Rajoy 'Little shop of horrors'
Si alguien me hubiera pronosticado hace unos meses que el sutil y astuto Rajoy del Código Mariano iba a acabar convertido en alguien más parecido al dentista algo fanfarrón y vocinglero, magistralmente encarnado por Steve Martin en la brillante 'Little shop of horrors', me habría llevado las manos a la cabeza y, como los muchachos del pueblo, le habría llamado loca. Ahora solo puedo rendirme a la evidencia y cantar 'Feed me Seymur' con la fe del converso.
Rajoy no va de chapuza en chapuza. Va de horror en horror. Una cosa es controlar los tiempos, usar estratégicamente el silencio para desgastar al adversario explotando sus afanes de protagonismo, o sorprenderle en su soberbia con alguna jugarreta, aunque sea a costa muchas veces de usar de manera partidista las instituciones que puedas estar gobernando.
Otra muy distinta es quedarse parado como un gato ante los faros de un coche. O salir a hablar todos los días como si no fuera haber un mañana para anunciar un día que “evidentemente” que irás a la investidura y declinarla al siguiente; por muy fácil que te lo haya puesto Pablo Iglesias. Tampoco es lo mismo sorprender que observar una conducta errática o ir de susto en susto.
Un líder responsable no puede plantarse ante el Rey y contestarle que carece de apoyos suficientes para gobernar sin haberse sentado, siquiera una vez, a negociar con alguien sobre algo para intentar asegurar esos apoyos. Mucho menos puede salir después a hacerse el ofendido porque no se hace lo que él quiere, como el tipo de aquel anuncio. No aceptamos pulpo como animal de compañía. Rajoy ha cruzado una línea que muchos pensamos que nunca atravesaría y que jamás traspasaría alguien que se vea a sí mismo como un servidor del Estado y quiera pasar así a los libros de Historia.
Mariano Rajoy no ha declinado la investidura. Ni siquiera la ha intentado. Se ha inventado un nuevo momento constitucional en el proceso de elección del presidente de Gobierno: “Pasar y ver”. Quiere gobernar por puro cansancio y desgaste de todos los demás aunque eso exija arrastrar al mismo borde del abismo y el desconcierto a las instituciones del Estado, desde la Casa Real al Parlamento.
Parece la única regla del viejo código Mariano que, por desgracia, aún se respeta. Si se trata de salvarse como sea, Rajoy y los suyos van primero; después, si queda sitio, vamos los demás.