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Sánchez e Iglesias deben aprender del fracaso

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. EFE

Neus Tomàs

La izquierda española ha faltado al respeto a sus electores, esos que el 28 de abril respondieron de forma masiva a la apelación de frenar en las urnas a la derecha y la derecha extrema para evitar que gobernasen el país. Los votantes cumplieron. No puede decirse lo mismo de los partidos y sus líderes, que tenían y tienen aún en sus manos devolver la confianza que en ellos depositaron 7,4 millones de españoles en el caso del PSOE y los 3,7 que lo hicieron en Unidas Podemos. Más de 11 millones de ciudadanos que merecen algo más que el espectáculo ofrecido en estos últimos días.

Pedro Sánchez ha actuado desde la noche electoral como si ese buen resultado del PSOE se hubiese convertido con el paso de los días en una mayoría absoluta. Llegó al debate de investidura sin los apoyos que necesitaba, reclamando los que sabía que no tendría, y exhibiendo una estrategia que ha sido interpretada por el resto de formaciones, incluso por las que más han remado para que sea presidente, como un ejercicio de soberbia.

Esa misma arrogancia que a menudo pierde también a Pablo Iglesias, que vio en el gobierno de coalición y en su presencia como vicepresidente, el salvavidas que necesita Podemos como partido (y sobre todo él como líder) para no seguir hundiéndose. Pretender que la cauterización de la hemorragia morada funcionará a base de acumular un poder que no se corresponde con el resultado electoral es un error. Uno de los muchos que se han cometido en esta negociación y que probablemente tenga un mayor coste electoral.

La primera equivocación del PSOE y Unidas Podemos fue no sentarse a negociar de verdad y no empezar a hacerlo mucho antes. En abril sabían que para que hubiese gobierno tenía que haber pacto. Pero los contactos se fueron retrasando y escuchando a ambas partes se diría que lo más parecido a una negociación ha durado dos días. Italia, instalada en su desconcierto permanente, tardó 88 días en configurar su actual Ejecutivo entre la Liga Norte y el Movimiento 5 estrellas. En Alemania, un ejemplo citado a menudo estas últimas horas, estuvieron 136 días sin gobierno hasta que el centroderecha y la socialdemocracia se pusieron de acuerdo. Vale la pena recordar una de las frases que pronunció Angela Merkel cuando en tiempo de descuento parecía que la gran coalición iba a saltar por los aires: “Estoy dispuesta a hacer concesiones difíciles”. Es la diferencia entre la responsabilidad y el partidismo mal entendido.

Sánchez vetó la presencia de Iglesias y con ello solo logró encarecer el precio que los morados ponían al acuerdo. En los años 70 hizo fortuna entre las feministas el principio de que todo lo personal es político. Según esa teoría, hay momentos en que las soluciones no pueden ser personales porque lo que se pretende es una solución colectiva. Es evidente que Iglesias y Sánchez no lo interpretan así puesto que han antepuesto sus respectivos intereses a los del conjunto de la izquierda (si es que hablar de conjunto a estas alturas todavía tiene sentido).

El líder de Podemos se apartó, y eso le honra, pero endureció sus posiciones hasta un límite que hacía inasumibles algunas de sus peticiones. Reclamar el control del presupuesto a través del Ministerio de Hacienda es querer alcanzar el cielo en un solo salto. Aunque fuese solo un punto de partida en unas primeras conversaciones es lógico que el PSOE se negase y que lo interpretase como una provocación. Cómo bien aconsejó Aitor Esteban, que es tan buen orador como negociador, el cielo se conquista de nube en nube. El tono y el mensaje del portavoz del PNV fue mucho más acertado que el desdén expresado por Sánchez, que desde esa misma tribuna había proclamado minutos antes que no pondría Hacienda en manos de “alguien que no ha gestionado nunca”. Fue un exceso en las formas prescindible y solo atribuible al mitin de campaña en que convirtió su intervención.

La última oferta del PSOE para Unidas Podemos incluía una vicepresidencia y los ministerios de Vivienda y Economía Social, Igualdad y Sanidad. La de Podemos, planteada in extremis, añadía su renuncia al Ministerio de Trabajo si Sánchez accedía a que fuesen ellos quienes gestionasen las políticas activas de empleo. Una petición asumible teniendo en cuenta que se trata de una competencia transferida a las autonomías. Además, es una cesión que no debería preocupar a la CEOE, tan inquieta por el riesgo de que Podemos controlase la cartera íntegra.

Cuesta entender, contrastando las respectivas propuestas, que hayan sido incapaces de ponerse de acuerdo. El lamento del 'nuevo' Gabriel Rufián, aplaudido incluso por los que hace dos días le ninguneaban (y seguramente no les faltaban motivos), es más que pertinente: la izquierda vuelve a perder. Y esta vez, cabría añadir, no pueden responsabilizar a la derecha. Tampoco a los independentistas. La sonrisa del secretario general del PP, Teodoro García Egea, al acabar el debate de este jueves, es la imagen que mejor ilustra el fracaso de PSOE y Podemos.

La última coalición de izquierdas que gobernó España fue la que presidió el socialista Juan Negrín en el 38. No hace falta rememorar una etapa dramática pero sí preguntarse por qué estados vecinos y comunidades con un ecosistema tan complejo como Catalunya pueden gobernarse con fórmulas de coalición y en España es imposible. La añoranza de un sistema bipartidista puede ser una explicación (y la tentación de reforzarlo a través de la reforma constitucional que defiende Sánchez es evidente). La falta de cultura negociadora de algunos de los nuevos partidos, que a menudo parecen seguir instalados en la teoría de los manuales de la facultad, puede ser otra.

Jaume Asens, el hombre fuerte de los 'comuns' en Madrid, pide autocrítica. Izquierda Unida ha presionado tanto como ha podido para intentar cerrar un acuerdo. No ha sido posible pero todavía hay margen a no ser que los gurús que diseñan estrategias a base de encuestas consideren que lo que le conviene al PSOE es ir a elecciones. Decía Manuel Vicent que en estos tiempos que corren para saber si somos felices se hacen encuestas. Si en la próxima le preguntan a los votantes de izquierdas es fácil adivinar cuál será la respuesta.

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