El reto de 2018: no repartir carnets feministas
A ojos del mundo, 2017 es el año del feminismo. Es indiscutible que las mujeres empezamos a dejar de expresar nuestro hartazgo en privado para salir a las calles a gritar: #NosQueremosVivas, y a tomar las redes sociales con: #AMíTambién. Las cifras que hablan de brecha salarial, reparto desigual de los cuidados, techo de cristal, discriminación, invisibilidad, violencia machista, sexual,.. ya no son una fría estadística. Ahora agolpan miles de historias que relatan en primera persona lo que habían callado bajo la consigna patriarcal de que la mujer debe “ver, oír y callar”.
Este año 2017 queda claro que las mujeres de carne y hueso no somos como la extraterrestre del anuncio de la lotería de Navidad, vamos a hablar y a contarlo todo. Estamos rompiendo el silencio. Existe un sentimiento global de que el feminismo es un movimiento que nos representa a todas. “Somos Una”. Pero,.. ¿es eso verdad?
Este año, sin embargo, hemos asistido a alguna de esas polémicas que se dan entre feministas. Disputas que, cuando se personalizan en exceso, en quien la suscita o contra quien se suscita, terminan provocando filias y fobias con el riesgo de que el debate al final se reduzca a si “estar con una o estar con otra” es lo verdaderamente feminista. Como ejemplos, y sin ánimo de echar leña al fuego sino de ilustrar lo que digo, podría servir todo lo que se ha generado a partir de la campaña viral de ‘Hola putero’ de Towanda Rebels; o del vestido de Cristina Pedroche para dar las campanadas y de si es o no un acto feminista; también cuando algunas feministas usan su periodismo para hacer ataques personales a otras activistas; o cuando se quiere dejar fuera de la celebración del 8 de marzo a las mujeres transexuales porque no tienen vagina; o se menosprecia violentamente el trabajo de una actriz porno poniéndola en el ojo del sexismo más cruel…
La riqueza de la mayor parte de estas y otras controversias es que, en realidad, estos debates encarnan los diferentes feminismos que cohabitan en este momento histórico en la lucha de los derechos de las mujeres: feminismo romaní, afro-feminismo, feminismo de labios pintados, ecofeminismo, transfeminismo, feminismo de segunda ola, anarcofeminismo, etc. Sin embargo, ante esta diversidad, el reto para el año que viene es lograr que estas diferencias no se conviertan en distancias insalvables en aquellos asuntos donde lo que está en cuestión es la “libre elección”.
Más allá de las modas y las camisetas, la coexistencia y convivencia de los distintos feminismos nos está permitiendo a las feministas ponernos en el lugar de aquellas mujeres que no somos nosotras ni las nuestras. Nos está acercando a las otras, a sus realidades y sus vivencias. Nos está cuestionando en nuestros cimientos y privilegios. Nos está recordando que el Feminismo es, como decía hace unos días Dones i Cultura, “cuidarse, y cuidarse quiere decir poder tomar tus propias decisiones sin coacción”. Las mujeres somos titulares de derechos, de los mismos que los hombres pero también de los mismos de aquellas otras mujeres que por raza, clase o condición disfrutan del privilegio de tener voz y visibilidad. El silencio se ha roto y todas podemos ser feministas. No hacen falta carnets ni pruebas de nivel. El 2018 puede ser el año de la Sororidad.