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Solidaridad contra insolidaridad

La secretaria del Tesoro de EE.UU., Janet Yellen, escucha al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante una reunión en el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington (EE.UU.), hoy 9 de abril de 2021. EFE/Amr Alfiky

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“No hay cosa más ridícula que un pobre votando a un partido de ricos”, me dijo no hace mucho tiempo un conocido político regional. “Hoy, los ricos tienen claro a quién deben votar para salvaguardar sus intereses. Los pobres parecen no tenerlo”, añadió.

Y parece estar en lo cierto, los partidos de la derecha populista enganchan a votantes pobres con un mensaje simple: “la culpa no la tienes tú, la culpa la tiene el otro”. Ese otro es el emigrante, el de fuera, el de diferente color, o el independentista, o el batasuno, o el comunista. O el que sea.

Ese mensaje, amplificado por las redes sociales, va calando. Se trata de un mensaje muy simple que hace olvidar algo elemental, que los partidos de la derecha nacieron para mantener el establishment económico y social. Y ahora, los nuevos teóricos de esa zona, siguen las enseñanzas de personajes como Steve Bannon, que llevó a Trump a la presidencia de los Estados Unidos, con idearios como el nacionalismo económico, la seguridad interna y el desmantelamiento del Estado, del sector público. 

Así, el pobre se va haciendo más pobre. Sin darse cuenta, en el camino pierde derechos sociales y calidad de servicio público, pero cuando entra en el combate de las redes sociales ve mensajes que inflaman su pensamiento: “La culpa no es tuya, es del otro”, y eso parece reconfortarlo.

La pandemia, la enorme lucha contra la Covid, ha provocado una conmoción brutal. Mariano Rajoy estará paladeando su habano con un regusto especial. De buena me libré, pensará al recordar aquella moción de censura. Y, cierto, ¿qué hubiera hecho como responsable del Ejecutivo enfrentado a semejante crisis con su habitual cachaza?

Recientemente su sucesor, Pedro Sánchez, ha llamado a potenciar la humanidad y el valor de la unidad europea, precisamente en un momento en el que la insolidaridad latente comienza a surgir ante la premura a la que obligan los datos de aumentos de afectados, enfermos o fallecidos por Covid. 

Insolidaridad como la de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, de la que nos enteramos que negociaba con los intermediarios españoles de la vacuna rusa Sputnik V fuera del marco común que respetan las otras comunidades. Todo vale para lograr votos. 

En ese todo vale no se tiene en cuenta que una autonomía como la madrileña, por muy potente que sea en el ámbito estatal, no deja de ser un ente simple y débil en una negociación internacional multibanda y sin red. En un sálvese quien pueda, Madrid, en soledad, corre el peligro de convertirse en un barco a la deriva en medio de la tormenta. La unidad europea, con sus errores y sus problemas internos, seguirá siendo clave para mejorar la vida de los ciudadanos europeos, incluidos los madrileños, por mucho que le pese a la actual presidenta nacionalista de la comunidad.

Es ahí donde Sánchez, enfrentado directamente al tándem Ayuso-Casado, ha reforzado esa vía europea, no sólo por lo que suponen los 140.000 millones del plan de recuperación, sino porque es la vía para lograr un cierto sesgo humanista, enfrentado al discurso populista. El presidente Sánchez señalaba esta semana que Europa debe “liderar las enormes transiciones que van a definir la competitividad en el siglo XXI la transición ecológica y la transformación digital, dándole un enfoque europeo, un enfoque humanista”.

Ese carácter humanista pasa por utilizar el medio y el largo plazo, conceptos casi olvidados en la actual situación de confrontación general en la política, para imprimir un sesgo progresista y solidario a la actuación del ejecutivo. 

En Estados Unidos, el presidente Joe Biden tiene claro que los ricos deben apoyar económicamente el enorme esfuerzo del sector público para salir de la pandemia. Donald Trump, elevado a la presidencia por el voto de ingentes cantidades de pobres rednecks, redujo el impuesto corporativo del 35% al 21%, lo que le beneficiaba personal y corporativamente.

Biden ha decidido que hay que volver a subirlo al 28%, para que sirva como estímulo en el enorme esfuerzo público por salir de la crisis, 1,9 billones de dólares para la recuperación aprobados por el Congreso este pasado mes de marzo, más un plan de infraestructuras de dos billones de dólares.

Es muy interesante lo que ocurre ahora en los Estados Unidos, porque el salvaje populismo de Trump, ha dado paso a un nuevo tipo de política más cercana a principios humanistas. La actual secretaria del Tesoro, Janet Yellen, lo ha expresado muy claro: “La verdadera competitividad es asegurarnos de que los gobiernos tengan sistemas impositivos estables, que recauden ingresos suficientes para invertir en bienes públicos esenciales y responder a las crisis”. Yellen sabe de qué habla, fue la primera mujer en presidir la Reserva Federal.

En el camino, uno de los máximos exponentes del nuevo capitalismo digital, el dueño de Amazon, Jeff Bezos, se apuntaba a la tesis de Biden. “Reconocemos que esta inversión requerirá concesiones de todas las partes, tanto en los detalles de lo que se incluye como en la forma de pagarlo. Somos partidarios de una subida del tipo del impuesto de sociedades”, ha asegurado Bezos.

Aquí, la vicepresidenta económica, Nadia Calviño asegura que “tenemos que empezar a pensar en la imposición digital, en la imposición verde, en cómo hacer el Impuesto sobre sociedades”.

Pero la presidenta nacionalista de una comunidad amenaza: “Os anuncio que nos vamos a rebelar contra cualquier imposición fiscal”. Alguien pensará que eso se podría esperar de Cataluña, o de Euskadi, pero no, es la de Madrid. Es Isabel Díaz Ayuso la que amenaza con la rebelión, la misma que preside una comunidad que bonifica el impuesto de Patrimonio de tal manera, que se ha convertido en un paraíso fiscal para los más ricos. La misma que busca desesperada vacunas rusas, y no entiende que sin ayuda pública no hubiese habido vacunas occidentales. La generación de la de Astra Zeneca, por ejemplo, se benefició en un 90% de su presupuesto de ayudas públicas, algo que no encaja en el ideario de Ayuso, pero que luego le viene bien para solucionar sus problemas.

Lo de que la solidaridad debe empezar por arriba, por los que más ganan, es algo que a Isabel Díaz Ayuso y a la derecha recalcitrante española parece sonarle a música celestial. Ayuso es muy de misa, aunque de la misa de siempre no la del Papa Francisco o la del cardenal Osoro, ella prefería a Rouco Varela o Raymond Burke, cardenales más acomodaticios a la derecha de siempre. Es muy de misa, como muchos de esos beatos comulgantes que cuando escuchan al lector recitando del Libro de los Proverbios “sé voz de quien no tiene voz, defiende al pobre desprotegido”, miran para otro lado.

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