Y la fiesta de la recuperación, ¿quién la paga?
Cualquier día se acaba la crisis y, si no es porque el portavoz gubernamental nos avisa, ni nos enteramos. Pensábamos que el fin de la crisis sería una fiesta, una celebración, un estallido de alegría. Y por ahora lo está siendo, sí, pero una fiesta a la que tampoco estamos invitados. Y los pocos de nosotros que pueden entrar lo hacen para servir copas y recoger platos sucios, como siempre.
Que hay una fiesta lo sabemos por el ruido que sale por las ventanas, el entrechocar de copas y la música a todo volumen. Recortes de la prensa económica de estos días: “La bolsa bate récords”. “Los bancos quintuplican su beneficio el último trimestre”. “Botín: está llegando dinero de todas partes”. “Aumenta un 13% el número de millonarios en España”. “Euforia de los inversores”. “Los mercados atisban la recuperación”. “Presidente del Eurogrupo: los bancos españoles están en mejores condiciones que los de otros países”. Qué escándalo, ya podían celebrar con un poco de discreción, que por aquí hay muchos que no tienen un canapé que llevarse a la boca.
La pregunta que surge siempre ante toda fiesta es la clásica que atribuyen a Josep Pla, cuando llegó a Nueva York y vio el despliegue deslumbrante de luces y neones: “Y esto, ¿quién lo paga?”. ¡Pues quién lo va a pagar, criatura! Los mismos que pagamos el fiestón de la burbuja (aunque entonces nos caían migajas), los mismos que después pagamos el resacón del estallido, somos los que ahora pagamos la nueva juerga de inversores y financieros.
La alegría de los mercados sale directamente de nuestros bolsillos. De nuestras nóminas (Isidre Fainé, presidente de La Caixa: “somos competitivos porque los salarios están al nivel de 1999”). De nuestro bienestar desmantelado. Del rescate a la banca que hemos pagado con recortes sociales, y que es el que permite que los financieros vuelvan a sacar pecho. Del banco malo, que limpia las bodegas y atrae “dinero de todas partes” para comprar a precio de saldo.
Los presupuestos de 2014, por ejemplo, que se debaten desde hoy en el Congreso. Si los miramos bien, son como una factura: la cuenta de la fiesta de la recuperación. Nos la trae el camarero Montoro en un platillo, y nos toca pasar la gorra para pagarla entre todos.
No es casualidad que aumenten el número de millonarios, los beneficios de las grandes compañías, los resultados de la banca o los índices bursátiles, al tiempo que crece el número de pobres, la riqueza per cápita se desploma y el Estado de Bienestar se descompone. No es casualidad: son vasos comunicantes. Una tubería que siempre fluye en el mismo sentido. Y siempre les parece poco.
Lo peor no es que les paguemos la fiesta. Lo peor son los destrozos de la juerga, que ya sabemos lo fácilmente que se desmadran en cuanto empieza a sonar la música y se abre la barra libre. La “recuperación” actual puede ser otra burbuja que nos acabe reventando en la cara: ese dinero que “llega de todas partes” es pura especulación para comprar barato todo lo que estamos liquidando; la banca campeona sigue acumulando morosidad; se ven venir nuevos rescates en Portugal y Grecia; la deuda no deja de crecer. Malo es que les paguemos la nueva ronda de copas; peor será que otra vez nos toque recoger los cristales rotos.