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La reunión de Ayuso y Casado, por Antón Chéjov

Ayuso contra Casado

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La acción tiene lugar en un despacho. Sentado tras una mesa se encuentra EL LÍDER. Suda, tiene mala cara. De un cajón saca un elixir para los nervios. Quita el tapón y da un largo trago. Nudillos contra la puerta. EL LÍDER se apresura a devolver el elixir a su sitio.

EL LÍDER: ¡Adelante!

Entra LA DIVA, que observa con distancia irónica a EL LÍDER, encogido tras su escritorio.

LA DIVA: Tiene mala cara, líder.

EL LÍDER: ¡¡Claro que la tengo!! ¡¡Por tu culpa!! ¡¡Arpía maldita, condenada mujer!! ¡Yo te alcé del barro!, ¡yo te di todo lo que tienes!, ¿y así me lo pagas?

LA DIVA: (Sonríe mientras se pasea por el despacho) ¡Qué tumulto emocional tan impropio de un caudillo! Relájese, estimado líder. He venido a aclarar nuestras disputas de una vez y para siempre.

EL LÍDER: ¡Me has humillado, criatura infernal, trasgo inmundo, gargajo del Hades! ¡Lo que no consiguieron los anarquistas con sus confabulaciones lo vas conseguir tú con tus pérfidas triquiñuelas!

LA DIVA: Hablemos claro, líder. (Se sienta frente a EL LÍDER y pone los pies sobre la mesa.) Los dos queremos plantar nuestra bota sobre el gaznate de este imperio decadente. Son aspiraciones legítimas, pero usted, ambos lo sabemos, es un petimetre puesto a dedo por el viejo padre. Un espantajo inane que ya no cuenta con el respaldo ni de su propia camada de perros falderos. 

EL LÍDER: ¡¿Y tú te consideras más adecuada, bruja ambiciosa?!

LA DIVA: (Se levanta airadamente de la silla.) ¡Sí, raquítico parásito, soy una bruja! ¿Y sabes lo que veo cuando miro tu futuro? Un infame despacho de procuradores y tu culo pegado a una silla, lamiendo sellos postales hasta el día de tu deceso.

EL LÍDER: ¡No lograrás arrebatarme mi puesto, víbora infesta! ¡¿Acaso crees que no me quedan apoyos?!

LA DIVA: Escúchame con atención, pringoso alfeñique, porque solo voy a decírtelo una vez. Si haces tu petate y te vas sin hacer ruido, a lo mejor no arrastro por el fango el escaso buen nombre que aún te queda.

EL LÍDER: ¡Basilisco insidioso, mil veces te maldigo! (Escupe al suelo con energía. Calcula mal y se da en los zapatos.) ¡Declara públicamente no haber sido investigada por mis espías y tal vez retire el expediente que ahora pesa sobre ti!

LA DIVA: (Prorrumpe en una carcajada.) ¿Es que no entiendes nada, gomoso lechuguino? ¡Ese expediente es lo mejor que me ha pasado en la vida! ¡Es mi coronación, mi proclamación como heredera! ¡Lánzame tus espías, tus soplones y tus facinerosos, porque eso es todo lo que tienes! ¡Yo, en cambio, tengo la calle!

VOZ DE HOMBRE: (Al otro lado de la ventana.) ¡Líder, dimisión! ¡El imperio, con La Diva!  

LA DIVA: (Señala a la ventana.) ¿Lo oyes? Ya empieza. Lo que ahora no es más que el grito de un pobre demente, pronto será el clamor del pueblo entero. Miles de dementes unidos en una única exigencia: tu destrucción. Retírate, patético recolector de fracasos. Tu tiempo terminó.

EL LÍDER: (Poniéndose en pie de un salto, arrebatado por la cólera.) ¡Serpiente purulenta y ponzoñosa! ¡Sin mí seguirías siendo un escupitajo en la acera! ¡Te recogí cuando nadie creía en ti y te aupé donde estás ahora! ¡Yo te cree!

LA DIVA: Y ahora yo te destruyo.

LA DIVA abandona el despacho dando un portazo. EL LÍDER rompe en un llanto incontenible y desencajado. Desde cualquier punto de vista, tiene peor cara que al principio de la escena.

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