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Una taza de té, por favor

Foto: PxHere

Sabrina Duque

Imagino que para los chinos que toman té, 茶, el mundo se divide en dos grupos.

Por un lado, los que pronuncian 茶 como té, igual que en el dialecto Min, del sur de China. Esos son los alemanes, los ingleses, los franceses, los hispanos, los finlandeses, los letones, los tamiles y los holandeses. Así se pronuncia en danés, hebreo, húngaro, indonesio, italiano, armenio...

Por el otro, los que pronuncian 茶 como cha, igual que en mandarín. Y esos son los portugueses, japoneses, persas, hindúes, rusos, tibetanos, griegos, vietnamitas, coreanos. Y un puñado de lenguas más: albanés, árabe, checo, croata, rumano, swahili, turco, tailandés…

Tea. Té. Chá. Chai. 茶.

Parece todo muy simple: poner agua a hervir. Agregar unas hojas. Esperar. Colar. Pero la historia de cómo el té se empezó a beber en todo el planeta es mucho más compleja que eso, es la historia de muchos viajes. Unos desde el norte del país, por barco hacia Japón o por tierra en caravanas que salían desde las zonas donde se le llamaba chá. Y otros por mar, como aquellos barcos de los Países Bajos que partieron a Europa desde puertos del sur de China, donde se hablaba el dialecto Min y se tomaba 茶 (té).

Los primeros europeos que conocieron el té fueron los portugueses, pero lo conocieron como chá cuando llegaron a la India, en 1497. El segundo encuentro de Portugal con el té –chá– fue al llegar a Japón, en 1543. De ahí que Portugal, entonces un imperio marítimo, lo llama desde siempre chá, igual que los japoneses y los indios. En 1610, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales envió el primer cargamento de té –thee– hacia Ámsterdam. Y el té empezó a beberse en Europa, entre las clases adineradas.

Se dice que fue una portuguesa, Catarina de Bragança, quien lo puso de moda en Inglaterra. La princesa portuguesa se casó con Carlos II de Inglaterra y en la tierra de su marido abandonó la palabra chá y alrededor de 1660 empezó a organizar “tea parties”, donde bebía té con otras señoras. Siglos después, la séptima Duquesa de Bedford instituyó, a inicios del siglo diecinueve, la tradición del té de las cinco de la tarde.

Yo prefiero beber el té solo. Mi padre lo bebió siempre con azúcar. Unos amigos bengalíes me enseñaron a beberlo con leche y azúcar, pero con el tiempo empecé a sentir que le alteraba demasiado el sabor. Pero al té también se lo bebe con silencio y compostura, en la ceremonia japonesa del té, el cha-no-yu. Esa tradición, donde el té verde en polvo, matcha, se prepara en una ceremonia y se sirve a los invitados, es una de las más bellas formas de apreciar la bebida. Parar, seguir un ritual, disfrutar.

Los occidentales no tenemos una ceremonia del té. Pero aun sin ceremonia, tomarse un té no es cualquier cosa. No es lo mismo que beberse una gaseosa en la barra de un bar. Un té significa una pausa, sentarse por un momento, esperar que la bebida no esté tan caliente. A mí la palabra té me hace pensar en una reunión con amigas, o en poner las manos rodeando la taza caliente en un día frío, o en un momento a solas conmigo.

Hoy, 15 de diciembre, es el Día Internacional del Té. Quizás es también la celebración de las pequeñas pausas, los minutos en silencio, la sensación reconfortante de llevarse algo caliente al estómago. Hoy, además de tomar té, podemos aprovechar que estamos tan cerca del fin del año y proponernos más pausas, más momentos en silencio, más apreciación de los pequeños detalles; más tacitas de té en el 2020, por favor.

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