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Psicólogos de guardia, políticos a tiempo completo

El presidente del PP andaluz y presidente electo de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (i) y el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo (d).

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Es tal saturación de tópicos, conceptos trillados, valoraciones, opiniones interesadas, extrapolaciones vertidas sobre el resultado de las elecciones andaluzas, que muchos no sabemos si seguir ruta con piloto automático o salirnos de la senda a tumbarnos en el césped. Ocurre en un contexto general de temblar, que extiende duros retos por delante. Con los instrumentos disponibles no se van a poder afrontar y sobre los más conscientes ha caído una losa cargada de inquietud e indefensión.

El aroma de poder que emite la derecha debe ser tan subyugante para algunos que hasta altas torres caen embriagadas ante su triunfo. Seriamente, ni aun desde una ideología conservadora, se puede considerar buena noticia que el PP obtenga mayoría absoluta de gobierno. No por el presidente andaluz Moreno Bonilla siquiera -él de hecho promociona su marca propia más que las siglas- sino porque el Partido Popular mantiene profundas anomalías que lo alejan de los estándares de una derecha homologable. Y estas victorias, siquiera parciales, contribuyen a que enfrente su continuidad sin el menor atisbo de la regeneración que necesita. Partimos pues de un origen turbio que no molesta a sus votantes, ni a los creadores de opinión atados a la misma turbia cuerda. Y cuesta comprenderlo.

Ojala pudiera ser y Juan Manuel  Moreno Bonilla operase un cambio real con su mayoría absoluta que por el momento no intenta ni de lejos Alberto Núñez Feijóo. Pero no es previsible. Se felicitan muchos porque la esperpéntica candidata ultraderechista haya fracasado y no condicionará el gobierno andaluz. Muy bien. Era previsible todo. Incluida la debacle de la izquierda que no sumó, la desaparición anunciada de Ciudadanos y la sensación de que el PSOE tampoco puso demasiado empeño en ganar. Implicaba acciones de mucho más calado en el conjunto de España que probablemente sí son el nudo gordiano del asunto.

Aunque agota insistir, hay circunstancias que lo condicionan todo y ni un minuto pueden obviarse. Y es que la derecha –incluso corrupta- tiene aliados tan poderosos como una prensa volcada a su favor hasta el sonrojo de la profesión periodística. A menudo, una justicia con unas lagunas que desdibujan su función. Feijóo adolece de vicios del partido. De distinta entidad: hizo el traslado desde Galicia con sacas de subvenciones a la prensa elegida, según informa Público, y no quiere desatrancar la renovación del Poder Judicial por alguna razón que a nadie que lo piense se le escapa. La Justicia torcida aún disimula, la perversión del papel de la prensa está tan asimilada como para que un ex director de El País haga públicamente esta proclama, que encima da por hecho que han ganado la batalla definitiva.

Los resultados de Andalucía se explican. El problema está en que cuesta mucho entender que personas normales voten por recortar la sanidad pública como si fueran a gozar de una salud exultante hasta el final de sus días o a un partido que en 35 años no ha dotado de medios en Castilla y León a los equipos de extinción de incendios. Hasta que un día, entretenidos en alguna fascistada o regüeldo machista, se olvidan de poner velas a la Virgen del Perpetuo Socorro, pongamos el caso, y se les quema la Sierra de la Culebra. Así todo. Todo, porque lo de los votantes de Madrid, solo con el episodio de los geriátricos, ya no es que precisarían un psicólogo sino un psiquiatra forense. O con el cierre de las urgencias de Atención Primaria que deja 10 centros con médicos para más de 6 millones y medio de personas.

Recurrir a los símiles de las patologías mentales como explicación es otro tópico, inapropiado además. Sí pueden necesitarse expertos para tratar las consecuencias de un estado social altamente imperfecto que traga con aberraciones inexplicables.

El mismo día que votaban los andaluces, El País publicaba un trabajo sobre los jóvenes y la información: No leen periódicos, no les interesa saber lo que les “da bajón”. “Los menores de 25 años evitan las noticias de política y coronavirus porque afectan negativamente a su estado de ánimo y no consumen medios tradicionales porque les resulta ”difícil“ entender su lenguaje. El 15% de ellos acude a TikTok para informarse”, resumían tomando como base el informe internacional elaborado por Instituto Reuters y la Universidad de Oxford.

Y es que, en los españoles, el estado de ánimo no anda muy boyante. Hace poco veíamos la desesperanza que anega a ocho de cada diez jóvenes. Creen que su futuro no será mejor que su momento actual, según el III barómetro juvenil. Salud y bienestar, elaborado por Fundación FAD Juventud.

La clave está en que ciudadanos de todas las edades parecen sentir que hagan lo que hagan no cambian las cosas a mejor. Ni informándose en condiciones, ni votando. El PSOE en el llamado gobierno más progresista de la historia se resiste a encarar los problemas fundamentales que darían un verdadero giro a esta situación. Cada uno de los grandes lastres tiene formas de abordarse. Difíciles sin duda, no imposibles. Y se ve, y se avisa, y llega y golpea cada vez más.

Es un error no querer informarse, tener miedo a la verdad, pero tampoco es fácil hacerlo viendo la amplísima oferta de manipulación periodística tan demoledora. Y sin embargo resulta imprescindible saber el terreno que se pisa y qué elementos se tienen a favor y en contra de los objetivos.

Votar con resultados en este panorama sí es más complejo, pero no hay medio mejor para conocer los deseos de la ciudadanía. Lo que no debería faltar es la voluntad de tumbar los obstáculos que impiden los logros democráticos, sociales, económicos, que se precisan.

Salvo los que huelen la lumbre del poder sobrevenido, llegamos a este tramo exhaustos, con una sensación de impotencia agravada, cuando sabemos que el camino de errores y vicisitudes ponen más cuesta arriba la tarea. Múltiples, desde la corrupción a las manipulaciones y el autoritarismo, desde la pandemia a la guerra. Ahora la económica. Se avecinan tiempos duros con gran probabilidad. A pie de calle cotidiana con el insoportable aumento de precios que, como todo, será vilmente usado como arma política en lugar de ser afrontado como una cuestión de país, para toda la sociedad.

Más que terapias, faltan gobernantes que cumplan lo prometido y desbrocen de porquería las cloacas. Presiones incluidas. Sánchez asume, dicen, la necesidad de un rearme ideológico y negocia con sus socios más medidas sociales. La derecha mediática le tienta llamándole a la trampa de más derecha, en la que no cabe un alfiler en un saturado overbooking. Veremos. Se precisa una amplia reflexión a todos los niveles, ciudadana también. Cuesta entender tanta aceptación, tanta renuncia. Nunca fue fácil. Si me lo permiten, hubo tiempos que fue infinitamente más arduo. Pero sí es cierto que para andar hay que saber a dónde ir y ser conscientes de que el miedo alimenta al miedo y no hay nada que desarme más que el propio desánimo. Que el ejemplo es la mejor guía de aprendizaje. Y, lo tienen, porque una y otra vez, hay personas que se levantan, pueblos que afrontan los retos. Siempre hay alguien que mantiene vivo el espíritu de la dignidad. 

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