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Salir a perder (desde la izquierda)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el pleno del Senado durante su comparecencia, la quinta monográfica de la legislatura, este martes en Madrid.
25 de abril de 2023 22:13 h

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Lo que reinaba hace unos meses, quisiéramos admitirlo o no, era la sensación de que la derecha arrasaba. Eran los tiempos del efecto Feijóo, de la resaca ayusista y la euforia andaluza de los populares, con un Vox crecido, espirales de inflación, la recesión en las cabezas y una izquierda aletargada sin nada que le sucediera todavía. En poquito tiempo se desinfló el soufflé: Feijóo perdió por el camino numerosos encantos y virtudes. Pero no por estar decrecientes las energías de los de enfrente nos parece ahora que las nuestras estén reactivadas.

La catástrofe económica no fue tal. España aún desconoce el apocalipsis. Y el resultado es aún un poco más preocupante: si hace un ratito la derecha salía a ganar y ganar con fuerza las elecciones, sus fuerzas para ganarlas ya no son en realidad tantas –sus candidatos erráticos y sin encontrar el tono–; lo que pasa ahora en la izquierda es que la responsabilidad se ha trasladado y es cosa suya no perderlas. Para lo cual pareciera que hay cosas, tres o cuatro o quizá muchas, que no se están haciendo bien.

Sánchez aprovecha como puede una debilidad relativa de lo que se ha llamado mucho tiempo el espacio del cambio. El relato que trasciende a los medios es uno de desunión, cuitas internas, encierros en sedes y acusaciones cruzadas de traiciones, deslealtades, odios y voluntades asesinas. Mientras tanto, el presidente del mismo partido que ha frenado tantas veces lo que podrían haber sido regulaciones ambiciosas en vivienda se apunta los tantos de edificar vivienda pública o movilizar los pisos de la SAREB. Los logros no logran comunicarse bien como logros. Y la derecha, sin tanto fuelle, guarda silencio mientras su adversario se autodestruye con torpeza.

La situación es reconducible. Pero hay varias condiciones necesarias para que algo cambie. El pesimismo de las generales se atenúa si se miran los destellos pequeñitos de posibilidad que parecen vivos en las elecciones al Ayuntamiento de Madrid –la Comunidad y Ayuso son bastiones más complejos–; Colau aspira, un poco más en cada semana que pasa, a revalidar Barcelona; Valencia no está perdida y menos si las izquierdas se conceden una tregua mínima en la cual no se dibujen con cuchillos corbatas colombianas las unas a las otras.

La autocrítica a toro pasado, el día después de las elecciones, es una tarea bastante fácil. Yo plantearía, en cambio, otra necesidad, bien distinta a poner la tirita antes que la herida: imaginarnos y hacer todo lo posible para que herida no haya. Que cesen los desastres como los que hemos visto en Podemos Asturias y que en ningún otro territorio se permitan temeridades así de irrevocables. Que se asuma la enorme responsabilidad con la que cargamos en estas elecciones autonómicas y municipales. Que nadie se resigne a perder plazas que no están perdidas. Y que nadie trabaje activamente por perderlas. La suerte de que haya quien sale a perder estas elecciones es que todavía estamos a tiempo de cambiar de actitud. Seamos, pues, un poquito menos tercos; tendremos mucho menos de lo que lamentarnos; porque al menos lo seguiremos intentando.

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