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Radiografía del cabreo español

Manifestación de la Plataforma Salvemos la Atención Primaria.

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La encuesta sobre la polarización en España, elaborada conjuntamente por el Institut Català Internacional per la Pau (ICIP) y Esade a partir de las respuestas de 7.189 ciudadanos de más de 15 años, permite radiografiar el nivel de malestar de los españoles, un sentimiento a menudo poco objetivo pero algo objetivable. Si se conoce el diagnóstico es más probable acertar en las recetas aunque combatir la desconfianza en las instituciones y el creciente rechazo a la política (en algunos casos se disfraza simplemente con la etiqueta de antisistema) exige menos partidismo y salir de las burbujas mediáticas. 

La primera constatación es que los españoles desconfían de sus administraciones, de todas, puesto que ninguna logra aprobar. Dos titulares que vale la pena retener. Catalunya es el territorio donde menos se fían de las instituciones. Y el segundo es que el Gobierno central es el único nivel de administración que obtiene un suspenso en todas las comunidades autónomas presentes en el sondeo (1.500 encuestas son para el conjunto de España y después se han añadido muestras de siete comunidades: Andalucía, Catalunya, Comunitat Valenciana, Extremadura, Galicia, Madrid y Euskadi).

Por comparar dos de las comunidades con mayor autogobierno, mientras en Catalunya la Generalitat suspende con un 4’1 (la peor de todas), en Euskadi la nota que recibe su gobierno es del 5’3 (el único gabinete autonómico que aprueba). Catalunya y Euskadi son las más críticas con la Transición y respecto a cómo canalizar el conflicto catalán, un 45% de los ciudadanos de este territorio considera que debería afrontarse con un diálogo sin límites. Los que sitúan la Constitución como la línea roja son el 25% mientras que solo un 12% de los catalanes defienden la opción unilateral, una opción que aparece aún en algunos discursos de Junts y la CUP pero que ya en la anterior legislatura y en la actual ha quedado descartada por la vía de los hechos en el día a día del Govern.

También es interesante comprobar cómo de nuevo se desmonta la teoría de la crisis de convivencia en Catalunya que tanto han alentado algunos partidos y medios. Por cierto, los catalanes son los que peor caen al resto de españoles y solo los vascos los aprueban. Los extremeños son los que peor les puntúan. En cambio, los catalanes valoran con un afecto superior al 50 sobre 100 a los habitantes de todas las comunidades. La conclusión es que la confrontación ha estado más presente en mítines y titulares que entre los ciudadanos pese a que haya partidos y medios que sigan alentando el choque.

Encontrar el equilibrio entre gobernar sin contradecir en demasía los programas electorales es uno de los retos de los partidos que son conscientes de su responsabilidad. No hacerlo es dejar el campo libro a los populismos que cargan sus discursos de soluciones mágicas que nada tienen que ver con la realidad. La parte que nos toca a los ciudadanos es entender, que no significa aplaudir, las dificultades que conlleva gestionar una administración en tiempos tan extraordinarios como los derivados de una pandemia o ahora una guerra. Al menos esas dos deberían ser premisas para canalizar el malestar evidente entre una parte importante de la ciudadanía y evitar un mayor deterioro de la democracia. No lo harán los partidos que crecen a costa de ese cabreo, el más evidente es Vox, y de ahí que el resto deban esforzarse más en reducir la polarización que va más allá de las siglas. Lo hemos visto en Francia, donde el cordón sanitario para frenar a la extrema derecha en la segunda vuelta topa con votantes de la derecha clásica y de la izquierda de Mélenchon que están dispuestos a votar a Marine Le Pen o a quedarse en casa, según los datos del IFOP (Institut d’Études Opinion et Marketing en France et à l’International). No solo depende de ellos, pero también depende de ellos que la extrema derecha no se haga con la presidencia. Si lo lograse no solo sería muy mala noticia para los franceses. El resto de europeos también pagarían las consecuencias de una pinza Le Pen-Orbán, contrarios al fortalecimiento de la Unión Europea.

El apunte optimista del sondeo del ICIP y Esade es que el malestar de los españoles con los partidos no se traduce en un desgaste de la convivencia en la calle o al menos así lo considera la mayoría de encuestados. Significa que la crispación política no tiene consecuencias en la convivencia social. En una escala del 0 al 10, la media se sitúa en un 5’85. La percepción mejora cuando se pregunta por la cohabitación en el municipio o el barrio. Pero la convivencia, también la de los barrios, no depende solo de la buena voluntad de los vecinos. Las decisiones políticas, esas que se toman en las instituciones de las que tantos españoles desconfían, son las que permiten garantizarla y es bueno que eso no lo olviden ni los gobernantes ni los votantes.

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