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Sangrar al IBEX como deber patriótico

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras el pleno del Congreso del último jueves.

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Las plantillas de servicios esenciales se ven sometidos a una ley de servicios mínimos cada vez que hacen huelga cuando su labor es imprescindible para el funcionamiento de la sociedad. Esa obligación, que puede parecer justa para evitar el colapso de un país, no opera con las empresas que en tiempo de emergencia nacional como ahora, con la guerra de Rusia contra Ucrania, no están obligadas a actuar acorde al interés general del país, sino solo a los intereses que les proporcionen mayor beneficio. No puede haber huelga de maquinistas de tren dejando sin servicio a la ciudadanía, pero en un momento en el que el precio del gas nos ahogaba se les permitía vaciar los embalses para generar más beneficio. Ya que no se las obliga, aunque habría que hacerlo, se tendría que considerar un deber patriótico de las empresas españolas ofrecerse de forma voluntaria en situaciones de crisis para aportar más al erario público. De la misma manera deberían hacerlo con la restitución patrimonial de los represaliados franquistas en forma de indemnizaciones. Eso fue lo que hicieron en Alemania empresas como la Volkswagen o las herederas de IG Farben, formar parte de una fundación que de manera voluntaria restituyó económicamente el expolio sufrido durante el nazismo y otorgó indemnizaciones por haber sido responsables de trabajos forzados.

En España, algunas de las más grandes empresas se lucraron con el trabajo esclavo y a pesar de que sus actuales accionistas no fueron responsables de aquellos hechos, sí son las herederas del beneficio que surgió de aquellos crímenes. Suele ponerse a las acciones filantrópicas de las corporaciones un nombre muy pomposo, RSC (Responsabilidad Social Corporativa). Un modo de ejercerla sería que formaran voluntariamente una fundación que devolviera el patrimonio robado a los represaliados republicanos e indemnizasen a sus familias por haberlos usado como esclavos para forjar su capital. Otro sería, por ejemplo, contribuir en un momento difícil para el país mermando sus beneficios con mayores tasas impositivas. Sabemos que no quieren tanto a España, así que el deber patriótico es sangrarlos hasta dejarlos secos.

El Ibex es esa hidra que pocas veces se sabe qué hace, pero que sentimos cada día en nuestra vida cotidiana. Así que ponerle nombre y saber lo que hacen es imprescindible para que a la hora de hacer políticas públicas se pueda avanzar con menos escollos. El expolio fiscal de hoy es el expolio patrimonial de ayer. Estos dos eventos se han vinculado esta semana a través de dos noticias que tienen a los mismos protagonistas implicados, pero que han sido poco señalados. Una es la Ley de Memoria Democrática y otra es la medida estrella del presidente Pedro Sánchez en materia fiscal, que tiene como objetivo gravar de manera impositiva los beneficios extraordinarios de la banca y las energéticas.

Ser de izquierdas y encender el aire acondicionado es un ejercicio contrario a nuestros intereses de clase. No tanto por enfriarnos y promover el cambio climático con nuestros actos individuales, sino por enriquecer al enemigo. No somos conscientes, pero con ese hecho estamos perpetuando un sistema capitalista que nos oprime con dos simples actos. Consumir su energía y usar los servicios bancarios para pagar dicho gasto. Al pagar la factura de la luz realizamos varios eventos que financian a quien hace nuestra vida más difícil haciendo lobby cuando las mejoras de derechos de la mayoría social intentan avanzar y, sin embargo, tenemos pocas salidas más que obligar con nuestra presión y voto a que los responsables paguen por sus actuaciones. Hacer que las decisiones empresariales contrarias a los intereses del país les pesen tanto que ningún partido sea capaz de defender sus intereses por el coste que les provocaría. Por eso nadie ha salido de manera pública a defender a las empresas energéticas y la única crítica que han hecho a la medida impositiva ha sido la de decir que acabaría siendo pagada en la factura por los españoles.

Tasar a las grandes empresas del Ibex relacionadas con la energía y la banca es algo mucho más ambicioso de lo que en un principio exigió Podemos al PSOE siendo consciente de que sería mucho si le conseguía sacar una medida de este tipo. Pedro Sánchez fue más allá de manera retórica, porque la propaganda hay que sustanciarla en el BOE y después mediante el control efectivo de precios para que estas empresas no lo repercutan en el consumidor final con las arteras artimañas habituales. En cualquier caso, es una medida ambiciosa y que nadie de izquierdas puede criticar. Lo que han hecho en materia impositiva con las grandes empresas no se han atrevido a hacerlo en la Ley de Memoria Democrática con la restitución patrimonial a las víctimas y las correspondientes indemnizaciones, porque la legislación que emana de lo aprobado deja claro que no hay espacio para la restitución de lo robado.

La primera respuesta de la patronal a la medida fiscal del Gobierno fue quejarse y llorar en un comunicado de que no se la hubiera avisado y del riesgo para la economía que tendría la medida. Eso es verdad, para su economía. Sobre el hecho de que no tengan que indemnizar a las víctimas de sus acciones durante el franquismo no hubo reacción, porque las han salvado. No se puede esperar por parte del alto empresariado español que ayude a su país en unas circunstancias difíciles con la inflación disparada. De hecho, está en esos límites precisamente por las empresas que de manera insaciable aumentan sus márgenes dejando a la gente humilde sin capacidad para sobrevivir. No se les puede pedir que ayuden, se les tiene que obligar, porque la cultura empresarial española está basada en los usos y costumbres forjados de la corrupción durante el franquismo. El capitalismo español y la mayoría de las empresas que ahora ocupan los más altos puestos de facturación nacional surgieron de la Guerra Civil al calor del franquismo y como pago a los servicios prestados en la contienda contra la democracia republicana. Lo que hacen ahora es lo que sus antepasados aprendieron a hacer en una autarquía que se valía de los perdedores de la guerra como las sanguijuelas de un huésped cautivo. Es tiempo de devolverles la sangría. 

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