Reparto de trabajo, más que de bienestar
El empleo crece en España, pero el trabajo lo hace de una forma mucho más lenta, en detrimento de la calidad del primero. Estamos viviendo un cierto reparto del trabajo. Si tomamos la última Encuesta de Población Activa en el cuatro trimestre de 2017, el empleo había crecido un 3,8% respecto al año anterior, pero las horas trabajadas (medidas como “horas trabajadas efectivas semanales”) sólo lo habían hecho a la mitad de velocidad, en un 1,6%. Aunque la dinámica es a que aumenten ambos (las horas trabajadas sólo habían crecido en un 0,7% un año antes), este desfase indica que estamos en una situación de reparto del trabajo de hecho, vía mercado, no como planteamiento político, social o por ley. Con el consiguiente impacto en mismo sentido salarial.
La economía española no ha recuperado aún el nivel de horas trabajadas que había en 2008 antes de la crisis, ni el nivel de ocupados de entonces, pese a que en 2015 prácticamente se igualó el PIB de 2017, oficializando la salida de la recesión.
La situación es algo más compleja, pues muchas veces el crecimiento de la 'economía gig' (que va más allá y más acá de los autónomos) no se refleja bien en las estadísticas. En todo caso, ese tipo de reparto del trabajo es algo muy diferente del acuerdo al que han llegado en Alemania los poderosos sindicatos del metal IG Metall y Südwestmetall con la patronales para reducir la jornada laboral a 28 horas semanales (junto con un aumento salarial de 4,3%, que puede repercutir positivamente en el conjunto de las economías europeas si los alemanes se ponen a gastar más y ahorrar un poco menos), lo que puede marcar una tendencia para otros sectores. Indica que muchos trabajadores alemanes (país con una tasa de desempleo del 3,7%) lo que buscan ahora es más tiempo libre. Aunque las empresas podrán ofrecer contratos de 40 horas semanales en aquellas actividades en las que hay un déficit de expertos.
No estamos en eso en este país, donde la tasa de desempleo (siempre según la EPA) es aún superior al 16%, donde entre los que tienen trabajo más de seis millones de personas ingresan menos que el salario mínimo y otros 2,3 millones solo un poco por encima, y donde por cada desempleado que sale de las listas del paro se celebran 74 contratos de trabajo, en precario. Con esas, se pide que se ahorre para completar con fondos privados las pensiones públicas del mañana. Además, la precariedad también es una forma de reparto del trabajo. Más personas entran y salen constantemente del mercado laboral y se turnan en empleos temporales mal remunerados.
Incluso en EE UU, país del que se suele considerar cercano al pleno empleo, se ha estacando algo el crecimiento de la población activa, mucha gente se ha retirado del mercado de trabajo y también hay un cierto estancamiento de las horas trabajadas, tras una subida en los años 2013 a 2016. Allí los salarios no se han recuperado como el empleo, aunque podrían empezar a hacerlo. Si bien algo más en España, en los países desarrollados de la OCDE, las horas trabajadas anualmente se han ido también reduciendo de 2000 a 2007 y a 2016.
No extraña, pues, que el hecho de que la economía española esté creciendo no significa que lo haga de igual manera el bienestar para partes importantes de la sociedad. No ocurre sólo en España. Este desacoplamiento se está viviendo en muchos otros países. Más allá del debate teórico, en la práctica hay una preocupante confusión entre el crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto que como medición válida y significativa de la economía está cada vez más puesta en cuestión) y el crecimiento del bienestar para el conjunto, o sectores importantes de la población. Es algo que está ocurriendo en muchas economías, desarrolladas y en vías de desarrollo del mundo.
Naturalmente que crecer es una condición esencial para el bienestar. Se trata de repartir la riqueza; no, a la cubana, la pobreza. Y se trata también de crear trabajo. No solo repartir, de forma desigual y a menudo precaria, el que se haya o se vaya generando.