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Putas y maricones

"Tu homofobia nos está matando" y "A Samuel lo mataron al grito de 'maricón'", entre los carteles de la manifestación de este lunes 5 de julio de 2021 en Madrid

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Nadie lleva en la cara un letrero que diga 'maricón'. 'Bollera'. 'Guarra'. 'Travelo'. Nadie lleva un informe detallado con sus antecedentes personales en el bolsillo, listo para cuando alguien quiera saber o utilizar esa información. No lo llevaba Samuel, no lo llevan muchos otros, otras, otres. Sin embargo, cargan sobre sus espaldas con el miedo y la violencia, con la amenaza de que mostrarse y vivir como son les acarree consecuencias en sus puestos de trabajo, en sus familias, cuando caminan por la calle o pasan una noche de fiesta.

La homofobia, como el machismo, se despliega ante quienes, sin necesidad de revelar con palabras quiénes son, rompen con la norma. Cuando por la calle o en un bar un hombre -o varios- nos llaman 'putas' o 'zorras' no saben mucho de nosotras. Tampoco cuando deciden manosearnos el culo en un autobús. Quizá solo vamos andando solas por la calle, o nos hemos puesto falda, o puede que hayamos rechazado sus comentarios o su actitud, o nos hemos negado a ser amables o a aceptar su invitación.

Nos agreden verbal o físicamente, nos hacen sentir mal, nos hostigan porque, independientemente de lo que nosotras hayamos manifestado y del pensamiento concreto que ellos tengan en ese momento en la cabeza, el machismo está ahí, como el caldo de cultivo que permite e incita. Como la idea general que ampara y desata la violencia específica que unos cuantos cometen.

Cuando a alguien le increpan con 'maricón' o 'bollera' o 'travelo', quien lo hace tampoco suele tener mucha información sobre su víctima. Pero su aspecto, su comportamiento, la manera en la que anda o habla, la forma en que viste, como se comporta, rompen con la heteronorma y eso basta para que haya quienes desplieguen violencia contra ellxs. Una vez más, independientemente de la idea concreta que los agresores tengan en la cabeza mientras ejercen su violencia, la LGTBifobia está ahí, como el caldo de cultivo que permite e incita. Como la idea general que ampara y desata la violencia específica que unos cuantos cometen.

Es muy probable que si preguntamos a muchos de los que ejercen estas violencias, las más extremas y las más cotidianas, nos digan que no son machistas ni homófobos. Dirán, “¿yo?, pero qué dices” y si acaso tratarán de justificar sus actos de alguna manera: “lo que pasa es que era un gilipollas”, “me habló mal”, “pues que no hubiera tonteado conmigo”, “me estaba grabando”, “me contestó”, “lo estaba pidiendo”. El machismo y la LGTBifobia están inoculados en nuestra socialización, en nuestros valores y en las ideas sobre las que construimos el día a día.

Decía la abogada Laia Serra en esta entrevista de mi compañera Marta Borraz: “La mayoría de los delitos de odio se dan así, siempre hay un contexto. Son situaciones cotidianas. El odio se despliega al cruzar mal un semáforo, aparcar no sé dónde el coche, salir de una discoteca y hacer no sé qué, mirar de determinada manera, tirar una copa, un problema con el teléfono móvil...Hay infinitas desavenencias y situaciones domésticas que son absolutamente un pretexto para desplegar violencia por motivos discriminatorios. Por eso es tan importante evaluar la correlación que hay entre el pretexto y el grado de brutalidad”.

Dejemos de pedir 'víctimas perfectas', 'casos redondos' o causas evidentes. Si de algo sabe el feminismo y el activismo LGTBIQ es de lo difícil que es hacer entender que lo que llamamos normalidad está plagada de machismo, homofobia y transfobia, de misoginia y plumofobia, y que es tremendamente importante que lo que parece menos evidente salga a la luz y se cuestione. Que 'maricón' o 'puta' sean términos tan frecuentes que creamos que no significan nada no quiere decir que en realidad no estén llenos de contenido. Lo están. Señalémoslo y reivindiquémonos, si hace falta, como putas y maricones, si eso significa vivir como somos sin juicios, miedo ni violencias.

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