Y Rajoy creó el 'Gobierno Frankenstein'
Alfredo Pérez Rubalcaba, orador brillante donde los haya, estigmatizó un posible acuerdo de investidura entre su partido y otras fuerzas de la izquierda definiéndolo con un término demoledor: 'Gobierno Frankenstein'. Muy pronto, la metáfora fue adoptada por multitud de “opinólogos” y también de políticos que la utilizaron para justificar la continuidad en la Moncloa de Mariano Rajoy: desde la vicepresidenta Sáenz de Santamaría hasta Rafael Hernando, el portavoz macarra del Grupo Popular que diez años atrás había intentado agredir al propio Rubalcaba en una reunión de la Diputación Permanente del Congreso.
Ese monstruo antinatural para unos, también llamado 'Gobierno del cambio' por muchos otros, fue el primer aborto de la Historia que se consumó antes de la concepción. Bastó pensar en la criatura para que un ejército de matarifes poderosos se conjurara contra ella y optara por eliminar al hipotético padre que se enfrentaba dubitativo a la tentación de engendrarla.
Un mes después de la carnicería de Ferraz, ha sido ese eterno superviviente llamado Mariano Rajoy quien ha dado a luz un nuevo Gobierno contando con Albert Rivera y el nuevo PSOE como esforzadas comadronas. Desde hoy escucharemos muchas veces a los altavoces mediáticos de Génova decir que se trata de un Ejecutivo “como Dios manda”. No seré yo el que cuestione los mandatos de un ente superior que ni conozco ni reconozco, pero sí diré que no nos encontramos ante un Gabinete, llamémosle, celestial.
El núcleo duro del nuevo Gobierno seguirá siendo el mismo que ha dirigido el país durante los últimos cinco años. El mismo que optó por defender a los corruptos y por traer los mayores recortes sociales y de libertades que hemos sufrido desde 1939. De hecho Rajoy solo ha sustituido a tres miembros de su último Gabinete; el resto de novedades obedece a la creación de nuevos departamentos y a la asignación de sillones vacantes. La presencia en la mesa del Consejo de Ministros de Soraya Sáenz de Santamaría, Luis de Guindos, Montoro, Báñez o Catalá es la prueba de que nada realmente importante va a cambiar. Ese es el mensaje que Rajoy ha enviado a los socialistas que le auparon al poder con su abstención.
El afán de continuidad no ha impedido al presidente satisfacer otros intereses más personales. Rajoy quería contentar a las distintas familias del PP que llevan meses maquinando para ganar influencia, sentía el deseo de pagar los servicios prestados a algunos de sus escuderos más cercanos y, finalmente, necesitaba añadir algún rostro amable que diera una fina capa de modernidad y de carácter dialogante a un Ejecutivo más propio de mayorías absolutas. Difíciles equilibrios que le han llevado a construir una criatura política llena de amputaciones, remiendos y trasplantes.
Rajoy ha prolongado la pugna por el control del área económica entre de Guindos y Montoro confirmándoles en sus cargos y ha dividido el cerebro político del Gobierno, que manejaba en exclusiva la vicepresidenta, para darle una importante porción a su eterna rival. La entrada de Mª Dolores de Cospedal nivela algo más la batalla que libra con Sáenz de Santamaría desde antes incluso de que el PP ganara las elecciones en 2011.
Al más puro estilo Rajoy, el presidente ha compensado el ascenso de la vicepresidenta al asumir la gestión autonómica quitándole la valiosa portavocía. En la misma línea, a Cospedal no le ha dado la cartera que deseaba pero la ha situado en un puesto cómodo y la ha gratificado entregando el codiciado ministerio del Interior a uno de sus hombres de confianza, Juan Ignacio Zoido.
Más allá de las cuitas internas, el nombramiento de Cospedal y de Zoido supone la legitimación de la estrategia de encubrimiento del caso Gürtel. Ella, la secretaria general del PP, es la máxima responsable política de la destrucción de los discos duros de Bárcenas, del engaño masivo que rodeó el no despido de Bárcenas y de Sepúlveda, del ocultamiento de pruebas a la Justicia y de los intentos por torpedear las investigaciones de los magistrados. Ella es quien tendrá bajo su mando el Ministerio de Defensa mientras que uno de sus colaboradores más estrechos controlará la Policía. Todo muy tranquilizador si lo unimos a la continuidad de un ministro de Justicia que se ha caracterizado por criticar y presionar a aquellos magistrados que dictaban resoluciones contrarias a los intereses de su partido.
Rajoy ha completado la criatura con unos pequeños retoques que le servirán a sus fieles portavoces mediáticos para vender una, a todas luces falsa, idea de renovación. La salida de un Fernández Díaz, tan abrasado que no le ha podido salvar ni su querido ángel Marcelo; la entrada de tres, solo tres, rostros algo más jóvenes en Sanidad, Fomento y Energía; y, sobre todo, el nombramiento del dialogante ministro de Educación como portavoz del Gobierno. Méndez de Vigo tendrá por delante la ardua misión de hacer parecer como nuevo un Ejecutivo que no lo es. Un Ejecutivo fabricado a base de equilibrios, improvisación y caprichos personales que mantiene el cerebro de los recortes y la desigualdad, el tronco de la corrupción, las extremidades de la utilización partidista de las instituciones y el rostro de un hombre amable y dialogante. Nunca sabemos cómo habría sido “el otro”, pero hoy no cabe duda de que el primer 'Gobierno Frankenstein' ha sido obra de Mariano Rajoy.