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Lo que hace más real la Navidad de 2023

Niños en Gaza, víctimas de los ataques de Israel.

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Es un año en el que la Navidad en sí coincide con un fin de semana largo, haciendo más rotunda la conmemoración. Antes de convertirse en la fiesta de los langostinos y los tópicos se centró en ser una celebración familiar y aún lo es hasta como para tener nostalgia de recuerdos que en realidad no existieron, e incluso igual sí lo hicieron. Mucho más atrás estuvo el origen: el nacimiento del dios de los cristianos, del dios de los judíos que se produjo –se dice– en una cabaña de Belén. Hoy es una ciudad de la Cisjordania palestina ocupada por Israel. El turismo lo lleva precisamente la potencia invasora. Ciertamente los principios de las tradiciones tienen a menudo orígenes confusos, tanto como los del caos que se desata en cualquier lugar, sagrado o no, cuando mandan el odio, los intereses y la sinrazón.

No es nada fácil abstraerse de las imágenes que llevamos viendo desde hace dos meses y medio ya. De hecho no lo intentamos siquiera y ojalá fuera algo que nublara las fiestas a los culpables. Esta navidad está plagada de niños, de niños palestinos agredidos, heridos, muertos. Y el Jesús de Nazaret nacido en Belén puede ser el niño que tiembla de dolor y de miedo, la niña que protesta, los que casi no pueden hablar, los que abrazan a sus hermanitos para consolarlos. Niños solos que nunca volverán a ver a sus padres, que morirán algunos horas después de ser atendidos con suma precariedad. O los que ni vemos, ocultos bajo los escombros que dejan las bombas.

Son esos niños los que hacen más navidad esta navidad de 2023, porque son reales.

No digas tragedia, Joe Biden, si mandas armas que matan. No lo digas, Unión Europea al completo, si reaccionas a intereses comerciales en el Mar Rojo pero no a la masacre palestina. O si cierras la puerta a los inmigrantes de todos los conflictos que como María, José y el niño, Jesús, se iban de Nazaret hace más de 2000 años –se dice–. De donde no les daba para subsistir.

Niños y madres y padres, vidas en precario, auténticas, que no pueden todavía falsear los corruptores de la Historia. Han escrito un libro de la postguerra española en la que apenas hubo fusilados. Los muertos se han evaporado. Es la ola de conservadurismo que nos invade, dicen.

En Argentina, Milei y sus secuaces han disuelto los años de dictadura para crear la suya propia, y se han fundido las leyes de convivencia de los Estados Democráticos. Es la gran revuelta de la destrucción votada por 14 millones y pico de seres con derecho a ir a las urnas. También allí debe haber pequeños niños Jesús en peligro. Y grandes. Y muy ancianos.

Y en Valencia. El grupo municipal de VOX en el ayuntamiento ha tumbado la licencia a la ONG Ayuda una familia y no podrá seguir dando las 600 raciones de comida diaria que preparaban sus voluntarios para personas sin hogar y que servían en el río Turia, bajo el puente Ademuz. Dice Vox que “generan suciedad”. La suya, la moral, apesta.

Las políticas que están poniendo en práctica los socios de gobierno PP y Vox van en esa línea de la crueldad y la desmemoria. Aburren las palabras huecas de los presuntos debates que solo buscan tensión y a la larga poder a través del desgaste. Tan poco navideños como las cestas de putas, ¿o eran volquetes? Lo que nunca ocurrió es que fueran frutas. Las frutas no insultan más de lo que pueda hacerlo de habitual una boca pestilente.

Peor o no, según se vea, es ceder al chantaje del PP y aceptar la mediación de la UE para que deje de secuestrar al Poder Judicial. Ya supervisaban. Y no había, ni hay, otro problema que la negativa del Partido Popular a perder ese control de la justicia que han logrado prolongar contra la Constitución cinco años más de su mandato reglamentario. Tal vez sólo pretenden un lavado de su actitud ante la opinión pública, o arañar alguna prebenda, pero España tiene demasiados pufos en su haber por ceder al mal menor tan reiteradamente.

Las familias de la alta política, baja moral algunos, se reparten botines e indiferencia, diálogos estériles. Las familias. De la derecha. De los que mandan. En navidad no puede faltar el discurso del Rey a la hora de la cena familiar. El juez Castro –tan valiente y maltratado en su instrucción del caso Nóos– promueve junto a su colega Juan Pedro Yllanes una iniciativa para que Felipe VI renuncie a su inviolabilidad y se pronuncie en ese discurso navideño sobre sus privilegios dando lugar a una reforma constitucional. Piden que lo hagan PSOE y PP, no se rían.

Hay otra niña nacida en España que merece un hueco en el espíritu navideño. Es una recién parida que fue encontrada, aún con el cordón umbilical, dentro de una bolsa de supermercado arrojada a un contenedor de basura en Los Palacios, Sevilla. Vaya forma de entrar en el mundo y vaya lucha la de esta cría por su vida. Este impactante episodio en la España de la civilizada Europa parece entroncarse con los niños palestinos… qué sociedad se ha formado que actúa así contra el candor sin mácula y contra el futuro.

Cada año pongo menos adornos de navidad, apenas son testimoniales. Los contratiempos se suman en éste para distorsionar mínimos planes festivos, aunque no completamente. Porque este ha sido un año, como ningún otro, en el que he visto luchar con inigualable coraje –y con éxito– por la vida. Y he conocido a personas que, desde su profesionalidad, ayudan fuera de la obligación laboral a ese empeño. Y me he topado con situaciones inolvidables en varias etapas de ese camino. Sorprende a estas alturas de la edad descubrir a tantos seres valiosos y es porque están donde deben estar: donde se les necesita. Basta que alguien ponga la primera piedra que sirva de soporte a la palanca para accionar la remontada. Y es un ejemplo que puede aplicarse a múltiples tareas.

Navidades de injusticia y sufrimiento, sin duda. De búsqueda inaplazable de soluciones, por supuesto. Pero también de amor como, dicen, debiera ser, de ese que reconforta y abre esperanzas.

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