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El silencio, el miedo y el dolor en política

Manifestación en Cibeles reclamando diálogo.

Imma Aguilar Nàcher

A pesar de la fama de apasionados que tenemos los del Sur, España no es un país de grandes emociones políticas, al menos no como para que sean gestionadas desde el poder. Esto lo decíamos hasta el 15 de marzo de 2011 cuando nos convertimos en referente de un movimiento de calle y autoconvocado por las redes que se conoce como el movimiento indignado. Le siguió una ola de esperanza con el Sí Se Puede, ahogada por la victoria de nuevo de los de siempre. Nada fue lo mismo desde entonces. Después vino el hartazgo con dos elecciones generales en 8 meses, y el hastío, el pesimismo colectivo ante el espectáculo de un Gobierno inactivo. Y mientras en Catalunya, la emoción colectiva era la euforia, la ilusión, la esperanza en un futuro mejor y una posibilidad de venganza por todo lo que España había hecho a Catalunya. Todo esto, según el relato épico de un Juego de Tronos irreal y enloquecido.

Llegó la secuencia de los hechos, de la escenografía de la independencia y de la respuesta, a veces apocada, a veces contundente, del Gobierno de España. Y las nuevas emociones colectivas se solapan se cruzan, se tuercen y se contaminan.

El silencio colectivo. Miles de personas no tienen voz en este proceso porque no quieren o porque no pueden. Los mudos políticos (no tiene medios de comunicación) también son huérfanos políticos (no tienen representantes entre los partidos). Son catalanes que no quieren la independencia, ni la tibieza con ella. Y son muchos. Algunos no pueden hablar porque sus entornos no les dejan o no contemplan esta postura. Pasa en las familias, en las oficinas, entre los funcionarios. Los que quieren y pueden hablar deben armarse de coraje para ir contra la corriente. En estos caladeros está Ciudadanos volviendo a su hábitat natural, la polarización entre anti y proindependentistas, y menos mal que están ellos. A pesar de las manifestaciones masivas a favor de España, todavía no está todo dicho. Todavía hay verdades que duelen y que cuesta pronunciarlas. Por ejemplo: que todos los presidentes de CiU (y posteriores marcas) están: inhabilitado, imputado o fugado. Triste historial para los adalides de la sensatez y la moderación. El presidente Maragall vive en un mundo especial al que solo él puede acceder y donde es posible que lo que ocurre en la realidad se explique mejor o simplemente no exista. Nos queda el otro president socialista, José Montilla, la encarnación de esa sensatez y de esta perfecta combinación entre España y Cataluña, casi como un símbolo vivo.

El miedo colectivo. Nadie lo dice pero muchos españoles no catalanes hemos pasado miedo por lo que pudiera ocurrir con nuestro futuro en común, con nuestros amigos catalanes, socios catalanes, clientes catalanes, caseros catalanes o novios catalanes. Pero el miedo que cada día es más visibles es el miedo de la economía y del empleo. Alguien me acaba de decir “dentro de unos años escribirán: ¿Cuándo empezó el declive de Catalunya? Hoy”. La salida de las empresas y la paralización de los proyectos de progreso (de los cuales se habla muy poco porque forma parte de ese día a día silenciado por los acontecimientos políticos) ha generado un miedo real, no diseñado para la ocasión, no un miedo electoral, sino uno con cifras cotidianas. Hay miedo incluso entre los que, crédulamente, hicieron colas a la puerta de los colegios electorales el día 1 de octubre. La esperanza de las calles es ahora miedo en los hogares.

El dolor colectivo. Nunca había visto llorar a mi mejor amiga. Ella es catalana y vive en Madrid. Me dijo ayer: “oye, ¿te acuerdas que antes tú y yo éramos independentistas? Sí, le dije yo”. Los senadores que no eran del PP, algunos, lloraban en los pasillos de la Cámara Alta, ese día aciago en que el Govern de Catalunya declaró la independencia y el Gobierno de España activó el artículo 155 de la Constitución. Tristeza, y no rabia, sentía la mayoría. La rabia ha volado. Y como dice el poema “cuando la tristeza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Dejen que salga en su busca.

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Si tuviera que ponerle nombre a mi colaboración en este medio al que agradezco su existencia sería: “Rojo y amarillo. Espanya y Cataluña”

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