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El reparto de la jodienda

Momento en el que Kylian Mbappé se ríe de la pregunta sobre usar un transporte más sostenible.

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La primera obligación de la igualdad es la equidad

Víctor Hugo Escritor francés

Pasamos por la cosas sin rozarlas. Abordamos las cuestiones en extensión y con profusión, pero no en profundidad. No sé si es una cuestión cultural o que no quieren dejar que entremos en la esencia de los problemas. En todo caso, esa es la situación. La sobreexposición no asegura la sobrecomprensión. Por eso no me ha chocado el paso volandero y fugaz, frívolo, que hemos efectuado sobre una cuestión que se ha presentado como la soberbia o la tontería de un jugador de fútbol -Mbappé se llama-, cuando se trata en realidad de un debate de fondo que lleva meses en la opinión pública de varios países y que afecta a un principio formulado por John Stuart Mill, denominado la igualdad de sacrificio. Otros hablan de equidad en el esfuerzo de guerra. Cuando el jugador responde con chulería, lo hace porque los periodistas le preguntan por algo que se discute desde hace meses en Francia. Con las chuflas respecto al “carro de vela” y una polémica sobre los clubes de fútbol nos hemos despachado un asunto que el ministro francés considera que debe ser regulado por al UE y que supone un análisis concreto sobre si las clases más pudientes pueden obviar la “movilización” por su dinero y si el esfuerzo de defensa en esta guerra va a recaer sobre los de siempre. No sería la primera vez.

El inicio del escándalo público han sido cuentas de redes sociales que se han dedicado a monitorizar los desplazamientos de los aviones privados de algunos multimillonarios franceses, canadienses o norteamericanos. Como saben, existen aplicaciones que permiten verificar los movimientos de aviones y barcos y eso incluye a los privados. Así es cómo la opinión pública descubrió que el magnate de los medios francés Bolloré había volado cinco veces en un día (París-Palermo-Niza-París-Toulon-París) o que durante el mes de julio los cinco grands patrons, es decir, Bolloré, Decaux, Pinault, Bouygues y Arnault había emitido 520 toneladas de CO2, el equivalente a las emisiones de un ciudadano francés corriente ¡durante 52 años! No tenemos datos en España, nadie se ha preocupado de ello, pero sí puedo decirles que somos el cuarto país europeo en vuelos privados.

Lo cierto es que los vuelos privados han sufrido un incremento excepcional tras la pandemia en toda Europa. El alquiler de jets privados supone ya el 17% de los vuelos europeos y va en aumento. Ahora no solo vuelan así los que pueden comprarse un avión propio, sino que el alquiler por horas (unos 3.500€ la hora) está batiendo récords. Vuelan para hacer negocios o por razones médicas, pero también por la “necesidad de confort” que se han detectado muchos de los que pueden pagarlo. En román paladino significa que según ha aumentado la masificación en la aviación comercial, ya ni las clase business les aporta la exclusividad que desean y que pueden pagarse. Las cifras de la European Business Aviation Association indican que si en 2019 la aviación de negocios suponía un 9%, en 2021 había escalado al 20%. Y sigue subiendo.

Ante esta cuestión el ministro de Transportes francés tocó un foco importante de reflexión: “Cuando cada francés hace esfuerzos en su día a día, los que más pueden y los que más polucionan deben también actuar”. Formulaba de este modo una condición humana que es difícil de negar y que consiste en que somos una especie llamada a cooperar, sí, pero los humanos cooperamos si los otros cooperan y dejamos de cooperar si entendemos que los demás no hacen su parte. No se trata, pues, exclusivamente de si la contaminación de los jets privados supone solo un 4% de las emisiones, frente al 71% de la comercial, como alega el sector y como repetirán los adeptos a la fórmula del chocolate del loro, que utilizan una y otra vez para negar esfuerzos a las élites. Lo que subyace en el fondo es el modo en el que cada uno va a colaborar para conseguir el ahorro energético y para administrar ese fin de la abundancia que preconiza Macron y que es una realidad a escala.

El debate relevante, el que no se está haciendo en España y el que intentarán evitar algunos espectros políticos, tiene que ver con ese asunto de la igualdad del sacrificio. Aunque es un principio relativo al esfuerzo fiscal, es exactamente aplicable a la gestión del esfuerzo energético actual: “Así como los gobiernos no deben hacer ninguna distinción entre las personas y las clases por lo que respecta a las peticiones que estas puedan hacer, los sacrificios que les exija deben presionar a todos por igual en la medida de lo posible”, establecía Mill. Es lo que yo traducía al lenguaje popular: se trata de repartir de forma equitativa la jodienda. Es evidente que esto supone que la incomodidad, el sacrificio, debe ser equitativo. Para las clases altas, el precio del gas no va a suponer frío y el de la gasolina no va a impedirles desplazarse, pero sí sería una jodienda tener que dejar de gastar energía y de contaminar en sus vuelos privados. No importa que suprimirlos no vaya a arreglar el problema. Tampoco que un ciudadano deje los filetes va a conseguir que los pedos de las vacas y su consumo de agua jodan el planeta. Pero este es un esfuerzo de la humanidad y, o nos jodemos todos, o la caldera explotará. Por eso la respuesta del niñato Mbappé ha soliviantado a los franceses.

Consultando el otro día la falta de equidad que supone que las familias españolas que tienen caldera comunitaria estén pagando el gas mucho más caro que las que la tienen individual -me dicen que el Gobierno es consciente de ello, pero que es difícil de arreglar, ¡toma jodienda desigual!- alguien me decía: “es que estamos en guerra”. Lo asumo. Estamos en guerra. Pero nadie toleraría ahora que, en caso de una movilización de efectivos humanos, los ricos lograran evitar tener que empuñar un arma pagando. Hasta la llegada de la leva obligatoria con Carlos III -el nuestro, verán que he logrado obviar la pesadilla británica en esta columna- las élites podían evitar ir a la guerra mediante el pago. De luchar en la Guerra de Cuba se podía librar uno pagando 6000 reales, el equivalente a 4 años de salario de un trabajador. ¿Quién fue a Cuba? Pues un bisabuelo mío, por ejemplo, como tantos de los suyos.

¿Tolerarían eso ahora? Pues en esta guerra energética, en la que se trata no solo de no poder pagar, sino de no poder conseguir energía, el sacrificio tiene que ser igualitario, la jodienda similar. No tenerlo en cuenta acelerará la defección que espera Putin. Será lo que quiera, pero ha leído a los clásicos rusos y conoce el alma humana. 

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