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Lo profesional es personal en los negocios

Una familia en Tarialan, Mongolia, usa un panel solar para generar energía para su ger, una tienda tradicional mongola, 2009. | Foto: UN Photo/Eskinder Debebe.

Economistas Sin Fronteras

Alberto Alonso de la Fuente —

En este mundo complejo y en una cuenta atrás climática, entender que las decisiones empresariales responden a mucho más que a los intereses de los accionistas sólo se conseguirá volviendo a acercar las esferas de lo profesional y lo personal.

Si el feminismo levantó la mano desde lo social para indicar que todo aquello que es personal es político, desde la academia económica-empresarial sería bien interesante comenzar a integrar en los másteres de dirección de empresas esta reflexión. Y es que durante la segunda mitad del siglo XX se asentó esta visión de separar la esfera personal de la profesional. Hollywood refleja esta figura en varios films de manera magistral, en los que un adorable padre de familia los fines de semana se transforma en un agresivo tiburón financiero al pisar el parqué de Wall Street.

La metáfora del caballero medieval, sensible ante su amada y a la vez temible y despiadado en el campo de batalla, tenía en su secuela moderna protagonistas neoyorquinos. Ya con casi dos décadas de recorrido en el siglo XXI, el antiguo relato fabricado socialmente acerca del “hombre de negocios” como persona de éxito ha cambiado radicalmente. Para comenzar, el término ya no es válido si solo tenemos en cuenta a la mitad de la población.

Las mujeres, si bien siguen tanto cobrando menos como ocupando menos cargos directivos y sillas en consejos de administración que los hombres, al fin han conseguido abrirse paso en el mundo de los negocios venciendo mitos, miedos y resistencias culturales tan invisibles como arrolladoras. También, este imaginario acerca del “hombre de negocios” sufrió un castigo en imagen y desmitificación de aura a raíz de la crisis financiera: si hoy en día el término “empresario” tiene connotaciones negativas en muchos espacios y foros, fue a causa de decisiones profesionales que mejoraron indicadores económicos a costa de despidos masivos, deslocalizaciones de la producción o arquitectura financiera con el fin de pagar menos impuestos.

La mayoría de estos ejemplos son legítimos desde lo legal/profesional y, sin embargo, fueron repudiados socialmente por la ausencia de sensibilidad desde lo personal. También es justo y necesario escribir acerca de aquellos que, sin embargo, tomaron sus decisiones profesionales entendiendo a la empresa como una parte fundamental de lo social y, por tanto, extendiendo su responsabilidad mucho más allá a simplemente salvaguardar los intereses de los accionistas. Sobre sus mesas se pusieron más variables y estas importaron. Consiguieron empapar de lucidez a sus consejos de administración y sus decisiones redujeron el sufrimiento social.

Este enfoque, con una visión más holística de la empresa y su relación con el mundo, es la que está cambiando la manera que tenemos de entender la figura del “empresario” y su rol social. Y no se equivoquen, millonarios filantrópicos siempre hubo. Hablamos de aquellos empresarios que toman decisiones profesionales pensando en algo más que el mero retorno económico. Prueba inequívoca de ello es la reciente modificación de los principios de la Business Roundtable, la organización empresarial más influyente de los Estados Unidos y que desde este agosto indica en sus estatutos que los accionistas son sólo una de las cinco partes interesadas que deben guiar las decisiones empresariales, incluyendo además a los trabajadores, clientes, proveedores y comunidades. Esta declaración de intenciones —que debe ahora materializarse— supone todo un cambio filosófico sobre el propósito de la empresa en el mundo, su papel y su rendición de cuentas.

Y al otro lado del valle —¿Silicon?—, principalmente fruto de las nuevas concepciones milenial acerca de la manera de relacionarse con el mundo, y el impasse que supuso la crisis financiera que activó el “hazlo tú mismo”, surge el concepto del emprendedor/a. Una persona que, afectada por un problema en lo personal, decide abordarlo desde lo profesional creando una solución válida para él y muchos otros/as. La monetiza —valida el modelo de negocio que la hace viable económicamente— y, por último, normalmente a través de la tecnología, la escala —mantiene costes fijos pero aumenta el número de servicios realizados, lo que suele ser igual a beneficio—.

Esta nueva manera de aproximarse al mundo de los negocios es en realidad tan antigua como la humanidad misma, encontrando su mayor y ferviente símbolo contemporáneo en el sueño americano y sus resultados. Una construcción social basada en los esfuerzos propios y el talento como secreto del éxito si la tierra que se pisa es fértil y el momento primaveral. Pues ni lo uno, ni lo otro. Como muestra José Antonio Llosa (Workforall) en este estupendo artículo, encontramos que el éxito del emprendimiento está más relacionado con el código postal del emprendedor/a que con cualquier otra variable. Lo cual no menosprecia en nada la labor y el esfuerzo de los y las emprendedoras, pero sí señala como falsa una supuesta meritocracia que en realidad no es mayor gracias al fenómeno del emprendimiento.

Pero algo sí que es nuevo en toda esta vorágine semántica, de redefiniciones y adaptaciones conceptuales. Y es que nunca antes habíamos vivido de manera global los abruptos cambios sociales actuales ni las amenazas medioambientales a las que estamos y estaremos sometidos como sociedad mundial, producto de un capitalismo preocupado solo por los accionistas durante los últimos 300 años. Si se fijan en el histórico de emisiones de CO2, estas comienzan a dispararse a partir de la Segunda Revolución Industrial, que trajo consigo la industrialización, y se convierten en exponenciales a partir de 1960 tras los acuerdos de Bretton Woods, que resetearon la economía mundial tras la Segunda Guerra Mundial y que sin saberlo le pusieron fecha de caducidad al planeta.

Y este hecho lo cambia todo, precisamente porque la única opción es el cambio real. Junto con sus definiciones y semántica, el mundo de los negocios ha comenzado a moverse hacia este enfoque que se resume en “sostenibilidad”, pero que debe desplegarse en sus muy diversas formas, comenzando por los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el que las empresas son un agente fundamental para alcanzarlos. Alejarse del llamado green washing o postureo verde y encaminarse a modelos empresariales sostenibles y sobre todo reales que aborden el bienestar de todas las partes interesadas.

Y para ello hay que diseñar indicadores y ser capaz de medir ese bienestar de una manera tan eficiente como se utilizan los balances y la cuenta de pérdidas y ganancias anuales para rendir cuentas ante los accionistas. Si estos informes contables hay que presentarlos obligatoriamente por ley, no veo porque no podemos ampliar esto a las otras esferas. El Estado no puede dirigir el cambio como agente único, pero sí facilitarlo para que se dé en el menor tiempo posible impulsando al resto de agentes. Esta sería una medida que al menos nos permitiría medir los avances desde lo privado.

Pero sobre todo necesitamos volver a unir las esferas de lo personal y lo profesional para que esto suceda de manera consciente. No respiramos aire diferente ni bebemos de distintas aguas: los profesionales somos personas, las mismas. Parece mentira que algo tan obvio sea sin embargo tan difícil de entender. Y, como casi todo, el cambio comienza en la educación.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del/la autor/a y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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