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Estado de sindiós

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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“La esclerosis intelectual y la ceguera ante los fines amenazan a todos los políticos”

Jean François Revel

Hasta aquí he llegado.

Al final todos y cada uno vamos a tener que tener nuestro instante del puñetazo en la mesa.

Sus errores, sus desidias, sus estrategias políticas van a tener un coste directo en mis derechos y en mi libertad. Miren que no dije ni media palabra cuando la primera ola nos aplastó, no es cierto que fuera previsible lo que se nos venía encima, pero ahora sí, ahora todo ha cambiado. Saben, como sé yo, desde ese desconfinamiento loco que la derecha y algunos nacionalistas obligaron a hacer, que nada había acabado, que el virus seguía en las calles y que solo unas medidas muy concretas y científicamente tasadas podían evitar que esto volviera a reproducirse en el otoño.

Esas medidas no se pusieron. Muchos pasaron de los rastreadores y de realizar las pruebas en forma debida para controlar los cluster, otros abrieron las discotecas y el ocio y los bares y nos animaron a echarnos a consumir en la vida loca, otros pidieron que llenáramos las playas… desde ese momento todo aquel que tenga un espíritu racional sabía que íbamos a volver a las andadas. Ya estamos en ello. Aunque ahora no los cuenten en titulares cada noche, andamos por 200 vidas perdidas al día, tantas como cuando cerramos en marzo. Eso les acojona, claro, porque si esto sigue así los hospitales acabarán petando y el dolor y la muerte se les volverán en contra en forma de responsabilidades, demandas, querellas o pérdida de votos. Aun así siguen sin querer hacer lo que deben y pretenden entretenernos con medidas cosméticas que tienen tres características: no les cuestan nada, solo nos cuestan a los ciudadanos y a la restricción alocada y sin respaldo de nuestros derechos y, además, no van a resolver gran cosa.

Estoy harta de hacer debates sobre el toque de queda, el estado de alarma o los recovecos de las leyes administrativas. No es que no esté dispuesta a dar la batalla en ese campo, es que tengo meridianamente clara mi posición. Aquí no se trata de los medios sino de los objetivos y no sé si esos los tienen muy claros. El fin no justifica los medios pero los medios tampoco solucionan los fines. A ver si lo van pillando. Aquí primero se me enzarzan sobre las herramientas jurídicas para tomar medidas o bien llega alguien y les echa un hueso, como a los perrillos, y corren todos desbocados a ver si muerden o no el toque de queda. No se trata de eso. No se trata de eso. El toque de queda es una medida que según las experiencias previas (Guyana o Anvers) puede rebajar los contagios en un 18%. Es una medida gravosa en derechos, puesto que supone un confinamiento domiciliario en un tercio del día, y que proporciona una limitada efectividad. ¿Qué piensan hacer respecto al 82% restante de los contagios?

También les agradecería que dejaran de hacer y decir gansadas. El “toque de quedar bien”, como el confinamiento perimetral cosmético, solo sirve para que salven la cara y puedan decir que están haciendo algo. Cuando Madrid alegremente, desde una comunidad, dice que me prohíbe estar con quien no sea mi conviviente en un domicilio entre la medianoche y las seis, me gustaría que me contara qué va a hacer. No hay ninguna posibilidad de que puedan entrar en los domicilios, ¿o es lo que pretenden?

Tan imposible como controlar esos cierres perimetrales con la cantidad de excepciones que han fijado. No estoy refiriéndome exclusivamente a los responsables autonómicos. Entiendo que la postura tibia del Gobierno central se puede calificar ya de insoportable levedad. Aquí hay que fajarse y hacerlo tenga costes políticos o no, sean los adversarios unos desleales felones o unos benditos colaboradores.

Todo es tan sencillo, y tan difícil, como fijar claramente qué objetivos quieren conseguir, por ejemplo: que los jóvenes no hagan fiestas, que las familias y los amigos no se reúnan en espacios pequeños y cerrados, que no se esté en espacios cerrados sin mascarilla y aquellos otros que sean más necesarios y aplicarse en cortar el paso a tales comportamientos. No todo, además, debe hacerse con coerción o al menos no con coerción directa y restricción de derechos y libertades pero, sobre todo, no sirve de nada que restrinjan libertades si con ese paso no se logran controlar los focos de peligro. Si lo que quieren controlar son los botellones, ¡monten toda una coerción contra ellos! Los prohíben, los buscan con la Policía montada, ponen unas multas que te mueres y obligan a los padres a responder de las infracciones de los hijos.

Tal vez en vez de hacer un toque de queda –¡Qué horror! Lo decimos alegremente y el último lo decretó Milans del Bosch el 23-F– valga más que expliquen que como no cesen estas conductas en tres semanas estamos todos de nuevo chapados en casa. A lo mejor habría que haber puesto en marcha campañas efectivas para conseguir que la gente quiera colaborar, incluidos los jóvenes que pueden ser responsables. Supongo que es demasiado esfuerzo. Ponerse a pensar y a gestionar es mucho más complicado que estar analizando tácticas políticas y cuestiones de relatos y gaitas gallegas.

“A los políticos la obsesión por las bajas intrigas les hace perder de vista toda idea general de la política”, escribía Revel hablando de la época de Mitterrand y aquí lo están haciendo bueno. La política está destinada a gestionar lo común y a conseguir objetivos y logros comunes. Eso es lo que les debe obsesionar y no a qué hora de la escaleta dan la rueda de prensa para estar delante, detrás, por encima o por debajo de sus adversarios.

Dejen de tratarnos como a estúpidos. “No cerramos antes los bares de copas porque la gente se irá a otro sitio”. Esos argumentos no se los compra ni un bobo de baba. Si lo que sucede es que la cuestión económica les preocupa tanto, es tan grave, hace correr riesgo a tanta gente a la que no habrá posibilidad de socorrer, salgan y en vez de contarnos milongas dígannos como a seres adultos lo que pasa.

Las comunidades están pidiendo el estado de alarma pero esto no es de nuevo sino un instrumento y creo que el Gobierno central debe darlo pero ¿para hacer qué? ¿Qué derechos van a poder limitarse y quién va a controlar lo que decida cada comunidad? Unos cierran parques –que es un contrasentido– y abren más los bares. Otros cierran perimetralmente una comunidad y dejan abierto el flujo entre todos sus municipios. Nadie sabe ya quién ha prohibido qué y eso se traduce en una relajación absoluta de los ciudadanos.

No sé si se han dado cuenta de a qué velocidad se nos van las libertades y los derechos fundamentales por el desagüe. Nunca en la historia se había llevado a cabo la aplicación del artículo 155 de la Constitución –es indudable su suprema gravedad– y ahora ya hemos visto pedirlo como si fuera agua en la pandemia. Nos dejó en shock que nos confinaran y acabo de leer a gente que pretende que la Policía entre en los domicilios a comprobar si los que están dentro son convivientes. Es ese el temor que ya se me ha instalado en los huesos. Hasta el temible, autoritario, dictatorial y de negra memoria toque de queda se ha convertido en una juerga política arrojadiza. Sin embargo, demonizaron el estado de alarma porque les molestaba pero es, sin duda, la herramienta que permite que nuestros derechos se toquen solo con la aprobación de una mayoría de nuestros representantes.

A mí no me molesta estar en casa. Desde marzo sigo en fase restringida y no he quedado para comer ni con mi familia. Los que estamos en verdadero riesgo no nos andamos con chiquitas. Así que no lo digo por interés particular, que ya me cuido yo a conciencia, sino porque no terminen de mandar este país al garete.

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