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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La Revolución Francesa apenas guillotinó a 15.000 personas

Rosa María Artal

Sé que no es normal salir del periodo navideño más largo del mundo civilizado, de tres semanas completas de amor y paz, pensando en guillotinas pero es que cada cambio de cifra en el calendario suele dar por hacer balances y proyectos y, a veces, se cruzan curiosas imágenes.

Las lecturas de tiempo libre y las reuniones familiares también abren muchos horizontes. Y así, un erudito de toda solvencia te cuenta que apenas pasó por la cuchilla a 15.000 personas. Siempre pensé que habían sido muchas más. Ni siquiera fueron todos miembros de la nobleza –que igual ni había tantos, esta gente siempre presenta un número muy inferior a aquellos de los que se aprovechan–. Mucho burgués cómplice entró en el saco de lo que Javier Krahe llama el método chic francés: “la cabeza que cae en el cesto, ojos y lengua de través”. Nadie es partidario de la violencia, claro que no, pero esas 15.000 cabezas encestadas cambiaron la historia de la humanidad. Cierto que, aterrados por la libertad, los franceses llamaron inmediatamente nada menos que a Napoleón, pero la impronta de marcaría por siglos el devenir de la sociedad. Nada volvió a ser lo mismo. Hasta ahora.

española se volcó –absolutamente– en involucionar el curso de la historia y fue más partidaria de la hoguera. Los guardianes de la fe católica se tiraron tres siglos y medio purificando con ardiente fuego las almas –y, lo que es mucho peor, los cuerpos– de los herejes y asimilados. Preferían añadir la tortura previa al tajo rápido y limpio que ofrece, sin ir más lejos, la guillotina y esto ya es tener muy mala idea. Las cifras más críticas hablan de como poco 31.000 abrasados vivos en nombre del dios que se atribuyen los ultras patrios y de otros 17.000 que ya entonces se fueron por pies del país con enorme prudencia. Se dirá que tampoco son tantos para tanto tiempo pero es que el grueso de los ajusticiamientos se produjo en la primera etapa, cuando andaban por allí los impulsores de la norma: los Reyes Católicos. A la sazón, el emblema y guía de la derecha española que, desde entonces al menos, no ha conocido otra cosa que la impunidad para sus tropelías.

Al progresismo, al solo hecho de pensar o buscar cierta ética en la vida social, lo purgan de continuo. Escasean, en cambio, las llamadas de atención –más o menos expeditivas– a las élites que se aprovechan del conjunto de la población para lucrarse y vivir como en el Versalles prerrevolucionario. Ahora que, cuando la ira estalla, suele hacerlo sin freno. Muchos años sin engrasar las guillotinas las desajustan.

Encaramos un año nuevo, 2014 –estrenado entre lluvias, nubes grises, temporales y frío para no llamar a engaño–, alicaídos por la herencia de dos años de gestión de Rajoy y por la dura travesía que queda por recorrer –dado que, a pesar de los graves escándalos que jalonan a este partido, siguen como si nada ocurriera–. Disfrazados los datos que extienden el empleo precario o el aumento descomunal de la deuda por una prensa oficial entregada o cautiva, de donde parece emanar todo el optimismo. Sonroja leerles en sus patéticas alabanzas al Gobierno y sus consignas. Mientras tanto, el medioevo revive en las desigualdades sociales que se acrecientan. En actitudes vitales.

Reverdece pujante la derecha más zafia, rancia, inculta y desvergonzada con su escopeta nacional al hombro. El Gobierno –según El País– prepara cerrar el monte público cuando haya cacerías. Cuando los señoritos quieran pegar tiros y matar animales, hacer negocios o realizar todo arte de montería, el populacho no debe molestarles. Lo primero es lo primero, como dios manda.

Una derecha cavernaria que no deja de trabajar en sus objetivos. Los cerebros de nuestros niños van a ser pasados por para –como nos cuenta eldiario.es– interiorizar qué son de verdad los valores éticos: amar a las Fuerzas Armadas y reprobar la objeción de conciencia o la desobediencia civil, porque lo fetén es la legalidad que marca el rodillo de esta derecha. Si vas camino de la herejía por no querer estudiar religión católica, habrás de engullir que los avances científicos y tecnológicos –como, por ejemplo, el uso de células madre– están en entredicho (para la autoridad competente, para el nacionalcatolicismo) porque acarrean –dicen, incluso en libros de texto– “problemas” morales y éticos. Torquemada y sus huestes no lo hubieran expresado mejor. Estamos rodeados, cautivos y desarmados.

Sólo fueron 15.000 víctimas –siempre lamentables– en Francia las que trajeron una nueva era en las relaciones de poder social. Pobrecillos. Los renglones torcidos del hartazgo. Presentes de forma indeleble como hito, sin embargo. 2014 no puede ser una continuación agravada del mal que nos aqueja. Cualquier momento es bueno para pararse o darse la vuelta antes que seguir arrastrados por esta inercia letal. Esta situación irritante trae malas ideas –simples figuras mentales, por supuesto–, incluso en personas de natural serenas y apacibles, decididamente pacíficas. Porque mira que pensar en guillotinas después de los dulces días navideños que hemos vivido y de las esperanzadoras noticias que nos cuentan políticos y medios influyentes.

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