El rey y los refugiados: valores frente a derechos
- Lo más llamativo del discurso de Felipe VI en la ONU, por desenfocado, es esa especie de condicionamiento de la generosidad con los refugiados a cambio del respeto a los “valores” de los países de acogida. ¿Valores? ¿Acaso hay una declaración universal de los valores?
La retórica vacía y la realidad de las acciones del gobierno de Mariano Rajoy han dejado a Felipe VI al pie de los caballos tras los dos discursos en los que trató el tema de los refugiados esta misma semana en Nueva York. El foro no podía ser más oportuno, la sede de Naciones Unidas. El texto del discurso menos original y más mentiroso.
España, por letra de su gobierno y por boca de su rey, ha presumido de su voluntad de contribuir a “amortiguar” el drama humano que sufren millones de personas que se ven forzadas a abandonar sus países por los conflictos, el terrorismo y la persecución. Y ha asegurado que este es un reto “de primera magnitud” con dimensiones “morales y políticas” que exigen una especial determinación, generosidad y perseverancia. No pongo en duda la buena dicción del monarca a la hora de hilvanar el mensaje, lo que no me creo es que un país que en 2015 rechazó el 68,5% de las solicitudes de asilo (datos de CEAR) esté en condiciones de presumir de tan rimbombantes intenciones.
“Debemos luchar coordinada y eficazmente contra la trata de seres humanos y traficantes de personas, dar protección internacional a los legítimos demandantes de asilo, y ofrecer nuestro apoyo, solidaridad y asistencia a los países de tránsito y acogida de refugiados”, continuó el monarca, pero a él y al escribidor del discurso se les olvidó añadir que a finales de julio España sólo había recibido 470 refugiados de los 17.000 asignados por la Comisión Europea. Es decir, una vergonzosa lentitud ante un problema que no puede esperar.
“Los españoles aspiramos –dijo también el rey– a que nuestro país sea un actor relevante en una cuestión de enorme contenido ético y humanitario, y que España, por su condición de encrucijada geográfica e histórica, conoce bien”. Esa ética y esa humanidad parece obviarla de manera sistemática nuestro ministro del Interior, que es capaz de condecorar a guardias civiles por el mérito de aporrear a un subsahariano indefenso encaramado en la valla de Melilla o de despachar con evasivas y sin asumir ninguna responsabilidad las reclamaciones por la muerte de 15 personas en la frontera del Tarajal (Ceuta) en 2014.
Pero quizá lo más llamativo, por desenfocado, sobre todo en el ámbito de la Naciones Unidas, es esa especie de condicionamiento de la generosidad con los refugiados a cambio del respeto a los “valores” de los países de acogida. ¿Valores? ¿Acaso hay una declaración universal de los valores? No señor, como bien dice la abogada Violeta Assiego, especialista en estos asuntos, lo que hay que exigir (a todas las partes) es respeto a las leyes y a los derechos humanos, ya que los llamados “valores” pueden ser una trampa tras la que se oculten multitud de intereses y prejuicios.
Y es que a veces, cuando se habla de temas tan delicados, que están costando la vida de miles de personas, sobra la retórica y se necesita el compromiso verdadero. Como dice con razón Gonzalo Fanjul, que sí sabe de esto, quizá habría sido más digno que Felipe VI y el redactor de sus discursos hubiesen permanecido callados.