De pseudociencia y otras tristezas
Lloren. Es el día más triste del año.
No. No es cierto. No hay forma de comprobarlo. Pero hoy, tercer lunes de enero, hay quienes se creerán esa historia porque la verán publicada por varias cuentas en redes sociales y leerán y compartirán palabras de ánimo para enfrentar el Blue Monday.
El día más triste del año fue un invento publicitario que apareció en 2005 en Reino Unido. Era una treta para atraer público para Sky Travel, un canal donde pasaban programas sobre viajes y publicidad de hoteles, aerolíneas y agencias. Se publicó un comunicado de prensa, adornado con unos detalles que le daban un aire científico. Con un académico que firmaba una investigación. Con una complicada fórmula matemática que daba pereza leer e intentar resolver. Con un nombre fuerte y memorable: Blue Monday. Un Black Friday para las agencias de viajes.
Blues es una palabra que a veces se usa -por error- para hablar de la depresión. Cuando fui madre, escuché varias veces que el baby blues que sentía era depresión posparto. Pero la tristeza que no me explicaba durante aquellos días se fue al poco tiempo, mientras muchas otras nuevas madres tenían que empezar tratamientos para superar la depresión. Esa línea desdibujada entre un estado y otro, ese paso que separe una profunda tristeza de sufrir una enfermedad, esa distancia es lo más molesto de la fecha de la que se hablará tanto hoy. La depresión no es el resultado de una fórmula matemática. No se soluciona viajando en un globo de aire caliente en Capadocia. Es una enfermedad con la que viven más de 300 millones de personas, un país emocional con tantos habitantes como la suma de Brasil y Vietnam. Una enfermedad que en el peor de los casos lleva al suicidio. Cada año 800 000 personas se quitan la vida. Las cifras son de la Organización Mundial de la Salud.
En el origen del Blue Monday, en el supuesto estudio científico que determina que hoy todos vamos a sentirnos tristes -aunque no estemos en la fría bruma londinense sino en una soleada playa caribeña-, está un psicólogo llamado Cliff Arnall, quien firmaba aquel primer comunicado como profesor de la Universidad de Cardiff. Cuando Ben Goldacre publicó en The Guardian un análisis donde destripaba la horrenda e inconsistente ecuación, la Universidad de Cardiff escribió al diario para aclarar que el doctor Arnall había sido un tutor de medio tiempo, pero que ya no trabajaba con ellos.
Goldacre tenía en aquel entonces una columna llamada Bad Science. Tomó e intentó comprobar la ecuación de Arnall, que decía que el día más triste del año resultaba de la combinación de la temperatura media, los días que habían pasado desde que recibimos el último salario, los días hasta el próximo feriado, el promedio de luz diurna y otras variables. El resultado de su análisis fue que aquella fórmula era un gran fraude. Un caso más de pseudociencia. Una afirmación mentirosa que se presenta al mundo como científica, pero que no puede ser comprobaba con un método científico válido.
La pseudociencia nos hace daño. Lleva a las personas a creer que hoy, por arte del clima en Gran Bretaña, una enorme masa de población mundial sentirá tristeza. Lleva a la gente a consultar charlatanes que ofrecen curar el cáncer con meditación o pastillitas de azúcar. O a jurar que la cadena de WhatsApp sobre “los oscuros secretos de las vacunas” son ciertas. Hoy, no se extrañen, aparecerán en las redes sociales mensajes de aliento para sobrevivir a estas veinticuatro horas. Otros se quejarán de este día tan triste, porque como todos lo dicen, debe ser cierto.
En Bad Science -la columna que escribió entre 2003 y 2011 y luego publicó como libro- Ben Goldacre destapó el fraude. Rastreó el comunicado hasta una agencia de relaciones públicas, que lo había enviado a varios académicos ofreciéndoles un pago por ponerle su firma. A pesar de la columna de Goldacre y de que el texto sigue ahí, en la página web del diario, pasan los años y algunos medios siguen publicando notas dando por hecho que el señor Arnall, por tener un título académico, es un tipo digno de confianza.
Al seguirle la pista, sin embargo, se encuentra que su fórmula para Sky no fue la única. Hizo otra, para una empresa de helados llamada Wall’s. Según aquella, el mejor día del año es el primer día del verano, a mediados de junio. Goldacre publicó otra columna donde mencionaba esa nueva farsa de Arnall. Aquel día, el columnista recibió un correo electrónico de Cliff Arnall. En tono socarrón, el psicólogo le decía que justo acababa de recibir su cheque de la empresa de helados. Quizás, para el inventor de ecuaciones sobre la alegría y la tristeza, recibir el cheque era la variable que daba como resultado su día más feliz del año.