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Surtidores de odio

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

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Me pregunto cuántas personas serán capaces de aguantar con cierto temple el cariz que ha tomado la legislatura apenas comenzada. La intensidad de la crispación ha creado ya una atmósfera irrespirable y los surtidores de odio están claramente por la labor de no parar hasta lograr sus propósitos. Sea el Gobierno de España para PP y Vox, sea la degradación de las instituciones, de la concordia sin duda, para llegar al mismo fin en un determinado momento. El ya llamado Partido Judicial -que no concurre directamente a las urnas- muestra sin disimulo alguno unas derivas de dejar atónitos. Un Poder Judicial, caducado en su órgano rector desde hace 5 años, se permite atribuciones que parecen fuera de lugar. Es una guerra directa e incluso declarada. Y el papel de la justicia –que en teoría representan– no es ése. Mal vamos si esa profunda anomalía no se soluciona.

Al PP lo encontramos echado al monte con todos sus aperos. Regresan los genuinos portacoces del partido para el Congreso. Nada menos que, junto al Dóberman Tellado, Cayetana Álvarez de Toledo y Rafael Hernando. Y Sergio Sayas, el tránsfuga de UPN. La declaración de guerra de Feijóo está servida. Y seguirá la puerilidad de los silencios y desplantes en el Congreso y el desbarre verbal de los principales espadas. Espadas, o francotiradores. El presidente coyuntural, Núñez Feijóo, reconcomido y descompuesto.

El jefe del Estado mostrando sus filias y fobias en sus gestos, no ayuda. Y el circo montado en la Calle Ferraz, sede del PSOE nacional, adquiere ya caracteres de bochorno mundial inigualable -de no ser porque bueno anda el mundo también-.

“Hoy el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”. Es una cita de “El libro del desasosiego” de Fernando Pessoa que sirve en X una cuenta deliciosa llamada literlandweb1. El inmenso escritor portugués vivió la plenitud creadora a comienzos del siglo XX –murió en 1935–. Ya estábamos así. Siempre hemos estado, parece. Vinieron las guerras a continuación. La española y la gran guerra nazi de motor fascista. Ahora no es muy distinto el escenario. Y diría que ha crecido la estupidez, el egoísmo y cuanto destacaba Pessoa. Básicamente porque los canales de distribución son en la actualidad prácticamente universales y vienen cargados de metralla muy sucia que no todos saben distinguir. Y hasta las guerras que se despliegan son guerras de muerte y propaganda.

Un candoroso chef del cuento patrio de los Master en TVE se despacha en ABC –vaya plataforma– elogiando a la presidenta de Madrid. Dice Jordi Cruz (ustedes disculpen): “Ayuso es muy buena. Madrid va como un tiro a nivel de hostelería y Barcelona no”. Y eso, explica, es culpa de “la política”. Porque los ciudadanos aspiran al parecer en su vida a ir a cafeterías y restaurantes. La entrevista, nada inocente, coincidía con una noticia terrible: la comida basura que la Comunidad de Madrid ha servido en residencias de niños vulnerables y en las de ancianos –a través de una empresa reincidente a la que ha vuelto a contratar–. ¿Qué cuajo hace falta para servir esa porquería a quien lo necesita mucho y limitarse a una exigua multa si se descubre? La propaganda viene tan adulterada, tan podrida a veces, como esa comida.

Ayuso, entretanto, no para de expandir ruido, estrepitoso ya. Y, surtidor de odio genuino, se atreve a lanzar un mensaje navideño en el que invoca el “amaos los unos a los otros”. El patetismo que vivimos no tiene fin.  Media España se declara hastiada de ese madrileñismo tóxico. Pero el objetivo es La Moncloa, siempre el gobierno de España que distribuye la mayor parte del presupuesto público. Sí, los bares y restaurantes estarían garantizados ¿y la educación, la salud, los servicios esenciales?

La crispación es un virus contagioso. Con el odio como motor, catastrófico. Las hordas fascistas –envalentonadas por “la política”, la de derecha dura– están practicando un matonismo inadmisible para cerrar bocas por miedo. En la larga lista de víctimas, le ha tocado el turno ahora a Rozalén, una cantante comprometida, una gran mujer. Lo que molesta al fascio que la amenaza es su defensa de la Memoria Democrática

Y estos días ha arreciado la violencia machista con crímenes doblemente insoportables, al calor de ese negacionismo que ya gobierna en comunidades del PP y Vox. Y ha surgido otro impresionante testimonio del odio que se ha dejado crecer. Beatriz Gimeno, acreditada feminista y luchadora por los derechos de los colectivos LGTB, ha relatado el calvario sufrido como miembro del equipo del anterior Ministerio de Igualdad. Su lectura es imprescindible para entender la aversión violenta hacia el feminismo que anida en esta sociedad y adónde llevan los silencios y complicidades.

Nada desdeñable tampoco el odio desatado en la voladura controlada de lo que llaman la izquierda a la izquierda del PSOE. Un flanco difícil de curar con insultos de tragedia griega o de película del oeste, hasta con frases de rencor como “los que ahora muerden el polvo”. Produce una sensación de bochorno y, sobre todo, descorazonadora.

Nadie está libre ya. “La política”, la mala política vendida en altavoces cinco estrellas, se nos echa encima. La corriente de la irracionalidad ultra -tan interesada- viene con las certezas de Milei en Argentina y el temor de un triunfo de Trump en los devastados EEUU –Donald Trump representa la mayor amenaza para el mundo en 2024, describe The Economist–.  ¿Qué pasará si se sigue expandiendo por la UE esa ultraderecha, si toma fuerza de mando o influencia decisiva? Los peligros graves hay que preverlos con tiempo.

El odio se contagia hasta en la respuesta. Nos hace peores. Los agravios precisan más justicia que venganza. Haciendo equilibrios sobre esa bola de rencor fétido que expande el PP de Feijóo, Aznar y Ayuso, haremos bien en mirar alto a ver si la democracia y las soluciones pinchan su burbuja, de serlo, y disfrutan en solitario de sus miserias.

"I know not what tomorrow will bring" (No sé qué deparará el mañana) fue la última frase escrita por Fernando Pessoa, el 29 de noviembre de 1935. La rubricó a mano en inglés en el Hospital San Luis de los franceses, de Lisboa. Falleció al día siguiente, hace 88 años.   

Martin Luther King eligió, en esa tesitura, plantar un árbol todavía.

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