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Redes para el bien

Una mujer llora junto a una niña tras cruzar la frontera de Ucrania en Medyka, Polonia.

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Como en casi cada crisis de nuestro tiempo, muchos de los mensajes que se pueden leer en redes sociales ponen los pelos de punta por una mezcla de ignorancia y maldad que uno desearía que proviniera de bots programados y no de seres humanos. En muchos casos, sabemos que lo son: cuentas falsas a veces automáticas y a veces manuales de empresas o personas a sueldo. En otros, no queda más remedio que silenciar, bloquear, denunciar y suspirar esperando que un día un atisbo de educación, de información o de sensibilidad llegue a esas personas y que los personajes más influyentes en su círculo –en particular políticos y tertulianos– tengan algún escrúpulo sobre las consecuencias de sus palabras.  

Una vez más, las empresas que gestionan las redes están desbordadas por la moderación casi imposible de contenido que en parte de los casos puede incitar al odio y la violencia con consecuencias aterradoras en el mundo real. 

Pero la guerra en Ucrania también nos ha mostrado cómo el acceso casi de cualquier ciudadano, incluso en las peores circunstancias posibles, a una red pública para compartir información también ayuda a documentar crímenes, a comunicar emergencias y a retratar el horror y la esperanza. La sorprendente resistencia de las comunicaciones por Internet en Ucrania es un factor clave para que las voces de los ucranianos que son testigos de lo que está sucediendo no se apaguen y lleguen a todo tipo de personas. También a las que tal vez no están tan conectadas a la prensa tradicional pero sí a Instagram o TikTok

Por supuesto, el acceso es mucho más limitado o inexistente en los lugares más aislados y que más sufren, como Mariúpol, pero incluso su aislamiento es lo que llama la atención y despierta el ansia por saber más y recoger más testimonios de las personas que están viviendo o que han vivido el asalto y la tortura en su ciudad. 

En medio del aluvión de información generada, el trabajo de entender y verificar sigue siendo función esencial de los periodistas y los especialistas en derechos humanos en el terreno, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, o en verificación de fuentes de inteligencia, como Bellingcat. Pero después de tantos años viendo el lado más oscuro de las plataformas –que sigue ahí de la manera más cruel posible, explotada sobre todo por las fuentes oficiales de Rusia–  no está de más recordar el lado positivo que siempre han tenido: la posibilidad de acceder a la información de manera más rápida, más ligera, más eficaz y a veces más completa que a través de los canales tradicionales. 

En algunos casos, esas redes pueden suponer una gran diferencia para la vida de las personas. El servicio público de los canales de Telegram para alertar de bombardeos o asistencia humanitaria en Ucrania está funcionando, igual que las herramientas para llegar a la población que antes se utilizaban para el control de pandemia y ahora se han reconvertido en información esencial sobre la guerra. 

Incluso en Rusia, donde los periodistas de medios independientes han tenido que dejar de hacer su trabajo por la estricta ley de control y censura de la información, Telegram es una de las pocas herramientas que sigue funcionando. Los medios independientes que trabajan desde fuera de Rusia, como Meduza, pueden seguir así informando. “Toda la propaganda del Estado está también en Telegram ahora. Depende de la misma infraestructura. No pueden bloquear Telegram si no quieren quedarse solos gritando al vacío”, explicaba hace unos días en esta entrevista Alexei Kovalev, el jefe de investigación de Meduza.

El lado oscuro y amenazante de Internet no debe hacernos olvidar la fuerza que también tiene la red para el bien como herramienta de un mundo más informado y menos desigual. Ojalá veamos más de lo segundo y algo menos de lo primero.

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