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Resistencia narrativa, digital y empresarial

Telegram

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Podía pensarse que los rusos dominaban la desinformación y los ciberataques. De momento, son los ucranianos los que van ganando la batalla de la narrativa, la digital, en Ucrania, y a ello se suma una ristra de empresas occidentales en retirada en Rusia. Aunque sus efectos frente a la invasión, frente a los tanques y los bombardeos están por ver, ha surgido un nuevo tipo de resistencia en Ucrania ante la invasión. Es la resistencia de lo horizontal frente a lo vertical.

No obstante, y a pesar de algunas manifestaciones, mucho ruso piensa que no se trata de una invasión o guerra, sino, como señala la versión oficial, de una “operación militar especial” contra “neofascistas” (incluido el presidente Zelensky, de origen judío) en Ucrania, ni cree que el ataque ruso esté masacrando a civiles, pese a que se calcula que 11 millones de rusos tienen familiares en el país invadido. Al menos es lo que cuentan diversos ucranianos que contactan con esos familiares y amigos en Rusia, según algunos reportajes fidedignos. 

Putin ha conseguido cambiar lo que es “real” para buen número de rusos, y reprime y encarcela a los que lo niegan. No es que la verdad sea la primera baja en una guerra, es que la desinformación, las noticias falsas, son parte de la guerra. Siempre lo han sido y en nuestros días mucho más. Pero claro, como hacen ahora los dictadores -como la junta militar tras el golpe de Estado en Myanmar- el régimen ruso ha cortado en Rusia los servicios de Facebook, esenciales para la comunicación ciudadana, y reducido los de Twitter. La guerra de la desinformación funciona en Rusia, pero no en Ucrania o en el resto del mundo abierto. En Europa, se ha suspendido la emisión de la cadena RT, importante fuente de desinformación. Putin está perdiendo la guerra de la información fuera de Rusia. 

Los ucranianos se han organizado. El Gobierno y los ciudadanos, con una inteligencia colectiva horizontal, un crowdsourcing, frente al control vertical de la información en Rusia que ha puesto todo su aparato a este servicio. El Gobierno de Kiev pidió que se expulsara a Rusia del ICANN y otros organismos internacionales de gobierno de Internet, pero ello hubiera ido en detrimento del acceso a la red de varios países centroasiáticos que dependen de empresas rusas para estos servicios, y podría tener un efecto devastador sobre el conjunto de la red global.

En Ucrania la sociedad civil se ha movilizado, impulsada por el activo ministro de lo digital Mijailo Fedorov. “Somos los primeros en el mundo en introducir este tipo de guerra”, ha declarado su número dos Oleksandr Bornyakov, para el cual “es a la vez simple y poderoso, e imposible de desbaratar o romper”. Ucrania ha montado un auténtico ejército de hackers, con 200.000 voluntarios, que va más allá de sus fronteras y llega a decenas de otros países, para ir contra los sitios de medios de comunicación rusos, e impulsar la narrativa ucraniana en las redes sociales. El Gobierno Ucrania está consiguiendo importantes donaciones  -más de 50 millones de euros- en criptomonedas.

Con la invasión, centenares de miles de ucranianos se han vuelto hacia Telegram (los usuarios pasaron de medio a un millón en unos días), y sobre todo su canal de información UkraineNOW, que tan útil se demostró para difundir los datos sobre la pandemia del Covid-19, y ahora sobre la guerra. En un momento dado, Pavel Durov, ruso, fundador de Telegram, se propuso suspender la red social en Ucrania y Rusia, pero cuando se informó de la importancia que estaba teniendo, renunció a ello.

Hay otra resistencia que se ha llamado empresarial o capitalista: día tras día crece la cantidad de empresas occidentales, desde McDonald’s que ha cerrado al menos temporalmente sus restaurantes, a Apple o Shell, pasando por Netflix, Ikea o Zara, que están suspendiendo sus ventas y servicios o desinvirtiendo en la medida que pueden en Rusia. Es verdad que las sanciones -financieras, de suministros e incluso morales y de reputación- han hecho mella sobre su capacidad de actuación en Rusia, con lo que esto, además de resistencia, se puede considerar un sistema de sanciones privadas, buscando impactar en una población que se había acostumbrado a las marcas occidentales. en lo que algunos, como Thomas Friedman, llaman la política de “cancelación” de Rusia.

En este conflicto los ciberataques rusos o no han empezado aún de verdad, o no han tenido el efecto buscado, pero estas nuevas formas de resistencia se han abierto paso, con lecciones de presente de cara a futuros diversos. 

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