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Paga, pueblo, paga

La infanta Pilar, hermana del rey Juan Carlos, una de las personas que aparece en los papeles de Panamá / EFE

Raquel Ejerique

Según Disney, los ricos son buenos y te aceptarán fácilmente entre ellos porque son generosos. Basta con que seas un buen tipo y te esfuerces mucho y podrás pertenecer a esa clase. Son los estereotipos que perpetúa la fábrica hegemónica de dibujos, según un análisis de la Universidad de Duke.

Según Hola, los multimillonarios sonríen bastante, visten de blanco nuclear planchado y enseñan generosamente sus casas en el reportaje de la página 8. Les gusta la familia y la vida plácida de hogar. Tienen chimenea y perros también blancos. A veces se despellejan entre ellos.

Según los Papeles de Panamá, los millonarios son unos miserables que frecuentan los paraísos fiscales y gustan de esconder su dinero para que nadie sepa, especialmente Hacienda, que es suyo. No se conforman con tener más de lo que se podría gastar en una vida muy confortable. No sienten que deban contribuir proporcionalmente al bien común a través de los Presupuestos del Estado. Si pueden escamotear unos millones a la hucha de todos, lo hacen.

La foto real de las grandes fortunas del mundo ha salido desenfocada. Si quitamos la animación y el photoshop, resulta que hay ricos que salen muy feos, que Hacienda no somos todos y que la factura social no se pagaba exactamente a escote. Los ricos no son tan generosos como los de Disney.

Hemos descubierto que ni siquiera hace falta ser de una estirpe concreta para evadir. Puedes ser un poderoso emir, una exmodelo casada con Paul McCartney, un cineasta que va de progre o un actor de serie doméstica que se ha forrado interpretando a un padre de familia honrado y humilde. Porque los paraísos son democráticos, acogen a todos, no discriminan. Solo si eres un PEP -Persona Expuesta Públicamente- te tratarán distinto: por las molestias y el riesgo ocasionado te tocará pagar más a cambio de que te escondan el dinero.

En nuestra ignorancia, y en plena campaña de IRPF, podríamos pensar -porque así nos los han instalado en el imaginario colectivo- que solo unos cuantos abusones se dedican a triplicar su personalidad, partir su nombre, rebautizarlo o usar al primo para colocar su fortuna. Que se les persigue, como dice el ministro de Hacienda.

Sin embargo, la filtración revela que es un hábito sistémico y sencillo. Sistémico porque las 210.000 sociedades opacas que se han revelado gracias a la filtración de Mossack Fonseca son solo un puñado. Hay otros tres despachos de abogados por delante de la firma panameña en el ranking de los facilitadores, con sendos cientos de miles de clientes. A su alrededor, un entorno organizado para hacer desaparecer dinero blanco y negro.

Sencillo porque te lo hacen en cualquier ciudad del mundo. Solo hay que ir al distrito financiero y buscar torres que tengan cristal espejo, la opacidad metafórica. Las adoradas “cuatro grandes” -PwC, Ernst&Young, Deloitte, KPMG- lideran el ranking de firmas en paraísos fiscales. Les siguen los bancos.

Es un fraude democrático y las leyes -que tienen ideología- permiten que siga pasando. En los anuncios para la jet lo llaman elusión, ingeniera, planificación o eficiencia. Si le quitamos el aura de trajes, tocados, yates o fiestas de 80 cumpleaños, se llama sisar, timar, escamotear, robar y escabullirse.

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