución de los ayuntamientos y unas semanas más tarde con las coaliciones de gobierno en las Comunidades Autónomas. Pero lo que viene, háganse a la idea, no es baladí, ya que el partido que ostenta el liderazgo del arco político de la derecha española es el que ha asumido por completo el marco, el ideario y hasta las expresiones de la ultraderecha. Si lo que pretendía Feijóo era evitar convertirse en un partido ultra como su partido hermano, no ha tardado ni 10 días en lograr lo contrario. El precio es demasiado alto, no sólo para su partido, sino para todos los españoles, que parecen asistir impasibles a cómo las redes sociales han trascendido a la política y se han convertido en soporte de difusión de bulos y propaganda hasta comprar el discurso simplista de la extrema derecha que ahora es también el de la derecha tradicional.

Lo que viene es la idea mitificada de una especie de arcadia feliz construida sobre un pasado que jamás existió, justo el caldo de cultivo donde los demagogos y los populistas de la derecha radical han irrumpido con fuerza hasta llegar al poder, y la sociedad parece haber normalizado gracias, en buena medida, a la contribución de algunos medios de comunicación. 

No olviden tampoco que Vox siempre fue el frente político del aznarismo agudizado y que Feijóo, el moderado, ha acabado subido a ese mismo carro. Al de Ayuso, al de Aguirre, al de Aznar,  al de Trump y al de Bolsonaro. También  en su indisimulado sectarismo con los medios de comunicación. Pero ese es otro capítulo sobre el que habrá tiempo para explayarse porque las primeras señales también en esto son inequívocas.

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